8/3/07

DIALOGAR CON EL VECINO

LOS HERMANOS SEAN UNIDOS
ESA ES LA LEY PRIMERA
POR QUE SI ENTRE ELLOS SE PELEAN
LOS DEVORAN LOS DE AFUERA

Martin Fierro (J. Hernandez)



Borja Cabezón (Opinion)

Pertenezco a esa generación que nació y creció en la era analógica y asistió, en plena juventud, al nacimiento de la era digital. De las radios con dial y los teléfonos de disco hemos pasado al teléfono móvil que, además de conectarte desde cualquier punto del planeta, te permite ver la televisión, escuchar la radio, mirar tu correo electrónico y manejar tu agenda. Esta evolución, esta revolución tecnológica, ha cambiado nuestras vidas y ha hecho el mundo más pequeño. Hoy, el globo se parece más que nunca al dicho popular: "el mundo es un pañuelo". Aprovechar el aspecto positivo y sano de esta revolución es el recurso que nuestra generación puede emplear desde un punto de vista responsable. Si en octubre de 2006 nos reunimos en Argentina fue, precisamente, para dar cabida a toda la red de redes que se va organizando en Iberoamérica y que, gracias a la comunicación instantánea, cuenta con un medio fantástico para alcanzar objetivos y metas integradoras.

Nuestra apuesta es ésa. Acercar más las posibilidades a la realidad, crear oportunidades, generar e intercambiar ideas llenas de imaginación y osadía responsable. La cumbre de Buenos Aires fue un punto de encuentro para setenta jóvenes iberoamericanos. El primer propósito era unir puentes; el segundo, reunir jóvenes del mundo de la política, de la empresa, de las ONG y de los medios de comunicación para que, en nuestros primeros pasos, vayamos acercándonos a un pacto común, concretando una dirección conjunta. En tercer lugar, queríamos -y seguimos queriendo- tener un diálogo entre vecinos.

Somos una región diferente, que une a dos continentes salvando una distancia oceánica. Sin embargo, somos vecinos sin conocernos. Muchos piensan en ogros ajenos y en obstáculos exógenos; otros se preocupan por discusiones internas y todavía son incipientes las tentativas por unir voluntades reales para poder crear, con la voluntad de todos, una región estable, próspera y justa.

Volviendo la vista atrás y mirando las experiencias vividas tenemos, en la Unión Europea, un magnífico experimento que, aunque hoy viva momentos de confusión, ha conseguido unir a veintisiete países. Una construcción de tan sólo cincuenta años que, poniendo puntos en común -entre veintisiete Estados soberanos, con distintos idiomas, diferentes costumbres y desiguales economías- ha conseguido afianzar una región, la europea, en el camino de la paz, la prosperidad y el desarrollo.

Tras haber dado un ejemplo desastroso en las Guerras Mundiales, después de luchar en la cuenca del Ruhr por el carbón y el acero, alemanes y franceses llegaron a la conclusión de que lo mejor era poner puntos en común y establecer los cauces necesarios para que los pueblos tuvieran la posibilidad de conocerse, de tener un diálogo con el vecino.

Frente al caso europeo, nuestro proceso de integración parte de una posición privilegiada. Somos quinientos millones de personas que compartimos una herencia común enormemente rica, un patrimonio cultural, histórico y lingüístico común que es la base idónea para generar un proyecto común. La nuestra es una identidad que no hay que construir, sólo tenemos que rescatarla y reforzarla. Cómo no vamos a poder llegar a acuerdos nosotros, los iberoamericanos, cuando somos veintidós países que compartimos idioma, costumbres y una herencia común; cuando, además, contamos con las lecciones aprendidas de un pasado complicado, lleno de conflictos y golpes militares. Compartimos tantas cosas que lo extraño sería no concentrar todo nuestro esfuerzo en la construcción de una Comunidad Iberoamericana de Naciones, que comparta objetivos y que pacte las líneas de acción necesarias para el buen desarrollo de una región que merece prosperidad, desarrollo y oportunidades.

Somos nosotros quienes podemos activar las redes que vamos conociendo, en las que estamos trabajando, para demostrar que somos tan parecidos y tenemos tantas necesidades iguales que es ineludible el consenso e irreversible el proceso de construcción de una Iberoamerica unida. Debemos dejar a un lado la retórica y el nacionalismo -que impide la cesión de la más mínima porción de soberanía para llegar a pactos transnacionales- y apostar por unos valores democráticos que hagan volver a creer a los ciudadanos en un horizonte lleno de esperanza. Ayer en Europa eran el carbón y el acero; hoy pueden ser el petróleo y el gas los que nos hagan darnos cuenta de que, entre todos, es posible lograr un crecimiento sostenible y equilibrado. Construyamos, pues, las bases políticas, sociales y económicas necesarias para que esta región, que representa el 5% del Producto Mundial y suma el 10% de la población del planeta, no pierda el tren del siglo XXI.

Necesitamos unos retos políticos claros y compartidos. Queremos áreas básicas de consenso. Busquemos en la Historia la experiencia para recoger lo exitoso. Hoy, la Unión Europea es una realidad pujante porque en su día hubo una mesa donde se plantearon materias básicas de consenso. Otra experiencia integradora de la que podemos extraer conclusiones puede ser la española. Hace menos de treinta años tuvieron lugar los famosos Pactos de la Moncloa, donde se acrodaron y pactaron medidas necesarias para el desarrollo del país. Un país golpeado por cuarenta años de dictadura. Gracias a aquel consenso, hoy los españoles tenemos el privilegio de vivir en un país ordenado, seguro y también, como la Unión Europea, pujante en este mundo globalizado.

Nosotros los jóvenes, que hoy iniciamos nuestro camino, queremos que los países de Iberoamérica trabajen por un área común sostenida por los pactos mínimos necesarios para el desarrollo de la región. Contenidos esenciales para el desarrollo como los siguientes:

- Debemos asegurar la estabilidad democrática en la región, sea cual sea el partido político que haya sido elegido en las urnas; una sociedad democrática, incluyente con las minorías étnicas que son parte del pueblo iberoamericano.

- El conocimiento es la puerta al futuro y sólo apoyándose en él América Latina podrá superar la brecha tecnológica que la separa de las regiones más desarrolladas. El capital humano es la variable que más incide en el desarrollo económico y social; hay que cuidarlo y potenciarlo, para ello es imprescindible garantizar una educación que cumpla con los propósitos de formación, investigación, desarrollo e innovación. De la mano con la educación debe ir la sanidad. La obligación de ofrecer un cuidado en la salud es importantísima para que la ciudadanía se sienta con la fuerza física y mental necesaria para poder estudiar y trabajar.

- Se deben crear las condiciones necesarias para generar empleo, pues es la mejor manera de redistribuir el ingreso. Asimismo, hay que promover la simplificación de trámites para las iniciativas emprendedoras de la ciudadanía, porque los emprendedores son esenciales colaboradores para el desarrollo. Un desarrollo que será más justo en la medida en que fomentemos el comportamiento socialmente responsable por parte de los empresarios, pues son los actores privados quienes generan empleo y, con él, riqueza.

- La Administración Pública debe ser protagonista a la hora de generar la confianza necesaria, creando una seguridad física y jurídica que permita a la ciudadanía y al mundo emprendedor tener la certeza de que su vida y sus proyectos estarán protegidos por la Ley.

- Por último, es preciso acompañar el crecimiento, dotando a nuestros países de las infraestructuras que soportan el crecimiento: energía, telecomunicaciones, agua, vivienda, comunicaciones ferroviarias y viales.

En este camino de la integración, el papel que tenemos los jóvenes, el papel de nuestra generación, es fundamental. Somos nosotros, los nacidos con los primeros tambores de la globalización y que estamos madurando inmersos en este proceso galopante, quienes tenemos la oportunidad y contamos con los medios para buscar nuevas vías de participación ciudadana que sienten las bases y -por qué no- hagan realidad, algún día, el sueño de una Comunidad Iberoamericana de Naciones. Para conseguirlo tenemos que encontrar nuestro lugar cómo jóvenes; volver a creer en nuestras posibilidades para hacer que otros crean en nosotros; no ser tímidos y perder el miedo a equivocarnos. Somos importantes porque tenemos toda una vida de esperanzas por delante y la responsabilidad de luchar porque estas esperanzas sean también las de los demás vecinos iberoamericanos.

Es nuestra responsabilidad dialogar con nuestros vecinos. Si somos capaces de intercambiar experiencias e ideas, de llevar a cabo un esfuerzo que materialice nuestro entusiasmo y energía en resultados concretos que construyan una sociedad más justa y equitativa, estaremos hablando de otra Iberoamérica, de la Iberoamérica que muchos soñamos. Dialogando se ganan espacios que de ninguna otra manera se pueden conquistar. La cooperación asegura marcos comunes que no son negociables, como la salud, la educación, la seguridad, la inversión y las infraestructuras, porque son los necesarios para que una persona se convierta en ciudadano de primera clase y no en esclavo o indigente de quinta serie. Dialogando uno se da cuenta que tiene puntos en común con los otros. Son esos puntos comunes los que pueden hacer posible un Pacto Iberoamericano que coordine políticas sociales en educación y sanidad, desarrollo económico, respeto al medio ambiente e infraestructuras.

Contamos con el mejor capital humano, con recursos naturales y energéticos, con una situación geopolítica excepcional, conocemos cómo funciona el mercado. Todo ello en una región estable, con sistemas democráticos que nos permiten votar al Gobierno que queremos y "botar" al que no queremos. Pero, por encima de todo, para afrontar este reto contamos con una baza tremendamente importante: la cultura. Como iberoamericanos somos dueños de un patrimonio cultural inestimable, una riqueza viva y significativa. Cada vez son más los iberoamericanos que triunfan en el deporte, en el arte, en el cine, en la música o en la literatura. Y siempre, siempre que les vemos, los identificamos como vecinos nuestros, como algo nuestro. Esa es una sensación íntima, romántica, que no tiene -ni puede tener- ninguna otra región del mundo. Nuestras son, por lo tanto, todas las variables necesarias para avanzar en la integración. Sería un error histórico y generacional no trabajar por una región que está a las puertas del éxito pero corre el grave riesgo de estrellar, de nuevo, las esperanzas de millones de ciudadanos.

Si lo sentimos, si lo expresamos, no nos quedemos quietos ante este reto. Por respeto a nosotros mismos y, sobre todo, a los que, de una manera u otra, desde la más absoluta humildad, tienen un ideal, una estrella a la que miran cada noche: La esperanza de poder vivir, y no sobrevivir. ¿Acaso vamos a dejar que pase esta oportunidad?

Como dije antes, el mundo se ha quedado pequeño. Hoy más que nunca parece un pueblo, y el nuestro es el pueblo iberoamericano. El esfuerzo merecerá la pena, busquemos más sillas, más mesas, más bolígrafos, porque vamos a conseguir lo que buscamos: tener un diálogo con el vecino. Querer es poder.

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