23/4/07

America Latina se izquierdiza, y II

América Latina - Antiglobalización - Opinión
El objetivo principal, pues, en estas sociedades corrompidas es ir contra algunos efectos, pero sin tocar las causas que los provocan. La sociedad demoliberal es hipócrita y cínica hasta el paroxismo, de inspiración profundamente farisaica y saducea.

KAOSENLARED.NET/Jaime Richart(Para Kaos en la Red)/22/04/2007


Sus males no pueden ser corregidos por vías de medicación, sino sajando, con ci­rugía. Sólo tienen remedio con medidas radicales, drásticas, que acaben de un golpe con todo lo indeseable y podrido que está en la base de las mismas superestructuras. Sin embargo lo que se hace es parchear. Algo que no evita la infelicidad de millones sin vivienda, sin trabajo o siempre con el mísero salario pendiente de un hilo; sin protección, sin seguridad mínima... todo eso y sólo eso que da esta­bilidad emocio­nal a una persona y más a una pareja que ha de cui­dar de la prole.

Venezuela, Bolivia, Ecuador se preparan para abrazar políticas y soluciones camino del socialismo real, no aparencial. Tratan de no hacer, justo lo que hacen los pueblos donde los dominantes se jac­tan de vivir en liber­tad pero donde el bienestar, la despreocupación y el pla­cer los disfrutan sólo unos cuantos. Pues en el entorno demoli­beral, sólo los que no dependen de terceros sino de sí mismos y en último término de los de su misma clase, saben qué es libertad. Los opulentos cierran filas frente a los desheredados, los desposeí­dos, los débiles sociales, en fin. La inmensa mayoría de la población se contenta con los aturdimientos mediáticos y de masas, que reemplazan al romano panem et circenses y agradecida de no ser llevada a prisión.

Divagar, simular y como vulgarmente se dice "marear la perdiz" es lo que hacen los que tienen las riendas económicas, financieras, mediáticas, industriales y políticas. Apuntar hacia intentos de correc­ciones que jamás enmendarán nada, para que siga la injusticia y la desigualdad que en el fondo las clases medias por muy revoluciona­rias que se digan, no quieren cambiar. Lo que ha sucedido siempre. Antes, cuando la Iglesia Vaticana tenía tanto que decir en política aunque aparentase no inmiscuirse en las cosas del César, la tesis tácita era que debían existir pobres que se salvasen por la resigna­ción, para que hubiese ricos que se salvasen por la ca­ridad, y a la inversa. Esta era (y es) el núcleo de la moral cristiana tanto católica como protestante asociada al capitalismo y al interés de los ricos.

¿Qué les importa a los gobernantes que el pueblo proteste? Tie­nen las fuerzas, las armas y la voluntad de imponerse, y de poco o nada sirven las algaradas y las manifestaciones multitudinarias: todo será según hayan decidido ya. Porque si las cosas pasan a mayo­res, con descargar la fuerza bruta de sus fuerzas policiacas se habrá resuelto su misión política. Misión que tanto se exalta cuando, como dice el injustamente de­nostado Maquiavelo, para gobernar no es preciso más que honradez y una alta dosis de sentido común: exactamente los dos ingredientes de los que carecen los gobernan­tes occidentales en general.

Y yo añadiría capacidad de previsión, pues los gobernantes no están para parlotear en los parlamentos, ni para prometer, ni para adular al pueblo. Están principalmente para prever, para prevenir males futuros, para remediar los existentes y para evitar que los contratiempos, las guerras, los desastres climatológicos causen los menores males posibles. Sin embargo ya vemos qué miserables, qué cortos de mollera, qué incompetentes son y han sido; todos al servicio de las superestructuras: la industrial, la comercial, la farmacoló­gica, la religiosa... Todo en manos de las grandes multinacionales, fá­bricas de armas, Laboratorios, holdings, sociedades de socieda­des; redes en las que los gobiernos quedan paralizados, bloquea­dos, en cuestiones fundamentales, vitales. Como todo lo que ha traido el irreversible cambio climático. Sólo soluciones a medias de las que se benefician unos cuantos en comparación con los mi­les de millo­nes a los que les espera un futuro dramático o ya están en él.

Hoy llega esta otra tesis, la tesis de las "clases medias revolucio­narias" a las que se asigna un papel clave en la transformación de la sociedad. Pero es falso que haya clases medias revolucionarias. Aquí anida el mismo marchamo de hipocresía y de prestidigitación. No hay tal clase social con capacidad alguna de cambio, pues los grupos que dominan son los únicos que pueden, o compadecerse o percatarse de que si no ceden será en su perjuicio. Y éstos, hasta ahora, lo único que hacen es fingir; hacer alguna que otra corrección pero sin alterar un ápice las estructuras, las leyes, las instituciones... Y mucho menos los mecanismos económicos y tri­butarios, o modifi­cándolos de manera tan irrelevante que no sólo no aminoran la in­justicia social sino que cada día ahondan más la sima entre los que poseen y los desposeídos. La prueba son las cifras de ganancias que los bancos y las grandes industrias obscenamente ai­rean, y el avance del número de los ricos ostentosos. Y todo ello acompañado de la incesante y aguda inestabilidad en el empleo de la mayoría, la angustia cada vez de más personas que viven atena­zadas por la hi­poteca de su vida entera sin libertad. Causas, todas ellas, que po­nen a la inmensa mayoría de la población en virtuales manos de esos seres que encima no tienen rostro ni personalidad, pues son personas jurídicas, abstracciones puras: em­presarios y empresas de quienes dependen los otros, los débiles y en cuya incorporeidad y virtual anonimato basan buena parte de la impunidad de que disfru­tan sus fecho­rías y abusos.

América del Norte lideró a Occidente tras la guerra mundial, pero ahora está destruyendo sus fundamentos y los de Asia y Africa. No Europa, sino América del Sur es el continente que se apresta a sal­var -o al menos a in­tentarlo- al globo de los que lo han secuestrado, empobrecido, debi­litado, y si seguimos por ese camino, de los que acabarán destru­yéndolo por entero con todos nosotros dentro.

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