15/5/07

Populismo del siglo XXI

14/05/2007
Roberto Laserna
EL UNIVERSAL.com.mx

En Venezuela, Bolivia y Ecuador está naciendo una nueva izquierda, dicen sus presidentes, un "socialismo del siglo XXI" . Pero a pesar de la supuesta novedad de su visión, sus acciones sólo parecen estar replicando las políticas autodestructivas que le causaron tanta agonía a Cuba.
A diferencia de los antiguos movimientos de izquierda, que confiaban en la lucha armada, el presidente venezolano Hugo Chávez, el presidente boliviano Evo Morales y el presidente ecuatoriano Rafael Correa accedieron al gobierno mediante elecciones y, para ampliar su poder, recurren a la presión de las masas y reivindican la reforma constitucional.
Chávez afianzó su proyecto con una Asamblea Constituyente que cambió la Constitución. Morales logró imponer una Asamblea similar, aunque con resultados inciertos, y Correa esgrime esa posibilidad contra "los partidos tradicionales, las oligarquías criollas y el imperio", los enemigos comunes de los tres presidentes.
La táctica de la Asamblea Constituyente, hasta el momento, ha resultado muy eficiente a la hora de ayudar a estos caudillos a consolidar su poder. Como se trata de un proceso que promueve una reforma total, los ayuda a evitar los debates sobre cambios específicos.
Por el contrario, las ideas del cambio social se mezclan con las de la reforma institucional de maneras que a los votantes les pueden resultar incomprensibles. Por ejemplo, las asambleas constituyentes de Chávez y Morales son atractivas no sólo para los grupos más radicales, que quieren refundar la república y reinventar la historia, sino también para los que quieren crear un escenario para la deliberación democrática. Mientras deliberan, sin embargo, los nuevos caudillos concentran en sus manos más y más poder.
Las experiencias de Venezuela y Bolivia sugieren, sin embargo, que todos terminan frustrados. Los radicales, cuando descubren que no basta cambiar las normas para cambiar la realidad; los concertadores, cuando son impedidos de dialogar por las movilizaciones sociales, y todos en conjunto cuando descubren que carecen de propuestas específicas o que las que tienen son incompatibles entre sí o inaplicables.
Al final, la realización de una Asamblea Constituyente simplemente debilita la institucionalidad. Como pone en duda la "ley de leyes", la Asamblea cuestiona implícitamente la vigencia de las normas y de las entidades públicas, y contribuye a erosionar el sistema institucional y político. Cuando eso ocurre, se afirma la figura presidencial y se facilita su transformación en caudillo.
Quienes promueven la concentración del poder justifican este hecho, como siempre ocurrió, por la necesidad revolucionaria de cambiar las estructuras, liberar a la nación y superar las condiciones de pobreza de las mayorías. Sin embargo, cuando este poder concentrado empieza a tomar acción, renacen las confusiones que caracterizaron a la vieja izquierda, como ya se observa en Venezuela y Bolivia.
La lucha por el control de las rentas de los hidrocarburos es fenomenal en este sentido. Más del 90% de las exportaciones de Venezuela son hidrocarburos que aportan más de la mitad de los ingresos fiscales.
Cuando las organizaciones sociales son escasas y débiles, como en Venezuela, la concentración de recursos implica concentración de poder y la posibilidad de perpetuarlo mediante el clientelismo. Cuando las organizaciones sociales son fuertes, los recursos concentrados se convierten en el objeto principal de la disputa política. En ambas situaciones, las instituciones independientes empiezan a ser vistas como enemigos que los caudillos y los grupos corporativos intentan destruir.
De esa convergencia se nutrió siempre el populismo latinoamericano que hoy renace con el disfraz de un nuevo socialismo. Si miramos más allá de la retórica de la nueva izquierda en Venezuela, Bolivia y Ecuador, ya es claro que el "socialismo del siglo XXI" no es diferente de sus antecesores del siglo XX.
La principal lección parece ser que la abundancia con que la naturaleza dotó a estos países puede respaldar la democracia y el desarrollo sólo si se evita la concentración de esos recursos en manos de la burocracia o su uso discrecional por un caudillo.
Investigador social

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