26/6/07

UE: Salvar los muebles

José Luis López Bulla
Metiendo Bulla.
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Finalmente los primeros espadas se pusieron de acuerdo: habrá un mini tratado. El encuentro ha tenido como telón de fondo la grotesca teatralidad de los gemelos polacos, los Kaczinski, y la tradicional oposición británica, personificada en don Tony Blair, hacia todo lo que huela a cuestión social. En todo caso, el escollo que parecía más duro de pelar (la "Carta de los Derechos fundamentales") tendrá valor legal con carácter vinculante. Pero no será así en el Reino Unido: don Tony aborrece la codificación de los derechos sociales y, de manera particular, la norma que sanciona el derecho de huelga. Francamente, con esos caballeros del new-new-new Labour no me voy a tomar ni una limonada al bar de la esquina. Las Trade Unions sabrán qué hacer, si es que caen en la cuenta, naturalmente.

A decir verdad, el andamiaje constitucional del Tratado ha tenido finalmente una solución razonable, dado cómo están las cosas. Menos mal. Porque contrariamente a lo que puedan decir algunos, pienso que la crisis europea no se deriva fundamentalmente de la insuficiencia de las instituciones aunque, como quien dice, son manifiestamente mejorables. La crisis europea se deriva, en mi opinión, de la contradictoriedad de las políticas de cada inquilino de este patio de vecinos. Lo que es francamente llamativo en el caso de la política exterior. O sea, si con relación a la guerra de Irak u otras situaciones más o menos similares, existe una profunda división, el problema no está en los procedimientos, sino en la subalternidad hacia la política estadounidense. Que en su día protagonizaron de manera muy visible don Tony, Berlusconi y Aznar junto a algunos mandatarios del Este europeo. En todo caso, en este aspecto (el de la política internacional) la ventaja es que tales contradicciones son visibles. Lo que no ocurre, con tanta claridad, en relación a la política económica de la Unión y a sus reflejos sobre la política social. Aquí, las contradicciones son tanto o más profundas, aunque siguen veladas. Es lo que Jean Paul Fitoussi calificó, en su día, como "debate prohibido".

Ha sido un error que nadie con mando en plaza haya seguido las orientaciones de Jacques Delors. Quien, entre los años ochenta y noventa, afirmó lo que cualquier persona con cuatro dedos de frente pensaba: en la nueva fase de la globalización, si cada inquilino del patio de vecinos iba por su cuenta, cada país sería incapaz de hacerle frente a las embestidas del capitalismo internacional. De ahí el planteamiento delorsiano de trabajar por una nueva forma comunitaria, también unificando el mercado interno y creando la moneda única.

Las cosas, sin embargo, han ido en la dirección opuesta: la cooperación que planteaba Delors no sólo no ha avanzado sino que ha sido substituida por la práctica de la competitividad interna: cada cual para sí mismo y el mercado para quien pueda más. Más todavía, en vez de una política económica activa --orientada al crecimiento, el empleo y la salvaguarda del modelo social europeo en sus diversidades-se ha asistido a una política europea de carácter inhibitorio y paralizante. ¿Exageraciones? Pongamos algunos ejemplos.

1) El Banco Central Europeo asumió la lucha contra la inflación, a pesar de ser un puro fantasma, como el eje de la política económica europea. Como no existía riesgo alguno de disparo de la inflación -lo ha dicho mil veces don José Stiglitz y otros científicos con punto de vista fundamentado- lo que se consiguió fue el drenaje de los salarios, la puesta en marcha de una miríada de tipologías de precarización de los empleos y la desregulación de los mercados de trabajo.

2) El Pacto de Estabilidad, al que Jospin le añadió la `morcilla´ "y de crecimiento", ha sido aplicado con absoluta ceguera. Contrariamente a lo que plantearon gentes de sobrada solvencia el gasto público por inversiones se recondujo dentro de los límites de los parámetros de Maastricht (el famoso tres por ciento del PIB): la que no es promovida por los poderes públicos no se pone en funcionamiento. Con lo que se sacrifica para las generaciones presentes y venideras las infraestructuras esenciales, la investigación, la formación, el desarrollo tecnológico, el empleo y tantas cosas que se cantaron con ritmo de bulerías en la Cumbre de Lisboa del año 2000.

3) Además, se ha puesto en funcionamiento una interpretación fundamentalista de la política de la concurrencia. Con la excusa de impedir las ayudas del Estado, favorecer las privatizaciones y las liberalizaciones, la Comisión Europea ha dejado el campo abiertamente abonado a todo tipo de especulaciones financieras, incluso con industrias fundamentales. No pongo ejemplos porque me dejaría en el tintero más de cincuenta casos.

Pero, como se decía más arriba, estas cuestiones de tan grande relevancia están quedando oscurecidas por otras que, aunque no irrelevantes, no tienen el calado de la cuestión económica. Bien, para incidir en ello está la Confederación Europea de Sindicatos. En efecto, el sindicato europeo tiene autoridad para llamarle la atención a quien sea menester. Pero tendrá más autorizada solvencia si sigue siendo, al igual que la Unión, un patio de vecinos donde cada cual va por su lado o un conjunto de retales que, a falta de sastre titulado, no acaban de configurar un vestido razonablemente útil.
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La Insignia/Portada/26/06/2007

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