2/7/07

CONTAMINACIÓN - 97.500 TONELADAS AL AÑO EN ESPAÑA

La bolsa (de plástico) o la vida
En Modburry, el primer pueblo europeo libre de bolsas de plástico, han elegido la vida. Saben que el plástico tarda 150 años en degradarse. En España seguirá el derroche... hasta 2015

Los vecinos del pueblo de Moldbury (izda.) han rechazado el uso de bolsas de plástico.

Foto ANA GOÑI
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ANA GOÑI-Londres
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Solo ante el peligro. Así es como se siente uno momentos antes de llegar al apacible Modbury con una bolsa de plástico colgando de la mano. Y eso porque, según los medios de comunicación ingleses, en este pequeño pueblo cercano a Plymouth (suroeste de Inglaterra), pasear con uno de esos engendros de supermercado es una actividad socialmente peligrosa: no sólo está mal visto, sino que te convierte en un paria, en un marginado al que los lugareños se creen con derecho a amonestar. ¿La razón?
El pasado 1 de mayo, Modbury se convirtió, oficialmente, en la primera población libre de bolsas de plástico de la Unión Europea. Desde entonces, ningún comerciante las ofrece, ningún vecino -dicen- las usa.
Por eso, nada más poner un pie allí con el objeto prohibido, lo menos que esperas es que una horda de lunáticos ecologistas te asalte sin avisar para impedir que sigas ensuciando el planeta como te dé la gana. Pero no. No, al menos, si la primera persona que encuentras al llegar es Peter Slade, el afable dueño del post-office, sede del correo y tienda de chucherías, regalos, tabaco y periódicos. «Si vienes a Modbury con eso -y señala con cierta grima el monstruo con asas- significa que estás reutilizando un plástico que ya existe, no lo estás tirando. ¡No se puede criticar a nadie por eso!», argumenta razonablemente el comerciante.
La tienda de Peter es uno de los centros neurálgicos de Modbury, si es que se puede hablar de centro en una villa que tiene, siendo generosos, dos calles principales, Church Street y su continuación, Broad Street, que no son más que el nombre local de un tramo de la carretera que une Plymouth con Kingsbride, algo más al sur.
A Peter, como al resto de los comerciantes, le gusta hablar de la ilegalización del plástico en Modbury. También a los vecinos. Quizá porque la idea, o el sueño, partió de ellos, y juntos, todos a una, lo hicieron posible.
Todo comenzó en un pub, en el mes de marzo. Allí estaban Adam, el dueño de la delicatessen, y su amiga Rebecca Hoskins, una cámara de 33 años de la BBC. Antes de llegar al bar, habían visto juntos el documental que Rebecca acababa de rodar sobre la vida salvaje en el Pacífico, Message in the Waves (Mensaje en las olas). Un trabajo que le había llevado 14 meses y que la había conmocionado.
«Estábamos en medio del océano, en Midway, a miles de kilómetros de cualquier sitio. Debería ser una zona impoluta, pero no lo es. Parece un basurero. Los animales, particularmente los albatros, se quedan atrapados con las bolsas de plástico, o se las comen. Y tú no puedes hacer nada. Sólo sentarte y verlos morir. Me enfadé, aquello era tan amargo... Verdaderamente me impactó».
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ARREPENTIDOS
No sólo a ella. Después de ver la película, nada más sentarse en una de las mesas del pub, Adam le espetó: «No voy a utilizar más bolsas de plástico». La cadena continuó con Sue, dueña de la galería de arte, y, vistas sus reacciones, Rebecca decidió mostrarle el filme a todos los tenderos de Modsbury, y proponerles secundar la idea de Adam. Acudieron 36 de los 42 comerciantes que tiene el pueblo, y todos aceptaron: a partir del 1 de mayo, en Modbury nada iría envuelto en una bolsa de plástico.
En sólo un mes, hicieron carteles para concienciar a la población del impacto de los plásticos, les mandaron cartas, buscaron alternativas a los envoltorios hechos con petróleo (el 4% del crudo extraído en el mundo se destina a la industria del plástico)... La actividad fue frenética. Y los nervios. Entre otras cosas porque, aparte de lo que dan de sí las granjas, de lo que vive este bucólico pueblo es del comercio. De la gente de la región que viene aquí a comprar, y de los turistas, sobre todo en verano.
Una pareja, de aires hippies, pasea bajo los elegantes edificios que, pintados de colores, jalonan las calles. No tienen tiempo, dicen, para pararse a hablar de la locura ecológica de Modbury. Pero, antes de irse, haciendo el signo de victoria con los dedos, él exclama: «¡Keep the faith!». O, lo que es lo mismo: Mantén la fe.
Es eso, precisamente, lo que hizo Rebecca: mantener la fe en el poder de la gente. Dicho de otra forma: pensó globalmente, actuó localmente. Locales son las 150 bolsas de plástico al día que Adam está dejando de despachar en el pueblo para que los clientes se lleven sus vinos chilenos y sus tartas caseras; globales, los 200 millones de estos embalajes que, sólo en el Reino Unido, acaban como basura en las playas, calles y parques cada año. O los 17.000 millones que reciben los consumidores británicos. Y, sin embargo, cualquiera pensaría que el desastre ecológico que esto supone queda demasiado lejos de Modbury; tanto como Midway.
A menos de cinco kilómetros de playas de arena y cerca del parque natural de Dartmoort, rodeado de grandes prados verdes, de ovejas de cara negra, de árboles y de granjas, parece extraño que nadie aquí se acuerde de la polución. Entonces, ¿por qué ellos? «Precisamente por eso, porque la naturaleza está muy cerca de nosotros, vemos los efectos de lo que hace el hombre. Igual en otros sitios es más difícil, pero aquí lo vemos todos los días. Bolsas y bolsas en las playas...».
Un problema creciente del que tampoco se libra España, el cuarto consumidor de Europa (97.500 toneladas al año) -por detrás de Alemania, Italia y Francia-, donde apenas se recicla un 10%, lo que supone un coste incalculable para el medioambiente. De hecho, una sola bolsa de plástico tarda al menos 150 años en empezar a degradarse, y algunas incluso pueden permanecer estables durante cuatro siglos.
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HECHAS CON PATATA
«Son todavía pocos los españoles que tienen conciencia de este riesgo. Y menos aún los que entienden que para mantener limpio el país con bioplásticos hay que rascarse el bolsillo», dice Alfonso Biel, técnico de Sphere. De su empresa, ubicada en la localidad zaragozana de Utebo y que da empleo a 160 personas, salen desde otoño de 2006 las únicas bolsas de plástico biodegradables que se fabrican en España. Y lo más curioso es que están hechas con el almidón de la patata: una de tamaño normal da para fabricar 10 bolsas. «En 10 días comienzan a degradarse, y pasados 180, se autodestruyen», asegura Biel, quien, a pesar de las ventajas, se queja de «lo difícil» que resulta convencer a los responsables de comercios y supermercados. Resistencia que tal vez se explique mejor por el precio, pues si una bolsa normal le cuesta al establecimiento entre 0,015 y 0,018 euros, una biodegradable sale por 0,055 ó 0,060 euros.
O pagas o ahorras. Es el mensaje que Cicloplast, entidad que agrupa a fabricantes y distribuidores españoles, pretende que cale en la población. «Los clientes, al saber que la bolsa reutilizable cuesta un euro, fruncen el ceño y no la compran. Son pocos los que se interesan por este ahorro», dice la cajera de un Carrefour del sur de Madrid. A esta lucha contra el derroche, promovida antes en Suecia o Alemania, también se han sumado, aunque con precios más bajos (entre tres y 20 céntimos de euro la bolsa reutilizable), Alcampo, Eroski y Día.
Lo que el Ministerio de Medio Ambiente parece tener claro es que 10.500 millones de bolsas que los españoles consumimos al año (238 por cabeza en 12 meses) representan una carga demasiado pesada para nuestro ecosistema. En su fabricación se usa energía, se gastan productos no renovables y se contamina. En tierra y en el mar las bolsas de plástico (el 80% de la producción mundial se consume entre EEUU, Canadá y Europa Occidental) ya forman parte del paisaje. No hay fronteras. En el verano de 2004 uno de estos embalajes, grabado con el nombre de un supermercado español, provocó la muerte de un cachalote en la costa francesa. Tras la necrosia se descubrió que la bolsa tragada por el cetáceo había taponado su aparato digestivo.
Siguiendo la estela de San Francisco (EEUU), donde el uso de bolsas de plástico no biodegradables está prohibido desde el pasado mes de octubre, y la más reciente experiencia de Modbury, el departamento que dirige Cristina Narbona ha puesto fecha de caducidad al uso del plástico. En 2015 el 70% de todas estas bolsas tendrá que ser, por ley, biodegradable. Un poco antes, en 2010, lo harán Francia e Italia, país este último en el que dos empresas, Novamont y Coldiretti, ya han llegado a un acuerdo para fabricar plásticos perecederos a partir del maíz y del girasol.
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EN CASA DE PAQUITA
En la casa madrileña de Paquita no se recuerda ver a alguien de la familia cargando bolsas plásticas. «Aquí, desde siempre, se recicla y se aprovecha todo. Hasta guardo el aceite de las frituras y lo doy para hacer jabón», dice esta mujer de 84 años, madre de cuatro hijos y esposa de diplomático, que no duda en definirse «ecologista por naturaleza». Por eso, cuando se le comenta la historia de Modbury, Paquita Calvo tira de humor y lucidez: «¿El primer lugar libre de bolsas de plástico en Europa? Que va. Ese sitio es mi casa», dice entre sonrisas. Y lleva razón.
Porque Paquita es de las pocas españolas que va a la compra con su bolsa reutilizable, que mete la basura, previamente clasificada en embalajes de cartón o de papel y si hay que utilizarlos de plástico procura que sean biodegradables. «Lo aprendí en Holanda y en Bélgica, en los años 80. Hasta nos enseñaban cómo aplastar y clasificar las latas de conserva usadas para su reciclado. Y lo sigo haciendo. Pero mi ejemplo no ha calado ni siquiera entre mis amistades. En esto del medioambiente los españoles seguimos siendo un auténtico desastre».
No así en la floristería Rosemary, en Modbury, donde la empleada Pamela Melville-McIntosh, 30 años en la villa, se siente muy orgullosa de lo que han conseguido. No sólo ha dejado, por supuesto, de usar las dichosas bolsas, sino que también se ha desecho del plástico de colores con el que despachaban las flores. Ahora utiliza otro completamente biodegradable. Transparente, eso sí. «Las macetas son de plástico», reconoce, como pillada en una falta, «pero yo creo que la gente las reutiliza en sus casas, así que no hay problema».
Modbury le debe su nombre al sajón Moot Burgh, lugar de encuentro. Tal vez por eso, aquí se deja caer todo tipo de gente. A la delicada floristería entra un hombre, con un corazón tatuado en el antebrazo, a comprar una rosa. «No soy de aquí», advierte, antes de que nadie pregunte. Aún así, cuando sale lleva ya bajo el brazo una de las codiciadas Modbury bags. Son de algodón, están hechas en Mumbai (India) siguiendo las leyes del comercio justo, las venden por 3,95 libras (5,85 euros) y en las primeras semanas del experimento ecológico se agotaron las 2.000 iniciales.
La respuesta fue tal que en la página web que los comerciantes han dedicado a su iniciativa (www.plasticbagfree. com), se han visto obligados a recordar: «Si viajas sólo para conseguir una de nuestras bolsas, por favor, ¡piénsatelo dos veces! Es sólo una bolsa. Conducir por el país con una bolsa no es la mejor manera de cuidar el medio ambiente». The South West Co-operative Supermarket, el diminuto supermercado local, vende otra bolsa de algodón a 99 peniques (1,4 euros). Para los olvidadizos, existe otra alternativa menos costosa (5 peniques, 0,07 euros): bolsas de almidón de maíz, que parecen de plástico al uso, pero que son íntegramente reciclables.
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60 PUEBLOS MAS
Eso es lo que se ve en Modbury: los vecinos del pueblo, algún turista, algún habitante de la región que se acerca a comprar buena carne -envuelta por supuesto en papel de maíz- en el establecimiento de Simon... Todos ellos con su gran bolsa bajo el brazo, orgullosos de su empeño común. ¿Todos?
«Sólo cuando suficiente gente comienza a reclamar lo mismo, empieza a alzar la voz, entonces los comerciantes actúan, los gobiernos actúan, la industria actúa», replica la reportera de la BBC, Rebecca.
La voz de los habitantes de Modbury está comenzando a oírse, en su país y en medio mundo. Más de 60 pueblos en Inglaterra, muchos del propio Devon, han reclamado información para unirse a la idea. Y una ciudad como Oxford, que acogió este mes su primer encuentro sobre el cambio climático, ha tomado nota.
La iniciativa aquí ha partido del ayuntamiento, que ha reclamado a los comerciantes que digan no al plástico. Mientras, el gobierno británico parece estar haciendo oídos sordos al clamor. Ni prohibición, ni impuestos. Su último paso en este sentido fue un acuerdo para que las grandes superficies redujeran un 25% sus bolsas para final de 2008. De hecho, M&S ha empezado haciendo, como prueba, un recargo de 5 peniques por bolsa en Irlanda del Norte. Por su parte, uno de los grandes supermercados británicos, Tescos, propone a sus clientes en las propias bolsas que las reutilicen; a cambio, obtienen Green Clubcard Points, es decir, descuentos en la compra. Y Sainsbury's, otro grande, sacó en abril una edición limitada de I'm not a Plastic Bag (Yo no soy una bolsa de plástico) por cinco libras, creada por la diseñadora Anya Hindmarch. En una hora, se vendieron 20.000.
Y, sin embargo, Londres no es Modbury. A las puertas de cualquier Tescos se puede observar el trasiego del plástico: ninguna bolsa entra, pero salen a cientos. Por la calle, pocos, casi nadie, lleva una de tela. Puede que llevar I'm Not A Plastic Bag se considere fashion, pero parece que, al menos por ahora, la idea de ir de aquí para allá con una simple tela bajo el brazo no ha llegado al corazón de todos los londinenses. Pedir una de plástico es más cómodo: no hay que pensar.
Nancy Owen, una ama de casa de Modbury, entiende otra cosa por comodidad: «Es estupendo formar parte de esto. Es importante. Además, estas bolsas son mucho más funcionales. Puedes llevar cualquier cosa...». Para muestra, el chándal de su hijo, que es con lo que carga ella ahora. «Es verdad que te tienes que acostumbrar a cogerla cada mañana, y no podría decir que yo siempre me acuerde», sonríe. Kelly Thorns (19 años), que trabaja en la ferretería, tiene una solución sencilla: la guarda siempre, plegada, en el bolso. Y añade, además, que el de salir con la bolsa puesta no es el único hábito de consumo que ha cambiado: «Antes los clientes te pedían una bolsa para cualquier tontería. Pensaban que estaban pagando por ella. Ahora no, ahora o traen sus bolsas o, simplemente, se lo llevan en la mano». «Gracias a esto la gente cada día está más concienciada», narra su compañera en el mostrador, Jean Dougan, de 56. «Y además -sonríe- esto ha servido para ponernos en el mapa».
Tanto, que Brian Cessidy, aspirante, a sus 68 años, a diácono, y su esposa Sylvia, de 70, llevan dos días por la zona buscando casa. «Lo vimos hace unas semanas en televisión, y nos dijimos: lo primero que haremos será comprarnos una de esas bolsas de tela. Esto es bueno hoy para el entorno, y lo será mañana. Porque los niños hacen lo que ven en sus padres, y nos están viendo preocupados con este tema», sostiene Brian.
La tarde cae en Modbury. El autobús amarillo de la escuela comienza a llenar la calle de niños. Una pequeña cola se forma en el supermercado. De ahí salen Nick Foss y su hija Sophie, de 13 años. Él lleva una bolsa de tela; ella, el pan de molde en la mano. La adolescente ha aprendido bien la lección: «Pienso que es una buena idea», opina. Y venciendo la timidez, añade: «Me parece que hay ciertas especies, como las tortugas, que están amenazadas por las bolsas de plástico...». Cierto.
Puede, como decía el diácono, que la pequeña gran revolución de Modbury esté empezando a dar su mejor fruto. Se llama Sophie.
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Con información de Paco Rego
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elmundo.es-España/Crónica/02/07/2007

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