1/7/07

Leer con niños

01/07/2007
Reseña del último libro de Santiago Alba Rico
Ignacio Echevarría
elmercurio.com
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El título de este artículo es el de un libro publicado en España hace pocas semanas. Su autor es Santiago Alba, ensayista y articulista ya bastante veterano, aunque aún no muy conocido. Como es poco probable que el libro llegue a Chile, dado que ha sido publicado por un sello exigente pero de escasa difusión (Caballo de Troya), vale la pena dar aquí noticia de él. Se trata de un ensayo insólito, que incluye varios pasajes narrativos -cuentos y apólogos del propio Santiago Alba- que actúan a modo de "ilustración" de las tesis del texto. Su materia es inclasificable, y no es cuestión de intentar resumirla ahora, no es éste el propósito de estas líneas. Baste decir que discurre principalmente sobre los niños y sobre los libros, y sobre el valor que unos y otros conservan como modelos de resistencia frente al mundo.La sorpresa mayor que causa la lectura de Leer con niños es la de asistir en sus páginas a una reivindicación de la familia y de sus valores tradicionales formulada desde una perspectiva abiertamente de izquierdas. Durante décadas, escribe Alba, la izquierda ha luchado contra la familia y la escuela como aparatos de reproducción ideológica; sólo ahora se empieza a echarlos de menos precisamente por eso, como los únicos lugares desde los que cabe todavía combatir la naturalidad con que el capitalismo se reproduce por sí solo, conforme a una lógica cada vez más "soltera", es decir, cada vez menos dispuesta a deponer o a suspender sus intereses propios en atención a los compromisos y a los cuidados, tanto afectivos como materiales, que reclama la existencia del otro.Los niños están en peligro, advierte Alba. Y no piensa en términos demográficos, o no sólo. Simplemente, dice, no es cierto, como Freud nos ha hecho creer, que los niños quieran matar al padre. Bien leída, lo que en realidad revela la historia de Edipo -y sugieren infinidad de mitos y relatos populares: desde Saturno a Pulgarcito- es más bien lo contrario: que son los padres los que quieren eliminar a los hijos. Es Layo, rey de Tebas, quien ordena matar a Edipo. En cualquier caso, es Abraham, y no Edipo, la figura que más conviene recordar aquí. Abraham, que aceptó el mandato de sacrificar a Isaac, a cambio de toda suerte de bendiciones. Así obran buena parte de los padres con sus propios hijos, al pensar en ellos como hombres y no como niños, y aceptar librarlos sin resistencia a un mundo que exige de éstos su transformación en trabajadores y consumidores sumisos, en ciudadanos cómplices y obedientes.Estableciendo sorprendentes y agudas conexiones entre el ámbito de la familia y el de los libros, Santiago Alba se atreve a preguntar, provocadoramente, para qué sirven unos y otros. Acerca de estos últimos responde con toda firmeza, pensando sobre todo en los relatos: para familiarizarnos con "otra forma de tiempo". Un tiempo sustraído de la circularidad de los propios apetitos y de su inmediata satisfacción, de la encubierta reiteración de lo mismo que induce la cultura de masas; un tiempo -el tiempo del relato- que reclama su autonomía particular, y que reclama, asimismo, la actuación de facultades -la atención, la espera, la memoria- desatendidas en una época, como la presente, sometida al imperio del gag, de la imagen, de la velocidad.Los beneficios que comporta el aprendizaje de esta "otra forma de tiempo", los vínculos tan distintos que a partir de él cabe establecer con uno mismo y con los demás, sirven a Santiago Alba para proponer la lectura compartida entre padres e hijos, entre adultos y niños, como eficaz estrategia mediante la cual defender a unos y otros de la locura de un sistema en el que el lugar de los niños va quedando progresivamente ocupado por una prole cada vez más numerosa de hombres y mujeres infantilizados, incapaces de concentrarse, de comprender la sucesión y subordinación entre dos acontecimientos, sometidos a la urgencia de la repetición y la novedad como únicos estímulos.Santiago Alba arranca buena parte de sus reflexiones a una experiencia muy singular: padre él mismo de dos niños, muy tempranamente se habituó a leer con ellos en voz alta. Primero fueron los clásicos infantiles, combinados con versiones orales de los mitos griegos o bíblicos; más adelante, una amplia lista de clásicos universales, no sólo juveniles: de Julio Verne a Franz Kafka, de Stevenson a Italo Calvino, de Jonathan Swift a Salinger. Alba revisita las obras de algunos de estos autores, pero también un buen número de mitos o de cuentos del folklore popular, de los que hace lecturas atrevidas y muy originales. Así ocurre, por ejemplo, con la Odisea o con algunos pasajes de Heródoto, con los cuentos de Caperucita roja y Barba Azul, con el Quijote o con la regla de San Benito. El resultado es un libro cautivador y excitante, repleto de destellos: un libro valientemente interpelador, en el que destacan las observaciones muy delicadas sobre los niños, fruto de una atención apasionada y amorosa. Una auténtica rareza en el panorama del ensayismo en lengua española, donde Leer con niños apenas tiene parentescos, sobre todo en lo relativo a su deriva tan aventurera, que en sus mejores momentos recuerda -salvadas las distancias- a Masa y poder, de Elias Canetti, autor que Alba parece haber leído con especial delectación.

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