7/8/07

El reto de ser chino en México

Una modelo de origen chino ondea una bandera mexicana en un desfile de modas que tuvo lugar ayer en el Zócalo capitalino.
(EFE)
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Esa comunidad se ha sobrepuesto al racismo para poder salir adelante
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Gardenia Mendoza Aguilar
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MÉXICO, D.F.— Veintitrés mil chinos en un país de más de 100 millones parecería poca cosa, sin embargo, esta comunidad en México se ha sobrepuesto al racismo, el idioma y la estigmatización para ser exitosos empresarios, comerciantes, profesionistas, intelectuales y artistas que representan con orgullo a sus dos patrias.
"No es fácil vivir en medio de una cultura con costumbres tan arraigadas", comenta Jimmy Li, representante de la Cámara de Empresarios Chinos en México [que aglutina unas 150 firmas], quien llegó al país hace 18 años y adoptó la ciudadanía. "Si te adaptas, no puedes irte de aquí".
Li era funcionario de la paraestatal petrolera Xino Chen, que lo contrató por su dominio del idioma español —estudió idiomas y relaciones internacionales en Shanghai— para trabajar en México. Estuvo de 1989 a 1994. Después de ese período creyó que era el momento de volver a su tierra natal.
Su sorpresa en Asia fue que ¡extrañaba la tierra del chile! Y sus amigos le insistían con vehemencia que regresara: "Tú ya no eres chino", decían, "ya piensas diferente, mejor vete a México".
Empacó sus maletas y regresó para emprender un negocio de importaciones y exportaciones. Se casó con una muchacha china y hoy tiene dos hijas mexicanas por nacimiento, una compañía próspera y dice "canijo" e "híjole", dos localismos.
Para Li, la integración al mercado mexicano ha sido relativamente fácil porque tiene como política no competir con los productos locales. "Importo mercancías de todo tipo que no se elaboran en México como aisladores, gasas hemostáticas, termómetros, jalea real", revela orgulloso de su habilidad para armonizar con los dos mundos.
De hecho, su oficina es una especie de museo de "encuentro de dos mundos" con banderas, libros en mandarín y castellano, billetes con Maos y Benitos Juárez, dragones y quetzalcóatls en escritorios, paredes, repisas, tableros y cristales.
La mayoría de los chinos es más nacionalista, sobre todo cuando se habla de comercio. Y poco a poco están penetrando en el país: desde 2003 el "Tigre Asiático" es el segundo socio comercial de México después de Estados Unidos, pero le vende más de lo que compra.
El Centro de Estudios China México (Cechimex) documenta que en 2004 la relación entre las importaciones y exportaciones provenientes de ese país asiático fue de 31 a 1.
Además, cuenta con 278 empresas establecidas formalmente, entre ellas TCL, la mayor productora de televisiones en el mundo; Lenovo, la tercera fabricante global de computadoras, y Sinatex, que forma parte de un conglomerado industrial de textiles, maquinaria y farmacéuticos.
A pesar de esta expansión, la comunidad china en México aún no percibe recelo, envidia, desconfianza o sentimientos racistas por parte de los mexicanos como sucedió a principios del siglo XX cuando cerca de 12 mil chinos fueron contratados para laborar como jornaleros, mineros y constructores en los estados de Sonora, Baja California, Coahuila y Chiapas.
El movimiento antichino se inició con la matanza de 303 chinos en Torreón, Coahuila, en 1911, perpetrada por fuerzas revolucionarias al mando de Emilio, hermano de Francisco I. Madero.
La cultura del ahorro y su habilidad comercial había ayudado a los chinos a abrir sus propios negocios. Después formaron agrupaciones y partidos políticos, despertando la xenofobia de los nativos.
Los gobiernos de los estados con el visto bueno del entonces presidente Pascual Ortiz Rubio acosaron a los chinos por decreto imponiendo cuotas, anulando sus garantías individuales y hasta sus matrimonios con mexicanas y acusándolos de mercadear drogas: se les persiguió y deportó hasta casi el exterminio.
Así se explica la escasa población china. Actualmente la embajada china contabiliza tres mil residentes chinos y 20 mil mexicanos de origen chino dedicados principalmente a la gastronomía y el comercio y en menor escala a la burocracia y a la vida profesional.
Están distribuidos principalmente en las ciudades fronterizas de Tijuana, Mexicali Chiapas y en el Distrito Federal, donde cada año realizan la "Fiesta del Dragón", en el barrio chino, y una peregrinación a La Villa, para "agradecer la hospitalidad de la Virgen de Guadalupe".
Algunos están en México porque sus antepasados se aferraron al país y regresaron cuando terminó la persecución de chinos, a finales de los años 30. Es el caso de Juvencio Wing Shum, uno de los catedráticos más destacados en economía en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).
El padre de Wing Shum era un emigrante cantonés que se aventuró a trabajar en la construcción del ferrocarril en Oaxaca en 1914 contratado por una compañía inglesa que le daba trato de esclavo. Huyó a la Ciudad de México en 1927, en plena campaña antichina, y fue deportado.
En China se casó por segunda vez con una muchacha de 14 años a quien convenció de que México era la "maravilla del mundo" y regresó para establecerse en Minatitlán, Veracruz, al sur del país, donde vio nacer a su siete hijos, entre ellos Juvencio.
"Éramos muy pobres, pero salimos adelante. Todos los hermanos estudiamos en la universidad mexicana", cuenta el académico, quien también tiene un doctorado en economía del desarrollo en la Universidad de París.
"Con esfuerzo se puede todo. Lo único que no he logrado es que mis compatriotas mexicanos me consideren uno de ellos sólo porque tengo rasgos orientales. Siempre he sido ‘el chino’. Mi hija que es mitad mexicana también es ‘la china’".
Uno de los esfuerzos más intensos para eliminar los prejuicios lo encabeza Eduardo Auyón, un intelectual oriundo de Guangdong, China, pero que vive en Mexicali, Baja California, desde hace 52 años, ha fundado la Alianza Pro Unificación Pacífica de China en México e impulsado vehementemente la Asociación China local.
"Mi deseo es abrir un museo en honor a los chinos caídos en México para que se conozcan sus contribuciones y sacrificios"
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La Opinión Digital-Usa/07/08/2007

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