26/8/07

Los Movimientos Sociales en México (Primera Parte)

La participación de la sociedad mexicana se encuentra ante una doble dificultad: por un lado, el uso que de ella hacen los partidos políticos (o los amparados en la política oficial) a favor del un clientelismo…; por otro, la represión de la que es a través de los medios masivos de comunicación (mas media) que aseguran la hegemonía de los grupos de poder real.
Malandro
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“La muerte de los demás es la vida de los muros.
Desde luego, todos sostienen lo contrario.
Todos vuelven sus miradas, sus esperas, sus esperanzas hacia el pueblo.
Pero el pueblo está separados de ellos porque los amurallados,
como individuos, viven una vida ajena al pueblo.
Sean cuales fueren las diferencias que los separen,
algo más fuerte los une: vivir dentro de los muros.”
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Vassilis Vassilikos
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Estos dos elementos son combinados de manera magistral en el país para desalentar todo intento de transformación.

Aún así, y sorteando todas las dificultades, la sociedad mexicana ha logrado estructurar, desde abajo, movimientos para la participación, la resistencia, y contra el atropello. Movimientos que de manera decidida presentan la defensa de iniciativas locales que involucran espacios geográficos concretos del territorio nacional.

Los movimientos sociales evolucionan en el marco de sus circunstancias, algunos logran obtener sus demandas e imponerse a las condiciones en las que los coloca la partidocracia en el país: aislándolos, alargando los tiempos de respuesta a sus demandas, generando vacío a sus propuestas e incluso llegando a la persecución, encarcelamiento y desaparición de los dirigentes visibles de los grupos.

La trayectoria temporal y espacial de los movimientos sociales hace que no sea fácil una coordinación nacional, porque, simplemente, la demanda en el movimiento social condiciona los tiempos de participación que tiene el grupo en el contexto de la necesidad especifica sobre la que se han conjugado (infraestructura urbana, protección del ambiente, derechos sociales y humanos, entre otros).

¿De qué manera es posible una unidad nacional de los movimientos sociales que específica y circunstancialmente se presentan en México? ¿De qué forma si sus circunstancias son tan disímbolas? La unidad del movimiento social, en una sociedad como la mexicana, en la que se ha sembrado la desconfianza hacia los partidos políticos representa un gran reto, pero debemos de considerar que esa desconfianza es el mecanismo con el cual se asegura la integridad de la “clase política” en el país; con la que se mantienen los muros invisibles que separan a la sociedad en individuos respecto a las tragedias humanas en las que se debate la vida cotidiana.

Es necesario preguntarnos: ¿Realmente están en crisis los partidos políticos o es una campaña que permite contener los deseos de transformación en la sociedad mexicana? No podemos negar que los partidos políticos se encuentran en un bache de credibilidad, pero también es indiscutible que de manera abierta se promueve la no participación de la sociedad en la organización de nuevos partidos en el país.

Es pertinente considerar que la falta de credibilidad de los partidos políticos es una de las formas de asegurar el poder en unos cuantos partidos (PRI, PAN, PRD y la chiquillada o fauna de acompañamiento), aislando a la población de la formación política que le permitiría participar en cada uno de los procesos sociales con una mayor capacidad de decisión.

Trascender al movimiento social en el país para lograr una coordinación nacional no es posible desde los propios movimientos sociales, ni es saludable considerar que al lograr ésta, será necesario condicionar toda protesta a la unidad nacional programática; en todo caso lo que se debe buscar es conjuntar mecanismos de formación compartida de los militantes de los distintos grupos que se movilizan en país.

Es importante la formación de los militantes para que los movimientos sociales se abstraigan de las condiciones coyunturales en las que existen; es imperativo que manejen un conjunto de elementos, entre los que se encuentran, la constante transformación de las condiciones en las que se desarrollan las demandas de su grupo, el análisis de medios de comunicación y la transformación de sus contenidos y de manera indispensable, el desarrollo de una vida cotidiana que permita el manejo de significados que sean socialmente compartidos por los distintos grupos.

La participación de los partidos políticos en México ha mediatizado a los movimientos de la sociedad, condicionando su desarrollo y conclusión. Deslindarse de los partidos políticos incluso se ha presentado como un practica necesaria para garantizar la independencia de las organizaciones, pero al mismo tiempo las aísla de otros movimientos en el país, lo que permite que actúen de manera rápida las fuerzas del estado para desplegar dispositivos de contención territorial y explotar las condiciones socioculturales en las que se desenvuelve el movimiento específico.

Quienes hemos participado en la formación y desarrollo de movimientos sociales podemos dar cuenta de las dificultades a las que se enfrenta toda organización al momento de establecer mecanismos de educación de sus militantes. Son enormes las dificultades, una de las más penosas: la ausencia de referentes que permitan la formación consistente en el trabajo político…; ausencia que en muchos casos las condenan a relaciones de tipo afectivo, sin un proceso de comprensión de las circunstancias enlas que se desenvuelve su participación.

Los ciclos de los movimientos sociales requieren que se presente un conjunto de experiencias que de manera continua estén fortaleciendo el análisis de las circunstancias específicas en las que se desarrollan.

En nuestro país, la oscilación de los movimientos sociales -ese continuo ir y venir de los individuos- impide que el conocimiento permanezca en los espacios sociales en los que se han desenvuelto la actividad.

Marcar el ritmo de los tiempos en los que se desarrollan las demandas, y lograr la coordinación de los movimientos sociales, requiere que se tenga la capacidad para armonizar el conjunto de las necesidades que desde la realidad mexicana se presentan.

Trascender del movimiento reactivo, a la planificación de cada una de las demandas en el país requiere de una transformación de la cultura de la participación en la sociedad; no una participación focalizada en los momentos de coyuntura, sino en el diálogo cotidiano que, implícitamente, reprueba la demanda y la organización como ejercicios legítimos.

Con el utilitarismo y el economisismo no pocos grupos de izquierda, condena a la sociedad a un permanente ensayo y error, sin pasar a una fase de transformación de la cultura.

No podemos participar de manera ingenua en los movimientos sociales, pues la represión de la oligarquía incrustada en las instituciones del estado mexicano se ha agudizado, lo que hace necesario que la sociedad profundice en la capacidad de respuesta organizada sin presentar frentes vulnerables en los que se “justifique” la agresión.

La competencia entre el sistema de partidos (partidocracia) y la organización de la sociedad desde las bases es enorme. Los partidos políticos de manera permanente están formando grupos de captación de la demanda social con el fin de aumentar las filas de sus militantes y negociar de forma emergente. El clientelismo es una realidad en el quehacer político del país.

La coordinación del movimiento social es una labor titánica para los miembros de cualquier organización. Los intereses y las variables que intervienen en la estructura de las organizaciones no pocas veces definen sus políticas de alianzas; sus intenciones prospectivas…, impidiéndoles con ello abstraerse de las demandas inmediatas.

Debemos decir, que en condiciones de recursos escasos (económicos y sociales) es pertinente que todo movimiento social tenga uno o dos objetivos específicos a partir de los cuales se problemátice (se debata) de manera permanente las condiciones en las que se presenta su actuar. Con ello, en medida de la conceptualización de los objetivos específicos, el reconocimiento de los puntos concordantes de las actividades “disimiles”.

La transformación de la realidad política mexicana no puede ser una “revolución de diseño” como la que se presentó en Sudáfrica, en la que las grandes necesidades de los mexicanos sean puestas al final de la fila de los problemas a resolver por un poder emergente en el país. La desigualdad en la que se encuentran grandes conglomerados sociales en México nos indica que los ciclos sociales de la sociedad mexicana requieren de transformaciones radicales del estado de cosas en los que se defina el reparto del poder y la movilidad social.

Los movimientos sociales no se pueden analizar por las leyes de la física, no son una simple reacción de aspectos cuasisticos los que intervienen en su gestación… Hay definitivamente aspectos que aglutinan a la sociedad entorno a necesidades que le son comunes a amplias capas sociales. Es en esta convergencia donde deben incidir los movimientos sociales.

La unidad es un paso necesario no sólo para la unificación de las demandas nacionales, también para presentar un frente a la oligarquía nacional. Por ello que no nos engañemos, no basta esa unidad para la ruptura cultural con el estado mexicano; es necesario desmantelar de raíz los elementos preceptúales con que se ha conformado (y se soporta) una cultura del discurso fácil al interior de los movimientos sociales.

No debemos conformarnos con la unidad de los movimientos sociales en el territorio nacional, es importante aspirar a la organización de un partido, una organización revolucionaria que coordine los esfuerzos aislados tanto de movimientos sociales consolidados, como de los pequeños grupos que emergen continuamente en el país ante las contradicciones en el capitalismo y como expresión de la lucha de clases.

Los movimientos sociales se presentan de manera continua en el devenir histórico,porque la necesidad de transformación de la realidad se expresa en ellos; no son pues, productos de la espontaneidad sino de los deseos que se han acumulado en amplias capas sociales que se expresan en circunstancias específicas.

Al formar parte México de una realidad mundial, y ser a su vez el producto de múltiples realidades regionales, no está desvinculado de los acontecimientos que repercuten en la escala de valores y conceptos con la que los individuos interpretan su realidad mediata e inmediata; lo que deberá ser considerado al momento de interpretar el contexto en el que se participa. Es decir, la intención de una unidad nacional no socava (ni deberá socavar) las particularidades propias de los movimientos sociales en función de asegurar la existencia de una organización nacional; tanto más, que es esa diversidad de perspectivas lo que asegura su existencia y desarrollo.

Como hemos analizado, el sistema político mexicano se soporta en los contenidos discursivos que se esgrimen en el lenguaje cotidiano manipulado por los medios de comunicación. Despojarlo de éste elemento de mediación condicionada es el primer paso en la transformación social.

Es necesaria la comprensión de éstos contenidos discursivos en los cuales se cimientan el signo y el significado del diálogo cotidiano. Ello significa develar el estado actual de nuestra actividad dialógica: “semánticas gastadas” y limitadas por estilos de consumo y valores fatuos que son impuestos en nuestra cultura; pero, también, sopesar desde las condiciones reales los escenarios posibles.

El movimiento social en México debe consolidarse como parte de la herencia cultural de la sociedad; su existencia debe trascender el ensayo y error que no permite, insisto, incorporar valores culturales propios en pos de una coordinación nacional que haga frente al ataque del imperialismo contra cualquier forma de organización.
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kaosenlared.net - España/26/08/2007

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