19/8/07

Una gran ocasión para el campo asturiano

Desde hace unas semanas, en el mercado de Pola de Siero, el gran foro agrario asturiano, los tratantes y los ganaderos no hablan de otra cosa: el litro de leche se paga a precio de oro. Un inesperado optimismo inunda el campo, tan necesitado de noticias positivas, tan machacado durante años por el fatalismo y, desde la entrada en la UE, postrado por una inmerecida reputación de sector antieconómico y sin futuro.
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Hace seis meses, un ganadero percibía, como media, unos 30 céntimos de euro por litro de leche. Ni los más pesimistas dudan ahora que acabará el año recibiendo 42 céntimos o más. El consumidor también lo nota. Dentro de poco la leche del supermercado costará tanto como la gasolina. Todo esto está ocurriendo por la más elemental de las leyes del mercado: no hay oferta y se dispara la demanda. Hace sólo unos meses la realidad era que sobraban productos lácteos y no había donde venderlos. No hay una única razón que pueda explicar tan drástico cambio. La producción de leche ha caído en Francia, Alemania, Gran Bretaña e Irlanda, los grandes lecheros de Europa. Es la consecuencia de la Política Agraria Común, reformada hace dos años. Para evitar excedentes se fomentaron golosas subvenciones que los ganaderos reciben por no trabajar. Desde el objetivo que se perseguía, desanimar el mercado lácteo, esta política ha sido terriblemente eficaz. Se han producido deserciones en masa. En la coyuntura económica actual resulta demoledora. Pagar por no producir siempre resulta un pésimo principio económico. Una pertinaz sequía ha mermado la capacidad exportadora de Australia y Nueva Zelanda, otros dos gigantes lácteos. Brasil, sexto productor mundial, cambia la vaca por el maíz y la soja. La alta cotización actual de estos cereales y su cada vez mayor demanda para producir etanol, un combustible alternativo a la gasolina, hace que las grandes estancias ganaderas brasileñas se destinen ahora a plantaciones. Y, en fin, el gobierno Kirchner en Argentina ha penalizado las exportaciones para potenciar su mercado nacional. De repente hay menos leche en el mundo. Justo cuando el consumo se dispara en China, India y Rusia por el cambio en los hábitos alimenticios y la mejora de su renta per cápita. Por demografía, son mercados de demanda gigantesca. La industria no da abasto. En Europa no hay almacenado en este momento ni un solo gramo de leche en polvo o mantequilla. Todo lo que se produce se consume. Ni siquiera hay nuevas vacas lecheras. Durante los años de hastío y penalidades lácteas, los ganaderos prefirieron llevar los terneros al matadero antes que recriarlos para renovar las granjas. Es previsible que este panorama se sostenga. El consumo lácteo es poco elástico: aunque suba el precio, la demanda se mantiene. Después de años predicando la catástrofe al sector parece, y dicho sea con todas las cautelas, que le toca gozar de una época de vacas gordas. Los gobernantes tienen muy difícil ofrecer una explicación coherente a esos ganaderos a los que hasta ahora han vendido, con machacona insistencia, el mensaje contrario. Ningún analista, ni uno solo de los muchísimos, y bien pagados, gabinetes de funcionarios de Bruselas, fue capaz de prever el cambio de tendencia. Al contrario, hasta hace bien poco auguraban un desmoronamiento de los precios. Demuestran, con su estrepitoso fracaso, que hay cosas del mercado que sólo el mercado solventa, y que la medicina del intervencionismo acaba a la larga por convertirse en mal más pernicioso que la propia dolencia. La política agraria necesita un giro radical. Si las cuotas que limitan la producción ya eran cuestionadas, ahora resultan poco convenientes. La prudencia es siempre la mejor aliada. Sería un tremendo error caer en el entusiasmo desbordado, entre otras cosas porque, como con realismo avisó la viceconsejera asturiana de Medio Rural, «los créditos siempre hay que devolverlos». Los ganaderos han afrontado cuantiosas inversiones para mejorar sus establos y están fuertemente endeudados como para meterse en aventuras. Pero esta nueva coyuntura debe de marcar un punto de inflexión en el pesimismo que hasta ahora invadió al campo. Estamos, como señaló Nicolás López, presidente de la Federación Nacional de Industrias Lácteas, en una entrevista con LA NUEVA ESPAÑA, ante «una ocasión de oro» para propiciar un vuelco. Llegó la hora de revalorizar la actividad agraria, de que los ganaderos recuperen la autoestima y de que dedicarse al campo -y, además, vivir en él- sea una actividad rentable y socialmente apreciada. Es el momento también de recuperar a los jóvenes, que huyeron despavoridos por años en los que todo se les pintó de desaliento y pesimismo. Para aprovechar esta oportunidad, Asturias necesita empezar por redefinir su modelo ganadero. El tamaño de sus explotaciones, familiares y con una media de 30 a 40 vacas, y el uso de sus pastos como base de alimento, que son la esencia de la casería tradicional asturiana, vuelven a revelarse, a decir de los expertos, como sus grandes ventajas. Con la actual perspectiva de precios, aprovechar al máximo los recursos propios es la mejor vía para producir a costes bajos. Mantener las comarcas rurales con una actividad viable es de capital importancia incluso para conservar la belleza de Asturias. Esto sólo será posible si la ganadería las sustenta. La ganadería asturiana ha mejorado muchísimo y puede aspirar a igualar en calidad a las punteras de Europa, pero una adecuada gestión de los tiempos de bonanza que ya llegan puede significar otro gran salto adelante. Tras años de desaliento y pesimismo, el campo se lo merece.
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La Nueva España/19/08/2007

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