19/9/07

Brasil, una apuesta digna de apoyo

Ofensiva económica y diplomática de Lula

Lula da Silva y su esposa, acompañados por el premier noruego, Jens Stoltenberg
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Por el bien de sus gentes y por el de la estabilidad regional, Brasil debe seguir recibiendo el apoyo de las naciones más desarrolladas tanto en la compra de etanol de origen cerealístico como en muchos otros campos de cooperación donde las nuevas tecnologías de la comunicación no son el plato menor.
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Los medios de comunicación denominan “diplomacia del etanol” a la ofensiva internacional que el presidente brasileño, Luis Inázio Lula da Silva, ha ido consolidando estos días en su gira europea. En España y cuatro estados del área nórdico-báltica, Lula deja claro que los vínculos económicos que está tejiendo con naciones desarrolladas son serios, llevan el marchamo de la ortodoxia económica y prefiguran un papel deseable y probablemente estabilizador. Alejándose progresivamente del radicalismo izquierdista de su difícil vecino Hugo Chávez, Lula parece querer lo mejor para su país. No obstante esto, ni se puede ni se debe olvidar su origen extremista, dirigente de un partido de raíces trotskistas y patrocinador de los más renombrados foros antiglobalizadores, celebrados en Porto Alegre. Con estas credenciales y a pesar de ir asemejándose a un “liberal” atacado de realidad, desde su primer baño de fervor revolucionario en esas retrocelebraciones de 2001 hasta los abucheos propinados por los decepcionados en 2005, el presidente brasileño podría “avanzar” de nuevo hacia su propio pasado si el éxito económico no le acompaña en su intento de ser parte del mundo próspero.
La importancia que la política actual de Lula pueda tener en Iberoamérica y el efecto moderador que produzca en su entorno están, lógicamente, condicionados por varios factores. En primer lugar hay que tener en cuenta el tamaño de su economía, que figura entre las emergentes del mundo, soportada por una demografía incontestable. En segundo lugar, su apuesta por la formalidad institucional democrática parece suficientemente seria no siendo ajena a la pretensión del gobierno de situar a su nación entre las mejor calificadas para atraer inversiones extranjeras en medio de un marco institucional estable y progresivamente más transparente. También es necesario observar con detenimiento qué papel está jugando su esfuerzo por alcanzar una mayor suficiencia energética que le permita suavizar la fuerza del abrazo gasístico y petrolero de su, inestable en todos los sentidos, vecino bolivariano. En este marco, por fin, y valorando los acuerdos comerciales europeos que refuerzan los ya firmados con los EE UU, es necesario encomiar la necesidad de que esta creciente colaboración euro-norteamericana sirva para afianzar a Brasil en la senda de las naciones responsables y prósperas.
Brasil es un gigante, y lo es no sólo en términos de exportaciones, sino de importaciones, las cuales podrían suponer para economías menores que la suya un factor de vinculación política a tal gigante y, para las mayores, un elemento de vinculación en sentido recíproco. Desde la creación de Mercosur, esta inestable fortaleza económica ha sido la segunda exportadora a Brasil mas, en el presente año, las importaciones brasileñas desde este entorno han descendido en 2.234 dólares USA pasando de la segunda a la tercera posición. ¿Quién ha arrebatado este importante puesto a Mercosur?. Pues nada menos que China.
Por otra parte, es destacable el hecho de que Brasil está incrementando la presencia no latinoamericana en su economía debilitando, de esta manera, el papel vinculante que, en el plano político, podría jugar con sus vecinos. En cuanto a las inversiones extranjeras, son los EE UU y España las dos naciones más presentes en el país de Lula cuyos esfuerzos por presentar una imagen atractiva de su economía van parejos con el deseo de garantizar dichas inversiones huyendo de los nefastos ejemplos que los retrosocialistas Evo Morales y Hugo Chávez están dando. La seguridad jurídica que Lula ofrece a los inversores europeos va pareja al interés de estos por hacerse con buena parte del pastel del Plan de Aceleración del Crecimiento (PAC) que pretende desarrollar en los próximos años y del que se espera que sitúe a Brasil más cerca de los más grandes y a millones de ciudadanos suyos más lejos de la pobreza.
Pero es en la cuestión energética donde, dados los tiempos que corren, se vuelcan los intereses estratégicos más sensibles de Brasil. La capacidad de la empresa estatal de hidrocarburos, Petrobrás, precisa de ser complementada con acuerdos con la petrolera venezolana. Pero en este asunto también se han enfriado las relaciones. Es así que, en breve, los mandatarios de ambas naciones hablará de la posibilidad de relanzar lo que parece ya herido de muerte: el gasoducto conjunto de Manaos. No es el primer proyecto conjunto acordado en años anteriores que está sufriendo retrasos, achacados por Chávez en su circo televisivo de “Aló, Presidente” a la influencia norteamericana sobre Lula. Lo cierto es que importantes voces de la economía brasileña se alzan contra este y otras colaboraciones que les sujetarían estratégicamente a Venezuela en detrimento de la imagen internacional que semejante socio les acarrearía.
Este deterioro de las relaciones económicas, que no será salvado más que aparentemente en la cumbre Brasil-Venezuela del día 20, viene acompañado con refriegas político diplomáticas entre ambos estados. Es así que, en junio pasado, el Senado de Brasil condenó al gobierno del protodictador Chávez por el enmudecimiento de un medio caraqueño: Radio Caracas Televisión. La declaración brasileña y el cruce de acusaciones entre Lula y Chávez alejan el fantasma del radicalismo de la política brasileña. Y, aunque debamos aplaudir tal posición no podemos esperar, por el contrario, que el régimen populista cavernícola de Chávez vaya a dejarse alterar lo más mínimo. Y, para abundar en el posicionamiento de Lula lejos de la locura diplomática de Chávez, acaba de ignorar a su vecino en la escalada de enfrentamientos verbales que éste mantiene con los Estados Unidos.
Todo lo anterior, referido al debilitamiento de las relaciones entre Brasil y Venezuela, viene apuntalado por la citada al comienzo “diplomacia del etanol”. La diversificación de fuentes de suministro energético es el gran problema estratégico de todas y cada de una de las naciones del mundo. El descubrimiento que los brasileños han hecho de sus posibilidades en torno a la producción de biocombustibles y la demanda que de éstos hacen Europa y los EE UU ayudan a Lula a ralentizar los acuerdos gasísticos con Venezuela.
¿Cuáles han de ser, por tanto, los ejes deseables de la política de Brasil?. Por el bien de sus gentes y por el de la estabilidad regional, Brasil debe seguir recibiendo el apoyo de las naciones más desarrolladas tanto en la compra de etanol de origen cerealístico como en muchos otros campos de cooperación donde las nuevas tecnologías de la comunicación no son el plato menor. Es importante también que esta mayor intensidad económica y el progresivo enriquecimiento de Brasil sigan fortaleciendo su compromiso con unas democracia estable tanto dentro como en la región latinoamericana.
No obstante lo anterior no debemos desdeñar los peligros que aún penden sobre esta vía de avance. Por un lado, y como ya apuntamos, Brasil está reduciendo no sólo porcentualmente sino en cifras absolutas el beneficio económico que proporcionan sus importaciones a naciones vecinas como Argentina. Por tanto, la positiva influencia que podría jugar en su entorno se irá ciñendo solamente al éxito que la vía brasileña hacia la modernidad tenga en los próximos años y éste, sin duda, no impresionará a las camarillas que copan el poder en Venezuela, Bolivia o Ecuador, al menos.
De la consolidación del programa político y económico de Lula depende que Brasil dé pasos hacia la prosperidad, hacia la moderación de la política iberoamericana y corte, así, las amarras que aún puedan quedar con el pasado ideológico poco presentable de Lula y su Partido de los Trabajadores.
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Diario de América - USA/19/09/2007

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