8/9/07

Los riesgos que corremos todos. El cambio climático ya comenzó

Manuel E. Yepe
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La humanidad no fue capaz de valorar a tiempo, ni siquiera ha valorado bien aún, una amenaza para su propia supervivencia que ya ha dejado de ser perspectiva para convertirse en trágica actualidad
Confieso que hace apenas quince años que comencé verdaderamente a interiorizar la gravedad de aquellas primeras tímidas advertencias que hacían los climatólogos de que nos amenazaba un cambio de clima causado por el calentamiento global provocado por los gases de efecto invernadero con que el hombre venía agrediendo a la naturaleza. Pero aquella alarma apenas me convocaba a sentir conmiseración por las futuras generaciones que debían encarar tamaño problema.
Los hechos demuestran que la humanidad no fue capaz de valorar a tiempo, ni siquiera ha valorado bien aún, una amenaza para su propia supervivencia que ya ha dejado de ser perspectiva para convertirse en trágica actualidad.
Aunque cambio climático es toda variación global del clima de la Tierra, se ha generalizado su uso para identificar específicamente los cambios atribuidos -directa o indirectamente- a la actividad humana que altera la composición de la atmósfera mundial y, junto a las causas naturales de las variaciones del clima, determinan parámetros y escalas tales como temperatura, precipitaciones, nubosidad y otras.
En apoyo a los llamados de los climatólogos, personalidades de importantes responsabilidades políticas y estatales, como el presidente cubano Fidel Castro y el ex candidato presidencial y ex vicepresidente estadounidense Al Gore, entre otras celebridades en el campo de la política, han mostrado sensibilidad ante la gravedad del tema y han contribuido a extender una alerta que quizás sea ya tardía.
También han pronunciado impresionantes llamados que tocan las fibras emotivas hasta del más insensible, expertos en los más diversos campos del saber.
El economista Sir Nicholas Stern, en un informe de 700 páginas sobre el impacto del cambio climático y el calentamiento global sobre la economía mundial (Stern Review on the Economics of Climate Change) que redactó por encargo del gobierno de Gran Bretaña y fue publicado el 30 de octubre del 2006, aseguró que si no se dedica una inversión de no menos del 1 por ciento del Producto Bruto Interno (PBI) mundial para mitigar los efectos del cambio climático, el mundo entraría en una recesión que podría alcanzar el 20 por ciento del PBI global.
“Nuestras acciones en las décadas inmediatamente venideras pueden implicar el riesgo de una disrupción de la actividad económica y social durante el resto de este siglo y el siguiente, de una escala parecida a la de las grandes guerras y la Gran Depresión”, pronostica Stern.
La economía mundial –asegura- caerá un 20 por ciento si no se frena el calentamiento del planeta, la riqueza de la Tierra se reduciría en cerca de 10 billones de euros y se produciría un colapso económico superior al crack del 29.
Citando a la Organización Mundial de la Salud (OMC), alerta que aumentarían las enfermedades respiratorias, las diarreas y los problemas de piel por el impacto solar. Las temperaturas serían más extremas, habría más sequías, más tormentas, más olas de calor, inundaciones y tifones que supondrían la pérdida de vidas humanas y la desaparición del 40 por ciento de las especiales animales y vegetales del planeta.
El informe netamente económico de Stern, sin embargo, manifiesta que no todo está perdido, porque se puede intentar frenar el calentamiento global y dar una oportunidad a las generaciones futuras si se logra disminuir la demanda de bienes y servicios intensivos en emisiones de dióxido de carbono para reducir por esa vía los efectos del calentamiento global. Recomienda la concertación de acuerdos que promuevan investigaciones sobre tecnologías limpias y eficaces para la generación y consumo de electricidad, calefacción y en el transporte; frenar la deforestación -que responde por el 18 por ciento de las emisiones de gases de efecto invernadero, superada solo por la electricidad, con un 24 por ciento- y la posibilidad de insertar políticas a favor del medio ambiente dentro de las estrategias internacionales de desarrollo.
Por su parte, el científico británico James Ephraim Lovelock, meteorólogo, escritor, inventor y ambientalista, tenaz opositor del armamentismo atómico que ha devenido promotor del uso de la energía nuclear “porque no hay tiempo para descubrir otra energía alternativa suficientemente eficiente para disminuir el abuso de los combustibles fósiles y evitar que el sistema atmosférico llegue a un punto sin retorno que lo desestabilice” asegura que la emisión a la atmósfera de dióxido de carbono supera hoy las 430 partículas por millón y, a este ritmo, en menos de 30 años la temperatura del planeta habrá aumentado dos grados y, en el año 2050, será cinco grados mayor que la actual y se habrán deshelado los polos.
El aumento de la temperatura terrestre tiene un efecto directo en la subida del nivel de los océanos y el acceso de la población mundial al agua potable y Lovelock advierte que con un grado más, se fundirá el hielo de los pequeños glaciares; con dos grados, entre 20 y el 30 por ciento de la población del Mediterráneo y el Sur de África tendría problemas de suministro de agua potable, y cinco grados más supondría la desaparición de países como Blangladesh o Vietnam.
Pronostica que los muchos millones de habitantes de estos últimos países intentarán desplazarse a otros países, donde no serán bien recibidos. En todo el mundo habrá muchas guerras y mucha sangre.
Ciudades como Londres, Nueva York, Hong Kong, Tokio, Buenos Aires o El Cairo quedarían debajo del mar. La agricultura y las cosechas también sufrirían las consecuencias del calentamiento global. Las tierras de cultivo de toda África se verían muy afectadas con tan sólo el aumento de dos grados, y tres grados más harían que 500 millones de personas queden sometidas a hambrunas por la sequía.
Cuatro grados más de temperatura harían desaparecer tierras productivas en todo el mundo. El hambre, la falta de agua y su contaminación, traerían consigo el aumento de las enfermedades, incluso de las hoy consideramos erradicadas. Dos grados más harían que entre 40 y 60 millones de africanos enfermaran de malaria, enfermedad que se extendería al Mediterráneo y Estados Unidos.
Según Lovelock, “va a ser un golpe muy grande para los humanos, pero habrá supervivientes y tendremos la oportunidad de empezar de nuevo. Porque en esta ocasión lo hemos hecho fatal. En cierto modo me siento mal por ser el portador de unas noticias tan terribles, pero por otro lado miras alrededor y ves que las cosas empeoran y empeoran por momento en el mundo, y alguien tiene que intentar detener ese desastre”.
Cualquier investigación sobre las causas de la inconcebible inercia que manifiesta la humanidad respecto a estas trágicas perspectivas nos conduciría a elementos como los que proporciona el premio Nobel de economía Joseph Stiglitz en su articulo “Un cálculo escalofriante del calentamiento del planeta”, publicado en el periódico digital Rebelión: se ha dicho que (la petrolera) Exxon ha estado financiando supuestos grupos de expertos para socavar la confianza en los datos científicos sobre el calentamiento del planeta (…) Algunas compañías parecen celebrar incluso la fusión del casquete de hielo polar, porque reducirá el costo de la extracción del petróleo que yace bajo el océano Ártico”.
Como subraya también Stiglitz, el calentamiento del planeta es un riesgo que, sencillamente, no podemos permitirnos el lujo de seguir desconociendo.
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*El autor de esta nota es periodista y se desempeña como Profesor adjunto en el Instituto Superior de Relaciones Internacionales de La Habana.
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Biodiversidad en América Latina-Argentina/08/09/2007

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