20/10/07

Negociaciones

Próxima estación: "Annápolis"
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Autor: Alberto Mazor (Desde Israel)
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Con fuertes señales del fracaso de la aventura estadounidense en Irak, George W. Bush y su gobierno han propuesto una conferencia internacional para impulsar el proceso de paz entre árabes e israelíes.
Washington presume que garantizará el éxito de la próxima cumbre.
Sin embargo las convicciones norteamericanas no parecen convencer lo suficiente a dos países que han identificado los factores que deberían garantizar el éxito de cualquier iniciativa de paz en Oriente Medio.
El ministro de Exteriores de Arabia Saudita, Saud Al-Faisal, duda sobre la participación del reino en la conferencia si el encuentro no intentará abordar problemas importantes como fronteras definitivas, Jerusalén, el destino de los refugiados palestinos, el futuro de los asentamientos judíos y otros asuntos básicos, tratados claramente en la iniciativa de paz árabe.
Tampoco el presidente egipcio, Hosni Mubarak, ve ninguna razón para participar si EE.UU no presenta una agenda concreta para la conferencia. Ahmed Abul Gheit, el ministro de Exteriores egipcio, dice no contar con suficiente información sobre la realización de conversaciones serias entre palestinos e israelíes. Según Gheit, las últimas reuniones y consultas entre las partes no tuvieron ningún progreso significativo.
Las alusiones egipcias y sauditas empujaron a la administración norteamericana a declarar que la conferencia tiene un objetivo tangible y específico, y que ellos se esforzarán en alcanzarlo. De hecho, EE.UU sólo anunció la realización de la cumbre sin especificar quién participará y la verdadera naturaleza y propósito del encuentro. El discurso básico gira sobre la intención de crear un Estado palestino y combatir al terror, pero nadie explica cómo, cuándo ni lo que dichas movidas exigirán a israelíes, palestinos, países regionales o miembros de la comunidad internacional.
La situación actual es extraña. El país organizador no dice nada concreto sobre la iniciativa. Las otras partes en conflicto no encuentran las respuestas a sus preguntas, creando al parecer un estado de ambigüedad deliberada. Entretanto, la secretaria de Estado norteamericana, Condoleezza Rice, gira y gira por la región, a la espera de que la administración obtenga algún logro mientras se va ahogando cada vez más en el pantano iraquí.
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Sobran los motivos
Va a ser difícil que en Annápolis se produzca el milagro. Razones no faltan:
Bush llega a su último año de mandato mostrando una amplia serie de derrotas en toda la conducción de su política internacional. Los errores han sido muchos, y ellos le han costado a él y a su país prestigio, mantenimiento de relaciones no del todo cordiales con sus tradicionales aliados, muchas vidas y muchísimos dólares. Y es lo que es peor, se encuentra en un callejón sin salida: no puede terminar con el problema de Irak, ni retirarse y dejar ese país en manos de fuerzas musulmanas fundamentalistas.
A su vez, tanto Ehud Olmert como Mahmud Abbas son políticamente débiles en sus respectivos terrenos. El primer ministro va de una investigación a otra, acusado de complicados delitos de corrupción. La Comisión Winograd, que investiga la pasada guerra de El Líbano, ya informó que no publicará recomendaciones personales, pero a la opinión pública israelí le alcanzará y sobrará leer las conclusiones sobre la responsabilidad de los hechos ocurridos para reclamar las cabezas que aún no están en el patíbulo. Además, la coalición gubernamental de Olmert (Kadima) parece estable, pero a la hora de debatir temas como Jerusalem, fronteras, refugiados o asentamientos, será casi imposible confiar en alguien especial.
Mahmud Abbas recibe el apoyo de todo el mundo: Israel, el Cuarteto, la comunidad internacional, etc. Sólo en Palestina no consigue sentar cabeza. Gran parte de su futuro Estado continúa en manos de Hamas, y la influencia de los fundamentalistas en Cisjordania va en aumento. En Cisjordania sólo habita un tercio de la población palestina. Los últimos enfrentamientos de sus aliados de Al Fatah con las fuerzas de Hamas no le han sido favorables. La caída de Hamas, que tanto ambiciona Abu Mazen, deberá llevarlo a apoyar el aislamiento político y económico a la Franja de Gaza, cosa que no puede permitirse hacer en forma abierta. Para ello necesita tiempo y el apoyo constante de toda la comunidad internacional. Además se verá obligado a ejercer presión sobre Egipto para que bloquee definitivamente el pasaje de armas a Gaza. Todos los intentos de Israel al respecto fracasaron ¿Poseerá Abbas la fórmula secreta? Difícil.
Por otro lado, el líder palestino, a pesar de algunas concesiones israelíes y el apoyo económico de EE.UU y la Unión Europea, no consigue obtener de Israel ninguna agenda común con la cual arribar a la cumbre, ni presentar a sus ciudadanos logros concretos para crear un ambiente convincente.
Sería un milagro que tanto Olmert como Abbas, ambos cercados por opositores dentro y fuera de sus respectivos gobiernos y partidos -o por investigadores policiales-, sean capaces de adoptar cualquier iniciativa histórica.
El factor Irán no deja de ser menos relevante. Bush considera que el proyecto nuclear de Ahmadineyad, recientemente apoyado por Rusia, podría derivar en una tercera guerra mundial. Pero más allá de las medidas a nivel mundial, americanas o israelíes que se puedan tomar al respecto, hay mucho temor a que Teherán aumente su apoyo a las facciones palestinas extremistas para desiquilibrar la situación. De hecho, en Israel nadie descarta el intento de un mega ataque terrorista - con apoyo iraní - en fechas cercanas a la conferencia.
¿Qué se requeriría para el éxito parcial o total de la conferencia?:
Se deberían establecer claramente las formas y medidas determinantes que adoptará la Autoridad Palestina para combatir el terror y el constante lanzamiento de misiles de Gaza a territorios israelíes.
Habría que sentar las bases concretas para la creación de un Estado palestino en Cisjordania y Gaza.
Sería necesaria la paralización de todas las actividades israelíes en lo que se refiere a los asentamientos en Cisjordania, así como determinar la inclusión de algunos de ellos en Israel a cambio de territorios israelíes equivalentes para los palestinos.
Tendría que establecerse la división de Jerusalén. Los barrios orientales de la ciudad deberán ser entregados a la Autoridad Palestina. Judíos, musulmanes y cristianos controlarían sus respectivos lugares sagrados, o se determinaría un ente internacional responsable.
Se requeriría llegar a un acuerdo mediante el cual los refugiados palestinos de 1948 podrán retornar sólo al Estado palestino y recibirán una compensación por parte de Israel.
Se deberían definir las fronteras definitivas entre Israel y el futuro Estado palestino.
Además, habría que confeccionar una larga lista de acuerdos bilaterales y multilaterales, relacionados con temas de seguridad, prisioneros, economía, comercio, agua, aduanas, cercas y muros de seguridad, aperturas de pasos fronterizos, etc.
Los asuntos en discordia son muchos. Los respectivos gobiernos no cuentan con sólidas mayorías parlamentarias ni con el apoyo popular en ninguno de los tres principales países que llegarán a Annápolis.
Es muy difícil, sino imposible, que se llegue a algo en concreto. Seguramente luego de las fotos de turno, se volverán a tratar lineamientos generales, aparecerán el escepticismo, las tradicionales excusas y las mutuas culpas sobre quien tiene predisposición y quien no. Será necesaria demasiada buena voluntad de las partes para establecer un ambiente de credibilidad e ir negociando paso a paso.
El gran interrogante -como ya es costumbre milenaria en Medio Oriente- es si en la estación Annápolis el factor tiempo aún jugará a favor del proceso de paz.
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Nueva Sión - Argentina/20/10/2007

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