20/11/07

Las Cumbres inaccesibles

20/11/2007
Opinión
Por Miguel Saludes.
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La imputación hecha por Oswaldo Payá a la XVII Cumbre Iberoamericana sobre la renuencia de la cita a tratar el tema cubano, es justa. Payá calificó la decisión como un acto de abandono al pueblo de Cuba. Si alguna discrepancia pudiera sostenerse con el líder del Movimiento Cristiano Liberación respecto a su criterio, es que el olvido al que ha sido relegada la problemática cubana por estas cumbres data de anteriores reuniones.
Precisamente fue en Chile, durante la reunión de Jefes de Estados celebrada en 1996, donde parecía que la pasividad tocaba fondo. Valparaíso prometía ser el punto de despegue en la problemática cubana. Después de la trompetilla que lanzó Fidel Castro a los acuerdos que él mismo rubricara, y la respuesta que recibiera su actitud, poco quedaba por esperar. Lo coherente entonces debió ser la exclusión del régimen castrista de dichos encuentros, por no acatar la democracia. La burla alcanzó dimensiones alarmantes cuando La Habana fue designada para acoger la Cumbre de 1999. A pesar del aval que había significado la visita de Juan Pablo II, a esas alturas no podía ignorarse que a pesar de todo en la Isla persistía la falta de libertades y no existía ninguna voluntad por parte del gobierno para hacer aperturas democráticas.
Nuevas estocadas mortales se asestaron en el 2002 y el 2003 con las reacciones del gobierno cubano ante la iniciativa del Proyecto Varela con la violación de lo que establecía su propia Constitución y el proceso arbitrario a 75 ciudadanos. No obstante las cumbres siguieron acogiendo cálidamente a la delegación oficial cubana, única mancha dictatorial en el continente.
No se podía esperar un milagro en esta ocasión. Ya se venía preparando el escenario. Lo montaron los mismos que acusaban de incendiarias a la Democracia Cristiana chilena y a la dirigencia de ODCA por su esfuerzo de que se tomara en cuenta un punto pendiente en la agenda iberoamericana. Los aliados del castrismo en Latinoamérica se dieron a la temprana tarea de encender una hoguera que sirviera para ocultar con una cortina de humo la realidad cubana y de paso consumiera la esperanza de un pueblo que sufre desde hace décadas la incautación de sus derechos. Al final la cumbre de Santiago se calentó a la lumbre de ese fuego.
Algunas ambigüedades merecen ser destacadas. Por ejemplo, la del propio canciller chileno Alejandro Foxley, quien declaró que el asunto de la democracia en Cuba ''no era un tema'' para ese encuentro. Mientras daba la bienvenida a los representantes de la dictadura caribeña, garantizando total tranquilidad a los invitados, manifestaba el compromiso de su gobierno con los derechos humanos en la Isla. De paso recordó que su país aspira a la membresía del Consejo de derechos Humanos de la ONU.
La recién clausurada edición en definitiva no aportó nada nuevo. Las bufonadas de Chávez y alguna respuesta digna recibida no lograron soslayar el show escenificado por los que amenazan la continuidad de la vida democrática del continente. Las garantías dadas por los anfitriones a este grupo incluía el resguardo ante la incomodidad de las críticas. Además les daba oportunidad de convocar simpatizantes en sus plazas, echar pestes de la democracia que ellos dicen representar, y reabrir las heridas de una nación que aún lucha por recomponerse de la tragedia de un pasado cercano.
Las Cumbres están amenazadas. La razón de la amenaza radica en su incoherencia con aquellos que incumplen el compromiso adquirido con el rumbo democrático de la región. Otro peligro que enfrentan es el chantaje desestabilizador de los anti demócratas. La coacción es verificable en el tipo de consideraciones lanzadas por los aliados del autoritarismo de izquierda, cuando consideran una falta de respeto pedirle a Cuba y Venezuela acaten las reglas democráticas. Por su parte los fariseos de la política cuestionan la factibilidad del debate sobre los derechos humanos en Cuba anteponiendo el bloqueo o los prisioneros de Guantánamo. Su deshonestidad radica en que se puede ser crítico ante el embargo, la prisión de Guantánamo, las violaciones en el continente y en otras partes del mundo, pero sin dejar de omitir la que ocurre en Cuba y Venezuela.
Igualmente hay que tener en cuenta la doble moral de las instituciones internacionales cuando sus representantes reclaman cautela si del caso cubano se trata. El llamado a la discreción, como ocurrió en Chile, se justifica ante la posibilidad de lograr un asiento en la Comisión de Derechos Humanos y porque en casa existen reclamos por parte de grupos marginados. Se lavan las manos alegando que si Cuba no tiene asignado un relator ello es prueba contundente de que allí todo marcha bien. La realidad poco cuenta.
La imagen del desamparo no es nueva en la historia de la nación cubana. Mientras sus hermanas del continente llegaban a la independencia en el primer tercio del siglo XIX la Mayor de las Antillas la obtuvo casi a las puertas del siglo XX tras concluir una larga guerra. Dicen que el temprano reconocimiento dado por España a sus ex colonias estaba condicionado por la abstención de estas en ayudar a las posesiones insulares a salirse del yugo colonial. Ahora los gobiernos democráticos de la región hacen algo parecido con su mutis ante la nueva opresión, optando por no buscarse pleitos con la dictadura. Payá tiene razón. De las Cumbres iberoamericanas el pueblo cubano debe esperar poco. Pero a pesar de ellas tendremos la democracia.

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