15/11/07

COLUMNA-En trato con dictadores, EEUU tiene su estilo: Debusmann

(Atención lectores, el siguiente artículo de opinión incluye lenguaje soez)
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Por Bernd Debusmann
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WASHINGTON - El origen de la cita está en disputa, pero la idea detrás de ella está viva en las relaciones estadounidenses con los dictadores: "Sí, es un hijo de puta, pero es NUESTRO hijo de puta".
La declaración, que es atribuida más frecuentemente al difunto presidente Franklin D. Roosevelt, se refería a un dictador corrupto, el nicaragüense Anastasio Somoza, quien gozó del respaldo estadounidense porque sirvió a los intereses de Washington durante la confrontación con la Unión Soviética en la Guerra Fría.
Hace tiempo que la Guerra Fría está terminada, pero Estados Unidos nuevamente distingue entre líderes que considera dictadores aceptables y aquellos que no lo son.
Pese a proclamar una retórica sobre la libertad y la democracia, la política de la superpotencia tiende a estar conducida por consideraciones prácticas sobre los intereses propios más que por ideales.
La lista actual de Washington sobre dictadores aceptables incluye al general Pervez Musharraf, de Pakistán, quien tomó el poder en un golpe militar en 1999; y al presidente Hosni Mubarak, de Egipto.
El más peligroso de los dictadores inaceptables, como dicen funcionarios estadounidenses, es el presidente Mahmoud Ahmadinejad, de Irán.
También alto en la lista de dictadores considerados malos por Washington está Hugo Chávez, el izquierdista presidente de Venezuela, quien está usando elecciones democráticas para reforzar su control sobre las instituciones del país, un proceso que autoridades estadounidenses compararon con el ascenso de Adolf Hitler al poder absoluto en la década del 1930.
Un líder que hace todo lo posible por insultar al presidente de Estados Unidos (lo ha llamado "el diablo" y "burro") difícilmente pueda esperar un trato amable por parte del gobierno de George W. Bush.
Pero la reacción diferente del mandatario estadounidense a acontecimientos similares en Pakistán y Venezuela es sorprendente.
Cuando el Gobierno de Chávez forzó a la cadena televisiva más popular (y opositora) a salir del aire rehusándose a renovar su licencia, Washington se preocupó tanto que la secretaria de Estado, Condoleezza Rice, lo planteó en una reunión de la Organización de los Estados Americanos (OEA).
Rice demandó una investigación de la OEA sobre la clausura. "Libertad de expresión, libertad de asociación y libertad de conciencia no son una espina para el Gobierno", dijo. "Estar en desacuerdo con tu Gobierno no es antipatriótico", agregó.
Tres vivas para Rice. Bonitas palabras. Libertad, libertad, libertad. ¿Quién podría estar en desacuerdo?
Rice y su jefe, el presidente George W. Bush, no se enfadaron tan elocuentemente cuando cinco meses después, el general Musharraf declaró un estado de excepción y clausuró no uno, sino todos los canales de televisión privados, así como la BBC y la CNN.
Las fuerzas de seguridad de Musharraf, blandiendo palos, detuvieron a miles de activistas opositores, jueces y periodistas.
Bush lo telefoneó para instarlo a realizar elecciones, pero no emitió una condena explícita contra la campaña, que fue mucho más dura que lo sucedido en Venezuela.
Bush no es el primer ni último mandatario estadounidense cuyas palabras sobre ideales nobles tienen poco que ver con sus acciones sobre el terreno. El apoyo a la democracia contra la dictadura ha sido tema clave de la política exterior del país desde que obtuvo estatus de gran potencia en el siglo XX.
Eso no mantuvo a Estados Unidos al margen de derrocar o ayudar a eliminar líderes que no le gustaban (Salvador Allende en Chile, Jacobo Arbenz en Guatemala, Patrice Lucumba en Congo) y a propiciar líderes que sí (el Shah de Irán, Mobutu Sese Seko del Congo y Ferdinand Marcos de Filipinas).
La lista es larga. En ella se incluye al dictador español Francisco Franco, una sucesión de líderes militares brasileños y el yugoslavo Josip Broz Tito.
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AGENDA DE LA LIBERTAD: VIEJO VINO EN NUEVAS BOTELLAS
La "agenda de la libertad" que Bush declaró en su segundo mandato es meramente una variación de un viejo tema. Ahora y entonces, existe una brecha entre la palabra y los hechos.
Durante la Guerra Fría, aliarse con Estados Unidos en contra de la Unión Soviética era usualmente suficiente para otorgar un estatus "aceptable" a los líderes con credenciales democráticas cuestionables.
Desde los ataques del 11 de septiembre del 2001, la cooperación con Estados Unidos en la "guerra contra el terrorismo" tiende a dividir al bueno del malo. Tomemos el ejemplo del gobernante de Kazajistán, Nursulatan Nazarbayev, quien fue un invitado de honor el año pasado en la Casa Blanca.
El reporte de Derechos Humanos del Departamento de Estado estadounidense reveló que en Kazajistán hay "severos límites a los derechos de los ciudadanos a cambiar su Gobierno" y "crecientes restricciones a la libertad de expresión, de prensa, reunión y asociación".
Por otro lado, Kazajistán ocupa una ubicación estratégica en medio de Rusia y China. También tiene petróleo, algo que tiende a limpiar la mancha de los abusos antidemocráticos.
Si no, de qué otra manera el mandatario de Guinea Ecuatorial, Teodoro Obiang Nguema, consiguió la etiqueta de "buen amigo" por parte de Rice cuando visitó Washington poco después de que su propio departamento hizo notar que el Gobierno de su invitado tenía un pobre registro de derechos humanos y "continuaba cometiendo y condonando serios abusos".
Guinea Ecuatorial es el tercer mayor productor de petróleo de Africa, detrás de Nigeria y Angola. Eso cuenta mucho en un mundo donde hablar es barato y el petróleo es caro.
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Reuters América Latina - UK/15/11/2007

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