9/11/07

El gobierno de Pakistán ha reprimido a decenas de manifestantes.
Foto: AP
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por: Gregorio Meraz
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La imposición del estado de excepción en Pakistán tensa la relación con EU y la alianza entre ambos países podría romperse.

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Estados Unidos - La suspensión de los derechos constitucionales e imposición del estado de excepción en Pakistán es un serio revés para la Casa Blanca y amenaza en convertirse en otro espectacular fracaso de la política exterior de la administración Bush.
Luego de media década de codearse y fotografiarse con el presidente paquistaní, Pervez Musharraf, a quien presentaba como aliado clave, George W. Bush podría estar presenciando un fracaso más de sus costosas políticas anti-terroristas, como ocurrió en Irak y Afganistán.
Ignorando los llamados de Condoleezza Rice, secretaria de Estado de Estados Unidos y de la misma Casa Blanca -que evalúa la ayuda de 150 millones de dólares mensuales que le brinda-, el general Musharraf escogió el camino del autoritarismo y decretó un estado de emergencia, para capturar a cerca de dos mil opositores, activistas de derechos humanos, abogados y decomisar equipo y material a periodistas, bajo el argumento del combatir la creciente militancia islámica, generando incesantes manifestaciones violentamente reprimidas.
En realidad, la ley marcial o estado de excepción fue una respuesta de Musharraf ante una creciente presión para que presentara su renuncia, presión a la que se sumaron magistrados de la Suprema Corte de Justicia paquistaní.
Clamor de que no permanezca en la Presidencia, a la llegó mediante un golpe militar en 1999 con la promesa de convocar a elecciones democráticas, ahora programadas para 2008.
Al principio, Estados Unidos se hizo de “la vista gorda” por el apoyo que Musharraf prestó a la guerra contra el terrorismo, apoyo que Washington premió con el respaldo al programa nuclear de Pakistán, que de acuerdo a observadores, ahora podría constituir un grave peligro si se rompe la débil relación con Musharraf, presidente del país que es el presunto refugio para nada menos que Osama Bin Laden y en donde las armas nucleares sí podrían llegar más fácilmente a grupos extremistas.
La rebelión del firme aliado de la Casa Blanca daña severamente la credibilidad de un debilitado presidente George W. Bush y de su secretaria de Estado, Condoleezza Rice, quienes mostraron ser incapaces de influir para frenar la ambición autoritaria de Musharraf. Y esto sucede precisamente cuando Bush y su equipo de colaboradores buscan consolidar su legado, luego de estruendosos fracasos como la democratización de Medio Oriente, que comenzó con la destrucción de la base de Osama Bin Laden en Afganistán y se desvió a Irak, ahora al borde de una guerra civil, tras la muerte de 3 mil 700 soldados norteamericanos, más de 25 mil heridos y el dispendio de más de 700 mil millones de dólares, el cual crece ante la imposibilidad de contener la violencia.
Otro de los fracasos de Bush es la atención tardía hacia América Latina, que después de seis años de abandono propició el fortalecimiento de la izquierda en varias naciones del sur del continente.
Otro revés de la actual administración estadounidense es la reforma migratoria, que regularizaría a 12 millones de indocumentados en Estados Unidos, la cual se ha enfrentado a la férrea oposición de legisladores republicanos radicales que, con la promoción de leyes anti-inmigrante y de seguridad en la frontera, mantienen cautivos en el país a indocumentados que antes llegaban sólo en temporadas de siembra y cosecha y ahora han optado por quedarse con todo y sus familias.
La muerte del proceso de paz entre palestinos e israelíes también representa una derrota para el gobierno de Bush. La indiferencia del gobierno estadounidense ante la crisis propició la sangrienta Segunda Intifada, en la que han muerto decenas de miles de inocentes. Proceso que ahora buscan retomar con una nueva negociación bajo presión del tiempo que se agota.
A pesar del esfuerzo de la Casa Blanca, todo indica que el verdadero legado de esta administración será una política exterior de fantasía, diseñada por Condoleezza Rice que en lugar de presionar por lograr un acuerdo con Irán y Corea del Norte, terminó cediendo a la presión del vicepresidente Dick Cheney y del ex secretario de Defensa Donald Rumsfeld.
Política de la que tan sólo destacarán graves violaciones a los derechos humanos, como la redefinición de brutales métodos de interrogación como humillación, abuso y tortura de prisioneros sospechosos de terrorismo en Abu Ghraib, Bagram, Guantánamo y las cárceles secretas de la CIA, además de docenas de abusos y corrupción de legisladores y políticos republicanos que se incrustaron en la administración Bush.

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