23/11/07

Ese mundo se muere y a nadie le importa un bledo

¿Cuándo se contará la verdad sobre la descolonización de África?
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Poco a poco, irán desapareciendo aquellos europeos de África que intentaron gestar países prósperos y ricos, que, en gran medida, lo lograron, y que oscuros intereses apartaron por siempre de la gestión. El resultado lo conocemos a fondo: entronización de tiranos, golpes de Estado a la velocidad del sonido, pobreza convertida en endémica, caída en picado de las economías nacionales, violencia creciente en las calles, represión sin medida contra la población en su conjunto… Se trata de datos objetivos, y ninguna ONG podrá negarlos. El proceso de descolonización en África no se hizo bien, y quien ha salido verdaderamente perdiendo ha sido el pueblo africano.
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No tenía sentido pretender que sociedades del Neolítico pasaran en cien años a la energía atómica. Quizá menos sentido tuvo no respetar las diferencias tribales, e independizar países atendiendo a la división que se realizó desde la Europa continental. Esas fronteras rectilíneas, esas mezcolanzas de islas sin vínculo alguno con tierras del continente, esa falta de respeto a las lenguas propias… fueron trampas mortales para los africanos. Aplicar el esquema del Estado-nación a un territorio tan vasto en todos los sentidos era como jugar al fútbol con una canica. Y las consecuencias se seguirán pagando durante mucho tiempo.

Nuestro ejemplo más cercano, Guinea Ecuatorial, es característico: las antiguas provincias de Río Muni y Fernando Poo (con los añadidos insulares de Corisco, Elobey Grande, Elobey Chico y la lejanísima Annobón) no tienen ninguna relación entre sí. Sus poblaciones hablan lenguas diferentes, y la represión de los fang hacia los bubi (sobre todo, con el gobierno de Francisco Macías) fue sangrienta. El golpe de Estado de Teodoro Obiang sólo cambió de rostro la dictadura. No obstante, a finales del siglo pasado, aún había algún grupo opositor de etnia bubi que soñaba con la separación del continente y la reintegración de la isla de Bioko a España bajo la forma de una autonomía más. No es complejo de inferioridad, es ser inteligentes.

La descolonización apresurada abocó a una desgracia mayor: la sociedad europea abandonó a su suerte a los jovencísimos Estados. Y, en algunos lugares, se pasó de considerar parte de la nación a las provincias africanas, a verlas como estrictos proveedores de bienes, explotados, claro está, por empresas extranjeras a mayor beneficio del dictador de turno. Pero no tenía por qué haber sido así. En el momento de la independencia, ya había muchas generaciones de europeos de África que pudieron situar sus países en un nivel de vida similar al de Nueva Zelanda o Australia. Uno de ellos fue Ian Smith, fallecido el 20 de noviembre de 2007 en Londres, quien declaró unilateralmente la independencia de Rodesia en 1965.

El caso Smith

Ian Smith, nacido en 1919 en Selukwe (Rodesia), el político a quien Robert Mugabe intentó expulsar de su patria, vivía en Ciudad del Cabo desde el empeoramiento de su enfermedad, y nos dejó dos impresionantes libros de memorias: The Great Betrayal [La gran traición], de título bien explícito, y su continuación, Bitter Harvest [Cosecha amarga]. Con su muerte, acaba uno de los momentos más esperanzadores de Rodesia y de África (aun con las imprescindibles críticas a aspectos muy concretos de su política).

En la actualidad, el país vive sumido en el miedo, los opositores son perseguidos, la fuga de cerebros es constante (en Bulawayo no hay prácticamente licenciados), las tierras han sido robadas a los europeos (no olvidemos, hace sólo cinco años, las imágenes de mujeres violadas, hombres asesinados y perros quemados), y más de un 30% de la población es portador del virus del sida. Éste ha sido el resultado de forzar a otorgar el poder a quien no estaba preparado.

Todos los europeos de nación (de Seattle a Vladivostok, de Reikjavík a Wellington) hemos de reconocer a Ian Smith lo que fue: un político comprometido y valiente, un hombre a quien le imposibilitaron convertir Rodesia en un Estado envidiable, un intelectual convencido de la enorme y larguísima labor de Europa en África sin necesidad de depender de las grandes capitales.

La Zimbabue de hoy celebra la huida constante de los europeos. Es el gran éxito de la política racista de Mugabe. Y, así, en bares del Reino Unido o de la isla de Mann, trabajan de camareros, de chóferes, de lo que pueden, viendo llover, en un clima inhóspito para ellos, añorando una tierra que fue suya, y preguntándose quién salió ganando con la cesión. Europa, lo sabemos, no. Pero los africanos, tampoco.
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El Manifiesto - España/23/11/2007

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