15/2/08

El Maine y la primera guerra yanqui por mentiras

Aniversario 110 de la voladura del acorazado Maine
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HÉCTOR ARTURO
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A las 21:45 del 15 de febrero de 1898, una explosión ilumina el puerto de La Habana. El Maine había saltado por los aires. De los 355 tripulantes, murieron 266 hombres y 2 oficiales.
Para lograr sus macabros propósitos, los yanquis jamás han escatimado en nada: lo mismo fueron capaces de arrebatar más de la mitad de su territorio a México, que lanzaron dos bombas atómicas contra las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki.
En el primer caso se trataba del afán de expandirse a toda costa, y en el segundo, de iniciar la era del chantaje nuclear, para comenzar a sentirse dueños y amos del mundo.
Pero en la Historia de ese país destacan, sobre todo a partir de finales del siglo XIX, las mentiras como política de Estado para alcanzar los fines propuestos de convertirse en el más poderoso imperio que haya existido jamás, lo cual fue magistralmente previsto por José Martí, quien vivió en el monstruo y le conoció las entrañas.
En esos bochornosos capítulos hay que escribir con letras de oro, aunque manchadas por la sangre, la voladura del acorazado Maine en el puerto de La Habana, el 15 de febrero de 1898, hace ahora exactamente 110 años.
La nave había atracado en la boya número 4 de la rada habanera el 25 de enero de ese mismo año, a solicitud expresa del cónsul estadounidense Fitzhugh Lee, quien escribió en tal sentido al presidente William McKinley, con el pretexto, siempre los pretextos, de "proteger vidas y haciendas de los norteamericanos en Cuba".
Ni corto ni perezoso, McKinley ordenó al acorazado Maine que se trasladara de inmediato hacia La Habana, donde ya España tenía prácticamente perdida su guerra colonial contra las tropas del Ejército Libertador Cubano, tras más de 30 años de combates por la Independencia.
Su predecesor, el presidente Grover Cleveland, había tratado una vez más de comprar a Cuba, como una simple mercancía, para lo cual ofreció 100 millones de dólares a la Corona Española, en tiempos en que la peseta del país europeo se cotizaba a precios más elevados que el billete verde.
McKinley, como medida de presión en contra de España, exigió a Madrid que concediera la autonomía a Cuba, como si a ellos les interesara algo poner fin al conflicto bélico. Asimismo, demandaron el cese de la reconcentración ordenada y puesta en práctica por el enano físico y moral Valeriano Weyler, quien de inmediato fue sustituido por el también general Ramón Blanco como jefe supremo de la "siempre fiel Isla de Cuba".
Lo cierto es que tras intervenir en Cuba, los yanquis aplicaron las mismas medidas de Weyler, y mantuvieron la reconcentración para diezmar por hambre y enfermedades a la población cubanas y a los combatientes del ejército mambí.
Pero al acceder España a las peticiones de Washington, McKinley se quedó sin argumentos para intervenir en la guerra que ya ganaban los cubanos, organizada en esta última etapa por Martí, quien había escrito en la víspera de su muerte que todo lo que había hecho era para impedir a tiempo "con la Independencia de Cuba, que se extiendan por Las Antillas los Estados Unidos, y caigan, con esa fuerza más, sobre nuestras tierras de América".
Sin argumentos McKinley, había que buscarse un pretexto para intervenir en Cuba, la codiciada "fruta madura" del naciente imperio, que desde mucho antes había proclamado su fascista teoría del "destino manifiesto", de apoderarse de todas las naciones latinoamericanas y caribeñas, a las que siempre han considerado su traspatio.
Y el pretexto fue la voladura del acorazado Maine. A estas alturas del siglo XXI todavía nadie es capaz de asegurar a ciencia cierta qué ocurrió de verdad a las 9:45 PM del 15 de febrero de 1898 en las quietas aguas de la bahía habanera.
Solo se sabe que ocurrieron dos explosiones a bordo del buque, que de inmediato se hundió, con un trágico saldo de dos oficiales y 266 tripulantes muertos.
De los dos oficiales de rango inferior, uno era negro, al igual que la mayoría de los marineros, extraídos de las capas más humildes de la población estadounidense.
El resto de la oficialidad, todos blancos y rubios, disfrutaba de los abundantes burdeles aledaños al puerto habanero, bebían ron en los bares o paseaban por las calles de la colonial Habana Vieja en el momento del desastre.
La prensa reaccionaria se encargó del resto. Los periódicos y revistas del magnate mediático William Randolph Hearst se encargaron de crear la histeria antiespañola en el público estadounidense, por lo cual fueron reciamente criticados por la mayoría de los órganos de prensa europeos, e incluso norteamericano.
Ante las demoledoras críticas, Hearst declaró cínicamente: "mientras otros escriben, yo actúo". Después dijo a sus reporteros: "envíenme fotos, que yo hago la guerra…"
Curiosamente, el yate Bucanero, propiedad del multimillonario Hearst, estaba anclado a escasos metros del Maine hasta cuatro días antes de la tragedia, cuando zarpó hacia Estados Unidos, con lo cual se salvó "milagrosamente".
Otros navíos españoles y uno estadounidense, atracados muy cerca del Maine, no sufrieron daño alguno con las dos explosiones, de las cuales esta prensa amarilla afirmaba que habían sido ocasionadas por un sabotaje cometido por españoles o cubanos, o por el impacto de un torpedo, o por las minas colocadas en el puerto, todo lo cual fue desmentido años después por los investigadores y estudiosos del tema.
El caso es que Estados Unidos se negó a aceptar una investigación de autoridades neutrales y la explosión del Maine quedó no en una nebulosa, sino en un verdadero "agujero negro".
Un año antes, los historiadores Peggy y Sammuels, autores del libro "Remember the Maine", habían escrito que "algo imprevisible va a ocurrir", y se refirieron a declaraciones de adivinos y visionarios, que afirmaban: "El Maine va a tener un fin violento e inesperado".
El diario londinense The Times dijo estar asombrado por las mentiras de la prensa estadounidense en relación con los hechos.
Pero en los propios Estados Unidos, el dueño y director de The Evening Post, Edward Lawrence Gogki, al referirse a las patrañas de Hearst sobre el tema escribió que "nada tan desgraciado como el comportamiento de estos diarios se ha conocido jamás en la Historia de Estados Unidos, con reproducciones indebidas de hechos, invenciones deliberadas de cuentos calculados para excitar al público y no aceptación de inspecciones internacionales".
Los historiadores se han encargado de demostrar que explosiones similares a la del Maine, en puertos estadounidenses, habían ocurrido de forma accidental en otros buques de la Armada yanqui, como el Cincinatti, New York, Atlanta, Oregon, Philadelfia, Indiana y Boston.
Los criterios más sólidos indican que las explosiones ocurrieron dentro del Maine, debido al recalentamiento del carbón y el estallido de barriles de dinamita, como en ocasiones anteriores, y no debido a sabotajes, torpedos ni minas.
El 12 de marzo de 1912, es decir 14 años después de la explosión, los restos del Maine fueron sacados a flote del fondo de la bahía habanera, remolcados varias millas mar afuera del Castillo del Morro, y hundidos en aguas profundas, sin que se permitieran más análisis ni investigaciones.
El historiador estadounidense J. Adams afirmó: "nos negamos a permitir inspecciones neutrales de las pruebas, y después nosotros mismos las destruimos".
El comandante del Maine, capitán de navío Charles D. Sigsbee, poco antes de morir declaró a The New York Times que "nunca he dicho mi opinión sobre quién destruyó al acorazado, y jamás la diré".
En 1975, el almirante Rickover, considerado el padre de los submarinos nucleares de Estados Unidos, afirmó que lo ocurrido en el Maine fue un accidente, por lo cual los informes propalados en 1898 no coincidían con la verdad, y ello costó una guerra y numerosas vidas humanas y cuantiosos daños materiales.
Sin embargo, Hearst y sus periodicuchos se encargaron de abonar el terreno para que McKinley declarara la guerra y Estados Unidos al fin se apoderara de Cuba, como había sido el deseo de todos sus antecesores, aún antes de proclamarse la Independencia de las 13 Colonias de Gran Bretaña.
Esta primera gran mentira yanqui para iniciar una guerra de rapiña, en mucho se parece a acontecimientos posteriores, que han tenido como actor principal a Estados Unidos y a otros presidentes mentirosos.
En 1964, Lyndon B. Jonson inventó el incidente del Golfo de Tonkín, para extender los criminales bombardeos yanquis a Vietnam contra Hanoi, la capital de ese hermano país.
El mismo Jonson ordenó la invasión armada a la República Dominicana un año después, para abortar la rebelión popular liderada por el coronel Francisco Caamaño.
En 1983, Ronald Reagan, con más de 20 mentiras, invadió a la diminuta isla de Granada, y en 1990 George Bush padre masacró a la población de la capital panameña, con el pretexto de capturar al entonces presidente de ese país, Manuel Antonio Noriega, acusado de narcotraficante.
Los bombardeos a los aeropuertos cubanos el 15 de abril de 1961, fueron ejecutados por pilotos yanquis, desde aviones yanquis pintados con las insignias de la Fuerza Aérea Revolucionaria, para afirmar que se trataba de una sublevación interna en Cuba y después iniciar la invasión por Playa Larga y Girón, derrotada en menos de 66 horas.
La Base Naval que ilegalmente Estados Unidos ocupa en Guantánamo, hoy convertida en campo de concentración al estilo nazi, iba a ser escenario de una autoprovocación que sirviera de pretexto al Pentágono y la CIA para una agresión directa por parte de ese país contra Cuba.
El acto terrorista contra las Torres gemelas, el 11 de septiembre del 2001, todavía sin esclarecer, sirvió a los halcones de Washington para iniciar la ocupación de Afganistán, con el pretexto de capturar a Osama Bin Laden, ex agente de la CIA, a quien inexplicablemente jamás han localizado a pesar de todos los recursos tecnológicos con que cuenta Estados Unidos.
Las armas de exterminio masivo en poder de Saddam Hussein, que jamás aparecieron porque ya no existían, fueron la carta jugada por esta camarilla actual de mentirosos yanquis para apoderarse del petróleo iraquí, a cambio de mucha sangre de ese pueblo árabe y de jóvenes soldados estadounidenses.
Mentira tras mentira, Estados Unidos ha ido adueñándose del Planeta. Pero en Cuba, hay que decirlo, de nada les valió la explosión del acorazado Maine, cuya águila imperial fue derribada del monumento en la Avenida del Malecón, en fecha tan temprana como el 1º de Mayo de 1961, como si desde esa fecha tan cercana a la victoria de Girón ya le estuviéramos diciendo en pleno rostro lo que Fidel afirmó años después: "A Cuba no la tendrán jamás…"
Fuente: EXCLUSIVO, 15/02/08
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CUBAhora - Cuba/15/02/2008

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