27/5/08

ESCARBANDO...LQ somos.

De la malaria y de otros bichos
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Ahora sé que los bichos que a una le pican y le producen fiebre y alteraciones en el cuerpo no son los peores con los que una se puede topar…, y lograr esa certeza, ese conocimiento vivencial de tal evidencia - paradójicamente -, se lo debo a África; y digo “paradójicamente” porque ¿cómo puede entenderse que esos primitivos y salvajes puedan enseñar nada? Pues bien, ese gran conocimiento me lo enseñaron y me ayudaron a adquirirlo esas mismas gentes, las gentes “salvajes y primitivas” de África. Que fue el lugar al que fui a parar con mi bata blanca y mi alma virgen llena de manos, en la creencia, de que el que uno se encuentre a sí mismo y pueda realizar sus "ideales", depende del lugar, de lo externo. ¡Vaya fantasía enajenante!

Lo primero que se me hizo añicos al llegar fue ese etnocentrismo que uno alberga como producto flamante de ese lado tópico y encubridor de "cultura occidental, civilización y progreso occidental, imperialismo tecnológico, y un largo etcétera"; y digo "lado tópico", porque eso nada tiene que ver con los verdaderos valores culturales y humanos de la cultura “judeo-grecorromano-cristiana” de la que soy hija, y de la que lo desconocemos casi todo en profundidad.

Tuve que pasar por la caída de toda la escala de valores que enarbolaba para comprenderlo; y eso me lo enseñaron las mal llamadas "culturas primitivas" y sus mal llamados "inoperantes, desfasados e ineficaces valores".

Denominar primitivos y hacerlo con cierta connotación peyorativa a estos pueblos, a sus tradiciones orales cantadas por los "Griots", a sus ritos ancestrales, a sus cosmogonías y a sus esperanzas finales de realización como pueblos - aunque estas yazcan olvidadas en las memorias colectivas, esperando ser despertadas -, es uno de los peores bichos que llevamos los civilizados occidentales dentro; "no es lo que entra por la boca lo que contamina al hombre, sino lo que por ella sale" y lo que suele salirnos, cegados como estamos de estupidez y de ignorancia, es monstruoso casi siempre. De modo que confundimos ágrafo con primitivo ignorante; cultura con civilización; robotización y desper­sona­lización con progreso; y nos quedamos tan felices.

La caída me hizo trizas las mil y una entelequias que desde ese "ombligo del mundo" que creemos ser nosotros y nuestra "sacrosanta civilización occidental" me había construido; a cambio, esa misma caída me regaló vislumbrar la respuesta a esa pregunta esencial que bailoteaba en mí desde antes de mi concepción; la pregunta sobre el lugar por el que nacen las manos al alma. ¿Por dónde le nacen a una esas manos? Y, ¿dónde están las manos de mí alma?

Después de cinco años largos en suelo africano llegué a la conclusión de que lo mejor que podía pasarle a los africanos, es que todos los europeos se fueran de allí; sí, que nos marcháramos y les dejáramos construir su propia historia en paz. Cosa difícil de materializarse puesto que ya se encargarán los imperialismos, de hoy y de siempre, de mantenerlos (como los mantiene), sin infraestructuras y en el engaño de que les ayudan, de que les ayudamos, para poder seguir en el expolio de las materias primas, de las licencias y del neocolonialismo salvaje de hoy.

Colonialismos hay muchos y se perpetúan en el tiempo de muy diversas maneras. Invariablemente, cuando mani­fiesto que lo mejor que podría pasarle a todos los países del tercer mundo sería que todos los europeos y occidentales se marcharan, y cuando digo que "todos", quiero decir justo eso: que se marchen absolutamente todos; obtengo, como decía, invariablemente una de las mayores repulsas. Cuando me oyen (que no me escuchan), hablar de ese modo, exclaman con horror: “¡Qué cosas más raras dices…cómo puedes pretender que toda esta gente que les está ayudando los abandone!… ¿Que se vayan los médicos, los maestros, los educadores, los evangelizadores… los diferentes cleros…? ¿Qué será entonces de esos desgraciados?… ¿Y la solidaridad? ¡Debes estar loca!”

Y yo que, por solidaridad entiendo algo muy distinto a sobreprotección y neocolonialismo, algo que nada tiene que ver con altruismo ni con ayuda y si mucho con deuda y justicia, insisto: ¡No estoy loca!… ¿O tal vez sí lo estoy? Quizá la búsqueda de la Verdad, de la Libertad, de la Igualdad y de la Fraternidad en el ser humano y para todos los seres humanos sin excepción sea una locura... ¡Benditos sean quienes estén aquejados de tal locura y bendito si además esta locura se torna contagiosa!

Yo no digo que individualmente o en algunas de las organizaciones no gubernamentales no haya un deseo honesto y altruista de ayuda y de dedicación, y que por encima de ello, haya un deseo de justicia como en mí misma lo había... Lo que digo es que, a los sufridos africanos y a todos esos países del “tercer mundo”, ese altruismo y esa ayuda les sale muy cara; ya que de modo encubierto y falaz, esa ayuda y ese altruismo sostienen toda una farsa e hipocresía, sutiles y profundas, en las que, lo queramos o no, estamos implicados. Por ejemplo: ¿Quién vende armas al tercer mundo? ¿Quién importa las materias primas de esos pueblos y les vuelve a exportar esas mismas materias manufacturadas o refinadas? ¿Quién pesca en sus costas a la vez que hace todo lo posible por mantener a esos pueblos costeros sin infraestructura pesquera? Y esto a voz de pronto por no aburrir al lector, ¡porque hay un largo etcétera de preguntas!.

Lo cierto es que les damos "peces" pero no les enseñamos a "pescar" y la ayuda que damos es "pan para hoy y hambre para mañana". Ayuda que sólo sirve para que nuestros sentimientos de culpa, como pueblo explotador de pueblos y pueblo colonizador, se relajen. Sobre todo cuando de pronto se inundan los medios de comunicación con noticias sobre guerras y sobre exterminios (saliendo a la luz el que nosotros les vendemos las armas con las que asesinan, y les negamos ese 0,07 % de nuestra riqueza), como si esas guerras y esos exterminios fueran algo puntual y excepcional de un determinado país, cuando la guerra y el exterminio son algo vivo y continuado que desgarra desde hace siglos al continente africano. Y lo que es más, cuando esos exterminios y guerras han sido directa o indirectamente provocados e inducidos por nuestros propios planes estratégicos de “desestabilización” para evitar el que creen infraestructuras suficientes y se hagan lo bastante autónomos como para tratarnos de “igual a igual” en ese supuesto libre mercado… O ¿quién se repartió el territorio africano, a finales del siglo pasado y principios de éste, trazando líneas sobre un mapa y sin respetar ni culturas, ni etnias, ni pueblos? ¿Y dónde realizan las multinacionales farmaceúticas sus experimentos sin importales el número de víctimas que producen? Y cito esto por no citar cosas más actuales que podrían “herir susceptibilidades” y levantar violencias y ánimos indeseados…

Además, la palabra "ayuda" encierra ya en si misma toda la hipocresía y la falacia que rodea el problema; porque cuando alguien "ayuda a otro" se sitúa, lo quiera o no, en un plano superior, asimétrico, e incluso dominante. La coparticipación y la corresponsabilidad desaparecen ¿A quién convencen nuestras dádivas y nuestras lágrimas de cocodrilo?

En los siglos pasados se colonizaba por ocupación de los territorios y dominación "in situ" de las culturas autóctonas, hasta ser borradas del lugar, y con ellas, borraban también a los individuos o los esclavizaban. En nuestros días el neocolonialismo existente es económico. Somos los propietarios - bueno, el Fondo Monetario Internacional -, de casi todos los países tercermundistas; puesto que casi todos están hipotecados hasta los pelos, con cuotas imposibles de pagar. En cuanto a sus culturas, aparentemente, nos ocupamos mucho de respetarlas y de conservarlas, fundamentalmente con­ser­varlas, tanto que las "enlatamos" para conservarlas mejor en nuestros museos, facultades, centros de investigación etc. so pretexto de su estudio y conocimiento. ¿No sería mejor permitir que crecieran y se desarrollaran en los lugares de procedencia?

Pero volviendo a ese neocolonialismo económico actual, los efectos sobre los individuos y sus tierras siguen siendo más o menos los mismos de siempre, sólo que cubiertos de una falaz y muy sutil apariencia de "ayuda". De manera que si el dejarlos completamente a su suerte tuviera que pasar por suprimir esa ayuda y eso implicara también que iban a poder crecer y desarrollarse a su manera, creando su propio mañana, sus propias creencias y certezas, su propia infraestructura y su propio progreso... ¡Adelante! Eso es lo que digo. Sé que ellos lo lograrían.

Pero nosotros, claro, tendríamos que renunciar no sólo a nuestra omnipotencia como civilización imperial y dominante, sino a esa tremenda despensa y mercado que es el tercer mundo. Tendríamos que asumir nuestra propia responsabilidad y nuestras propias culpas. Tendríamos que cuestionarnos nuestra destructibilidad, nuestra hipocresía, nuestra ambición, nuestra prepotencia y preponderancia… Además de otras muchas cosas difíciles de asumir y de cuestionarnos. No podríamos acallar nuestras conciencias con lo buenos que somos y lo mucho que ayudamos... Y eso es muy duro de aceptar.

Sí, es muy duro de aceptar que en el fondo esas pseudoayudas van destinadas más a mantener "consumidores" (¡de lo contrario, qué mercado iba a haber), que a lograr un verdadero progreso de esos pueblos...

Así que seguirán diciéndome que digo burradas, y yo seguiré oyendo y escuchándolo y continuaré pensando lo mismo que pienso. Sin embargo, también reconozco que muchas de las personas que encontré en África entregaban sus vidas desde el amor al servicio de esos pueblos y como dice Nietzsche: “... lo que se hace por amor está más allá del bien y del mal”.

Es necesario aceptar toda la carga de hipocresía que llevamos encima de nosotros –nosotros occidentales, tan civilizados y cultos- y asumirla si queremos verdaderamente reconocerla y deshacernos de ella para tender fraternalmente la mano a todos esos pueblos desde la igualdad de lo humano y no desde el interés y la ambición. El que nuestra sociedad occidental - tal y como es y ha sido hasta hoy-, realmente lo lleve a cabo algún día, es algo en lo que me cuesta creer, pero que deseo desde lo más hondo de mi ser.

En cuanto a mi experiencia con esos pueblos "primitivos, brutos e ignorantes", tengo que decir que ellos me ayudaron, a ver con los ojos del corazón y a tocar con las manos de mi alma lo que yo era, lo que yo quería y buscaba y el profundo sentido de la vida; mostrándome también el camino de la realización.

Ellos fueron los mejores maestros que pude tener en el aprendizaje del verdadero humanismo y en el proceso de reconciliación con mi historia y mi cultura. Así que bendigo todos los accesos de malaria que tuve que soportar, además de otros bichos de los que pican y algunos de los que se llevan dentro. Ya lo dice Saint-Exupéry: "Es necesario tolerar alguna oruga si uno quiere conocer la mariposa" y "hay que pasar por las espinas si uno quiere tomar y conocer las rosas".

Y de vuelta a África, cuando uno pisa su suelo por primera vez, tiene la sensación de que alguien ha soltado por ese lugar a los cuatro jinetes del Apocalipsis y los mantiene en un ritmo frenético, desenfrenado y constante. La muerte, la guerra, el hambre, las enfermedades, además de la sinrazón, de la explotación y de la miseria; lo interpelan a uno sin descanso. Es como si todas las capacidades de horror, perversión, atrocidad, exterminio, etcétera, del hombre con el hombre, se dieran cita allí. Y una camina aturdida entre clítoris arrancados, niños y madres que mueren como moscas, epidemias, hambrientos, desnutridos, enfermedades que en Europa son banales y en esas tierras son mortales... Una se siente por un lado impotente ante tanta desgracia y por otro lado, por poco que una haga, lo que hace sirve para tanto y es tan espectacular, que una a veces está tentada de creerse un dios y perderse cegada de omnipotencia...

Y en medio de todo eso, se llega a un poblado y se pregunta: “¿Nakanga def?" O al menos eso es lo que se debe preguntar en el país al que yo llegué, si quería ser comprendida, y le responden a una: "¡Mangui fi rek!" Que quiere decir: -"¿Está la paz contigo? ¡Sí, simplemente conmigo aquí, está paz!". Y uno sigue preguntando: "¿ Y en su casa, y en su familia, y en sus mujeres, y en sus padres, y en sus hijos, y en sus muertos, y en sus animales, y en su comida... está en todo la paz?" Porque en África todo vive, todo está animado, todo tiene alma; así que hay que preguntar por todo. Y la respuesta no varía, todo y cada uno de los objetos, todas y cada una de las cosas y de las personas tienen la paz; la viven, les acompaña, la respiran... Y una, perpleja, se esfuerza en comprender si esa paz que mora en ellos y se refleja en sus miradas es lo mismo a lo que nosotros llamamos paz o se trata de algo diferente.

Sus ojos cantan serenidad, alegría y confianza. Y lo hacen de un modo imperturbable… Más allá de las desgracias… Más allá de los sistemas filosóficos y sociales… Más allá de las creencias y de las dudas… Más allá de las miserias… Más allá -inclusive- de los dioses. A veces unA confunde esa serenidad y paz que respiran con una resignación enfermiza, con un abandonarse, con una acérrima creencia en la fatalidad y el destino según la voluntad de los dioses y una pasividad e indiferencia mórbidas; y en sus ojos, en lugar de ver reflejada la paz, una ve una interrogación constante que lo persigue con un ¿por qué? Tortuoso día y noche; con un "por qué" sin respuesta que se le clava a una en el alma.

Pero esa transformación de lo que se ve en sus miradas (cuando se mal interpretan la paz y la serenidad como indiferencia y resignación), no es nada más que la culpa que se siente y de la que una quiere alejarse; y cuando se cae en la cuenta de que la pregunta sólo la plantea la propia consciencia de una y no los ojos de ellos, entonces se vuelve a encontrar la paz en sus miradas; paz que nunca se alejó de sus ojos. Es entonces cuando se descubre en esos ojos, a la paz, a la serenidad, y a la alegría, todo el dolor y la tristeza del alma de esos pueblos junto al hambre, la miseria, el horror y el sufrimiento de sus cuerpos.

¡Y cómo no va a encontrarse una con esos sentimientos entre tanta desgracia! Pero ese encuentro de sentimientos no anula lo que se refleja en sus ojos ni son antagónicos con ese reflejo... Porque se puede estar mordido por el hambre y por la enfermedad, atravesado por la pobreza y por la muerte, extenuado por el dolor... y, no obstante, se puede simultáneamente vivir en paz, estar sereno y sentir la alegría de cada amanecer. Y eso constituye todo un aprendizaje que esas personas me ayudaron a realizar. Otra vez la paradoja humana.

Nosotros los occidentales hemos confundido tanto el tener y el hacer con el ser que difícilmente podemos entender la simultaneidad de esos estados y sentimientos ni descifrar el sentido de esa paradoja... En su lugar, nosotros caeríamos en la desesperación, en la depresión, en la melancolía, en el suicidio, en el crimen y ¡En qué sabe Dios cuántas cosas más! Una, civilizada occidental, que necesita tantas y tantas cosas para considerarse feliz y que la paz le habita, se pregunta perpleja por la causa que mantiene a esas gentes en la alegría; lo que hace que sus ojos no se apaguen y devuelvan siempre miradas chispeantes de aliento y serenidad... Y. al principio no se entiende nada. Y no se entiende porque se va de salvador y de sabio; de abanderado y procurador de la civilización y del progreso; de transmisor de las claves del bienestar; de precursor de la cultura y de no sé cuántas estupideces más. Pero poco a poco una va despojándose de todos los bagajes en los que está atrapada, y va descubriéndose y descubriendo esa desconocida causa que no puede ser otra que lo esencial...

Sin embargo, como una no termina de pulirse nunca, cuando salí de allí lo hice con una gran furia y resentimiento hacia todos los europeos que se quedaban - monjas, curas, misioneros seglares, cooperantes técnicos, expertos, etcétera-, ahora, y no es que mi proceso de pulimentación esté ya acabado; comprendo que la "cosa" nada tiene que ver con el quedarse o marcharse; y esto no es antagónico con el hecho de que, por otro lado, también pienso que lo mejor es que se fueran de verdad todas las poten­cias. No, no tiene nada que ver porque esa búsqueda de lo esencial no requiere el que uno vaya de un lado para otro por la geografía del planeta. El movimiento que se requiere es realizable por otras geografías que uno lleva dentro. Así que una puede quedarse o marcharse del lugar externo en el que habita sin que ello importe lo más mínimo si es que se ha movilizado por dentro lo suficiente para encontrar y asumir que el territorio que buscamos lo llevamos dentro.

Entonces yo me fui. Ahora no necesito moverme de donde estoy, porque aquí, en este ser y estar de terapeuta, de buscador de la peculiar verdad que habita en cada uno de los corazones de los hombres y en el mío propio, y que para nada es una "Verdad" única e incuestionable, es dónde puedo librarme y ayudar a que se libren -quienes a mí acuden en busca de ayuda-, de todas las mentiras y de todas las tinieblas que nos habitan tanto a mí como a todos. Aquí, en este espacio es dónde espera paciente ser encontrada esa verdad, para poder despojarnos de todas las máscaras y disfraces que nos oprimen y disfrazan, sumiéndonos en el sufrimiento y en la oscuridad.

Y después de todo, ¿qué apren­dí entonces y sigo apren­diendo hasta hoy, de mi paso por África? Aprendí, fundamentalmente, que lo esencial ni se posee ni es el privilegio y la riqueza de unos cuantos; aprendí a descubrir la causa de esa paz y esa serenidad que irradiaban sus ojos más allá de la desdicha y la miseria; pero con todo, tal vez importe más todo lo que desaprendí y que me llevó al encuentro de mí misma y de mis semejantes. Al desprendimiento de todos los etno­centrismos, racismos y xenofobismos (aun­­­que lamentablemente, siempre quedan algunos), al desprendimiento de todos esos "ismos" que nos endurecen el alma. y aprendí la hipocrtesía y las falacias de las "ayudas" que si de alguna ayuda son, lo son para hundir más y más a esos pueblos.
Y también pude aproximarme más a ese difícil concepto de la Igualdad sin por ello enmascararlo de barnices religiosos institucionales. Al hecho de que todos somos iguales y lo mismo, y al hecho de que los seres humanos no nos diferen­ciamos por el lugar geográfico en el que nace­mos; ni por las culturas en cuyo seno nos desa­rrollamos; ni por el color de nuestra piel, ni por nuestras características físicas, ni por las infor­maciones que logramos almacenar, ni por los status socioeco­nómicos a los que logramos llegar. No, por más que pueda resultar paradójico también este reconocimiento, nada de eso nos hace diferentes. La dife­rencia aparente no es más que otro de los enga­ños en los que navegamos, puesto que una es la esencia y todos participamos de ella. Los seres humanos tan sólo nos "diferenciamos" unos de otros en la magnitud en que cada uno de nosotros nos "cree­mos" diferentes; en la magnitud en que permanece­mos alejados de nuestra esencia contaminando nuestra percepción. En la magnitud que traicionamos la justicia y la libertad y nos presentamos cómo solidarios cuando en realidad vamos de amos dominantes. Ese es nuestro autoengaño. Una vez más "no es lo que entra por la boca del hombre lo que contamina al hombre, sino lo que de ella sale" - como pone uno de los evangelistas en boca de aquel Jesús al que llamaron Cristo -, de manera que, en la medida en que uno mismo se ciega ante el hecho de que lo esencial es único y común a toda la humanidad, en esa misma medida, uno se queda atrapado en la engañosa existencia de "lo que nos diferencia". De ahí a las xenofobias, racismos, etc. sólo hay una línea de separa­ción escrita en el aire.

(Extracto de mi libro "¿Dónde están las manos de mi alma?" todavía sin publicar)
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LQSomos. Hannah. Mayo de 2008
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