4/7/08

La Europa xenófoba

Orlando Alcívar Santos
orlando@alcivar.ec
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El Parlamento Europeo resolvió el 18 de junio último aprobar una directiva de retorno de inmigrantes ilegales que contempla la privación de la libertad para los sin papeles hasta por un período de 18 meses, normativa que entrará en vigor luego de dos años.
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En el texto del proyecto de Constitución Europea que comenzó a discutirse con más detalle en el 2003 y que no llegó a concretarse por mayoritarios votos negativos en varios referéndums nacionales, se decía que Europa “es un continente portador de civilización”, aunque por lo visto habría que preguntar cómo entienden la civilización los europeos, pues lo resuelto por sus representantes es una falta de respeto para seres humanos que se han visto forzados a salir de sus países de origen, con todas las penurias que el éxodo conlleva –entre ellas el desarraigo de su familia y sus amigos– para tratar de trabajar, a veces con explotación y maltrato, en un medio extraño, con el único propósito de sobrevivir y remitir algo de dinero a quienes quedaron obligadamente en sus pobres hogares, a miles de kilómetros de distancia.
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Decía un columnista catalán, con gran equilibrio y verdad, que “Europa muestra su cara más fea: ha olvidado su larga historia de caminantes de un lugar a otro, de inmigraciones y emigraciones masivas, de expulsiones por motivos políticos, religiosos y raciales” y no ha valorado lo que han aportado tantos millones de inmigrantes que han mantenido la marcha de la economía y han ayudado a corregir serios problemas demográficos de ese continente. Y también, la medida olvida, en un alarde de ingratitud, que América Latina tuvo siempre una política de puertas y ventanas abiertas para los inmigrantes españoles, italianos, portugueses, y otros más, que llegaron a este continente huyendo de las guerras y de la pobreza con una mano adelante y con la otra atrás, y que luego hicieron fortuna gracias a la generosidad de los pueblos que supieron acogerlos con la sencillez y bonhomía de estas tierras.
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La globalización que genera tantas caras sonrientes en Europa no puede significar solamente la apertura de las fronteras para el flujo de capitales y de bienes, sino que debe comprender también la libre circulación de personas y su derecho natural y humano a establecerse donde a bien tengan. De lo contrario, la tan preconizada globalización, una religión con millones de adeptos a escala mundial, será nada más que una inmensa hipocresía.
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En lo jurídico e internacional, hay que apoyar la iniciativa de la Cancillería peruana –como lo ha hecho la Federación Interamericana de Abogados reunida en Lima la semana precedente– de denunciar ante el Consejo de Derechos Humanos de la ONU y otros organismos de trascendencia mundial, la política de la Unión Europea que vulnera el Derecho Internacional y los instrumentos que protegen los Derechos Humanos de los ciudadanos del mundo.
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Y la actitud particular de España, favorable también a la directiva del Parlamento de Estrasburgo, contradice los principios de su propio gobierno socialista y menosprecia el pensamiento de la vieja Escuela de Salamanca que, para muchos intelectuales ibéricos, es uno de los primeros antecedentes en la elaboración de las doctrinas actuales de los Derechos Humanos y de la Dignidad Humana. ¿Acaso no se afectan los unos y se agrede a la otra con la infeliz decisión del Parlamento Europeo? Pero así es una parte de la humanidad: el rico que se olvida que antes fue pobre y que en sus dificultades fue ayudado por aquellos a quienes ahora no quiere tener a su alrededor.
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