20/9/08

Pando marcó el fin de los genocidios contra indígenas en América Latina

Por Hernán Mena Cifuentes
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Caracas (ABN) - La masacre de Pando cometida hace pocos días por los racistas bolivianos para desestabilizar al gobierno de La Paz , no fue un hecho aislado, sino que se inscribe en el marco de una estrategia mas amplia, diseñada hace muchos años a escala continental por el Imperio y las oligarquías para exterminar a los pueblos originarios afines a las causas revolucionarias, genocidios que, tras haber asesinado a un millón de indígenas latinoamericanos, no podrán repetirse nunca mas.

Las motivaciones que llevaron a la matanza de esos miles de hombres, mujeres, niños y ancianos, no debe atribuirse únicamente al hecho de que esos pueblos sean enemigos naturales del proyecto de conquista que adelanta EEUU en la región desde hace mas de un siglo, como también lo fueron sus antepasados que resistieron al Imperio español que los conquistó y avasalló llevándolos casi al exterminio, asesinando a mas de 20 millones de indígenas en el más grande genocidio que registra la historia humana.
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La otra razón es el racismo de los gobernantes yanquis, complejo originado en prejuicios religiosos, que los hizo creerse elegidos de Dios para conquistar al mundo y liberar a los pueblos salvajes del planeta, solo que la interpretación de ese supuesto mandato divino, y del “Destino Manifiesto” fue para oprimirlos y exterminarlos, como lo hicieron con el pueblo originario estadounidense durante la conquista del Oeste y desde allí invadir a México para arrebatarle mas de la mitad de su territorio.

Fue el inicio de una espiral de violencia y muerte desatada por EEUU a lo largo y ancho del continente, solo comparable a la realizada por los conquistadores europeos durante 3 siglos y cuya brutalidad extrema causó el exterminio total de los indígenas de Cuba, La Española y otras islas caribeñas, mientras que los sobrevivientes de esas masacres en la tierra firme americana, debieron huir a lo profundo de las selvas, donde aún son perseguidos, esta vez por el nuevo Imperio yanqui y sus lacayos.

Esta práctica perversa del Imperio llegó al paroxismo las décadas de los años 60, 70 y 80 del siglo XX cuando los pueblos originarios de América Central fueron víctimas de brutales masacres perpetradas por las dictaduras militares, los gobierno títeres de Washington y las oligarquías criollas en Guatemala, El Salvador y Nicaragua, cuyos ejércitos entrenados por EEUU, en complicidad con los escuadrones de la muerte integrados por civiles, asesinaron a miles de hombres, mujeres, niños y ancianos indefensos.

El pueblo guatemalteco fue el que con mayor intensidad padeció los embates del genocidio desatado a partir de 1960 por EEUU y sus esbirros militares y civiles que cometieron 626 masacres contra los pueblos originarios durante una guerra civil que duró 36 años dejando un saldo de mas de 200 mil muertos en su gran mayoría indígenas, quemados vivos, degollados, ahorcados, desmembrados o fusilados durante las incursiones del ejercito guatemalteco, adiestrado y asesorado por los militares yanquis.

“Fue la peor masacre desde los tiempos de la conquista y pasó solo hace 20 años, pero el mundo, pero el mundo, cegado por el racismo, nunca lo supo”, dijo en una oportunidad el escritor uruguayo Eduardo Galeano, al referirse a ese genocidio que dejó como espantoso testimonio de su barbarie, centenares de fosas comunes en el fondo de la cuales, muchas aun no descubiertas, yacen los cuerpos de cientos de miles de indígenas mayas.

En El Salvador, se repitió en la década de los 80, la misma historia de horror y sangre escrita por la barbarie yanqui y sus secuaces en la vecina Guatemala, años en los que perecieron unas 75.000 personas, en su mayoría indígenas, victima de las atrocidades cometidas por el ejército y los verdugos de los escuadrones de la muerte del régimen pitiyanqui de Arena, que aun sigue gobernando la nación mas pequeña del Istmo centroamericano.

Tampoco escaparon de la muerte, destacadas figuras religiosas quienes con valentía denunciaron ante el mundo esos crímenes de lesa humanidad, entre ellos el Obispo de San Salvador, Monseñor Óscar Arnulfo Romero, asesinado en 1980; las monjas estadounidenses, Ita Ford, Maura Clarke y Dorothy Kazel y la misionera laica Jean Donovan, que fueron violadas antes de ser ultimadas a balazos, y 4 sacerdotes jesuitas españoles, entre ellos Ignacio Ellacunal, rector de la Universidad Centroamericana.

Pero es la masacre de El Mozote, cometida el 12 de diciembre de 1981 por soldados del batallón Atlacatl, que dieron muerte a 974 habitantes de esa aldea indígena salvadoreña, la más horripilante de todas las matanzas perpetrados por los esbirros al servicio del Imperio y las oligarquías criollos de América Latina y el Caribe, genocidio que habría quedado oculto de por vida, de no ser porque Rufina Amaya, una joven madre de 4 hijos, única sobreviviente del ataque, contó la historia de lo sucedido aquel infausto día.

En un reportaje de Servicios Koinonia, colocado en la Web , basado en las declaraciones de esa mujer, que con su testimonio hizo derramar mas de una lágrima a los miembros de la comisión que años mas tarde seria la encargada de conocer la verdad sobre esa época sombría, se describen detalles aterradores de aquel crimen de lesa humana.

…”Rufina, -comienza el reportaje- es una campesina que ve ametrallar y luego degollar a su esposo y a todos los hombres del pueblo. Que presencia las filas de mujeres, apretando fuertemente a sus hijos contra sí, mientras esperan la muerte. Que escucha los gritos de los niños mientras son acuchillados y ahorcados. Entre ellos, los suyos, de 9, 6 y 3 años y la tierna, de 8 meses, que los soldados le arrancan de los brazos.”

“Fue en El Mozote, departamento de Morazán, cuando el batallón Atlacatl entra al pueblito con la orden de matar a todos. Cuando Rfina se queda sin su tierna, se postra en tierra. “Le pedí a Dios, -cuenta- que me librara si tenía que librarme y si no, que me perdonara.” Y mientras reza un Padre Nuestro se va ocultando detrás de unas ramitas. Inmóvil. Paralizada. Conteniendo el aliento. Tragándose el llanto.”

“Desde allí escucha los gritos desgarradores de las mujeres. Después los de los niños. Reconoce la voz de sus hijos, llamándola. Cuando cesan los gritos y sollozos, sube la gran fogata. Primero en la iglesia, donde mataron a los hombres. Después, en la casa de Israel Márquez, donde le había tocado a las mujeres. “No dejen a nadie sin quemar”, escucha Rufina. Las llamaradas vuelan sobre ella y sobre los soldados. Los terneros y los perros huyen despavoridos. Y también Rufina. Así puede enterrar su ca a y su llanto para que no la descubran. Después, corre sin parar.”

La espiral de la violencia desatada contra los pueblos originarios de América Central, tambien alcanzó al de Nicaragua poco antes de triunfo de la revolución sandinista, cuando los moradores del barrio indígena de Monimbó en Masaya, se alzaron contra las huestes del ejército de la dinastía de los Somoza, la mas brutal de las dictaduras impuestas por EEUU en la región en una lucha épica protagonizada en su mayoría por niños héroes y mártires que costó las vidas de mas de 400 hombres, mujeres, niños y ancianos.

Nadie mejor que Ernesto Cardenal, el poeta y sacerdote nicaragüense, para relatar algunos pasajes de esas jornadas de la resistencia, quien en un reportaje escrito años mas tarde cuenta cómo aquellos muchachos se enfrentaron con hondas, bazucas artesanales y piedras, a los tanques, a las bombas y helicópteros artillados del ejército.

“…Y el pueblo, -escribe Cardenal- levanta barricadas para impedir la entrada al barrio y alfombran las calles de vidrios quebrados para que no pasen vehículos; se encienden fogatas por todas partes, y los muchachos encaramados a los árboles como monos tiran bombas a los guardias que intentan acercarse.”

“En las esquinas eran esperados los BECATS, (Los vehículos militares con que patrullaba la Guardia ) y ellos parecían locos disparando sin saber a quien, mientras los muchachos se agazapaban para que nos los vieran. O desde los techos les dejaban caer las bombas. La Guardia dijo que “los indios de Monimbó eran brujos. Nunca apudieron ver a nadie que les tiraba las bombas; y eso que los combates eran todos los días.”

La estela de muerte que el Imperio y sus lacayos de las oligarquías, dejaron sobre el pueblo centroamericano, no se quedó allí, sino que también dejo su huella de terror en México, donde militares, policías y escuadrones de la muerte cometieron atroces crímenes contra el pueblo indígena de Chiapas, asesinando a decenas de hombres, niños, mujeres y ancianos al perpetrar espantosas masacres en Acteal, Aguas Blancas, El Charco, Atenco, Oaxaca y otros más.

América del Sur tampoco escapó al baño de sangre desatado por Washington y sus vasallos, que han asesinado a miles de indígenas especialmente en Colombia, donde una rica y poderosa oligarquía se confabuló con el gobierno y el ejército para crear a los paramilitares, una horda de asesinos las oligarquías que en los últimos años han sembrado muerte y destrucción a lo largo y ancho del país.

Los “paracos” han cometido decenas de masacres, dando muerte a centenares de indígenas y campesinos sospechosos de apoyar a las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, las Farc, que desde hace medio siglo combate a los gobiernos neogranadinos aliados del Imperio, aplicando los mas horribles métodos de tortura y de muerte como lo es el desmembramiento de seres humanos utilizando moto-sierras, o inyectándoles veneno de serpientes.

Tan salvaje y brutal ha sido la persecución y las seculares masacres que, primero las grandes potencias europeas y mas tarde EEUU desataron por América Latina, el Caribe y el resto del planeta que, tras varios años de esfuerzos desplegada por los países del Tercer Mundo, la ONU aprobó

en septiembre del año pasado, la Declaración de Las Naciones Unidas sobre los Derechos de los Pueblos Indígenas.

El documento, como era de esperarse, no fue suscrito por EEUU, ni por Canada, Australia y Nueva Zelanda, naciones cuyos gobiernos, como colonizadores de esos territorios, han sido autores de las mas crueles masacres contra los pueblos originarios que allí encontraron al invadirlos.

Entre las principales consideraciones de la histórica declaración se afirma que “Todas las doctrinas, políticas y prácticas basadas en la superioridad de determinados pueblos o personas, o que la propugnan aduciendo razones de origen nacional o diferencias raciales, religiosas, étnicas o culturales, son racistas, científicamente falsas, jurídicamente inválidas, moralmente condenables y socialmente injustas.

En el documento se expresa igualmente la preocupación “por el hecho de que los pueblos indígenas hayan sufrido injusticias históricas como resultado, entre otras cosas, de la colonización y enajenación de sus tierras, territorios y recursos, lo que les ha impedido a ejercer, en particular su derecho al desarrollo de conformidad con sus propias necesidades e intereses.”

La Declaración proclama solemnemente en su Artículo inicial que” Los indígenas tienen derecho, como pueblos o como personas, al disfruto pleno de todos los derechos humanos y las libertades fundamentales reconocidos por la Carta de las Naciones Unidas.”

Es por ello que la masacre de Pando ha recibido la condena universal, y la detención de los culpables y su enjuiciamiento, evidencia que el mundo no tolera más esos crímenes de lesa humanidad como los que hace algunos años cometieron en la región un Imperio hoy en decadencia arrollado junto con sus socios de las oligarquías por el avance incontenible de una revolución pacífica y humanista que hoy adelanta el pueblo latinoamericano y caribeño de la mano de sus líderes progresistas.
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ABN - Venezuela/20/09/2008

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