20/10/08

Ni genocidio ni crimen de lesa humanidad

OPINIÓN
El terrorismo de Estado y los asesinatos cometidos por la guerrilla merecen un tratamiento diferenciado y una condena que incluya la autocrítica.
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La Argentina vivió terribles "años de plomo" entre 1970 y 1983. La violencia política, las dictaduras militares, las proscripciones políticas y sindicales, la represión social y cultural eran la regla de juego desde 1955. Los intentos de normalización de la vida política practicados por Frondizi e Illia -pese al incumplimiento de pactos con el peronismo o su lisa y llana proscripción- habían terminado en rotundos fracasos.
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El inicio de la guerrilla urbana marcó un punto de inflexión no por su existencia misma, sino por el proceso de reclutamiento masivo en organizaciones de superficie que adherían a la lucha armada desde la izquierda, el peronismo y el cristianismo tercermundista. La sociedad se fracturó y el peronismo -actor central de la vida política- se polarizó entre dos proyectos graficados por las consignas "La patria peronista" vis a vis "La patria socialista".
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La muerte de Perón -después de haber expulsado a la izquierda-, desencadenó el "primer terrorismo de Estado" -la Triple A- y la polarización entre extrema izquierda y derecha. Las Fuerzas Armadas utilizaron el argumento de "la debilidad y corrupción de las fuerzas políticas para combatir la subversión" para alzarse con el poder y cometer las mayores atrocidades de nuestra historia. La guerrilla -antes y después del golpe- consideró "operaciones militares" el asesinato individual de oficiales de fuerzas armadas y de seguridad y/o dirigentes sindicales y políticos a quienes consideraba autores y/o cómplices de la represión popular. Reivindicó también el secuestro extorsivo como forma de financiar sus actividades.
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Todos sabemos el saldo trágico de tales acontecimientos. Los asesinatos de Pedro Eugenio Aramburu y José Ignacio Rucci, de una parte, y el centro de detención y muerte instalado en la ESMA, fueron los símbolos máximos del drama producido utilizando el "desencuentro de los argentinos".
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Los que participamos en ambos bandos y los que consintieron por acción u omisión los crímenes cometidos debemos hacer una profunda autocrítica para que la sociedad toda pueda exorcizar los monstruos que nosotros mismos parimos y criamos.
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El terrorismo de Estado es un fenómeno único e incomparable con cualquier otro procedimiento criminal individual o grupal privado. El uso sistemático de la tortura, decenas de miles de asesinatos y el secuestro de centenas de niños robándoles su identidad, constituyen con claridad delitos de lesa humanidad. Pero no de genocidio. Comparar el régimen militar argentino con el holocausto judío, el exterminio armenio, Ruanda-Burundí o la "limpieza étnica" en Bosnia, Croacia y Kosovo es un despropósito histórico.
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Los crímenes cometidos por la guerrilla -ERP o montoneros- no fueron delitos de lesa humanidad. Y esto no es por atribuir sólo a los Estados la posibilidad de tales excesos, sino porque es absurdo acusar a cualquiera de las dos organizaciones de cometer actos indiscriminados de terrorismo contra la población civil. Los grupos armados que practican sistemáticamente actos de terrorismo en medios de transporte, centros comerciales, mercados, cines, teatros o iglesias cometen actos de lesa humanidad que deben ser condenados como tales y, en ese carácter, ser declarados imprescriptibles. Con la verdad y la memoria no deben hacerse concesiones. Lo que no debemos hacer es lavarnos las manos respecto de la responsabilidad colectiva en el ejercicio de las pasiones. La reflexión hacia el futuro debería apuntar a canalizar las mismas para la creatividad pacífica y la generación de bienes espirituales y materiales que mejoren la calidad de vida colectiva. Ya hemos producido muchos exiliados, quebrados anímicos, escépticos, cínicos , muertos y deudos inconsolables en una historia contemporánea que deja poco espacio para el orgullo y mucho para la vergüenza y el arrepentimiento.
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Clarin.com- Argentina/20/10/2008

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