2/11/08

Federico en el balcón

Por Alicia Dujovne Ortiz
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GRANADA
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Los crímenes del franquismo surgen a la luz. Ya la iniciativa del gobierno de Zapatero, Memoria Histórica, ha dado como resultado que varias ciudades y pueblos españoles se hubieran decidido a remover sus fosas comunes. La más impresionante es la de Málaga, donde cuatro mil esqueletos, encimados y separados por capas de cal, son desenterrados en este mismo momento por jóvenes antropólogos que cepillan pacientemente la tierra hasta dar con el cráneo o el fémur de algún infortunado. Los enterrados de Málaga ni siquiera cayeron peleando: cuando los franquistas entraron en la ciudad andaluza apodada "la Roja", dieron órdenes de hacer prisionero a cualquiera con cara de pobre, y de conducirlo al cementerio para fusilarlo y arrojarlo a la fosa con más comodidad. De todos ellos, sólo unos pocos han sido identificados, y desde ya se sabe que, en su gran mayoría, no lo serán. Malagueños y malagueñas contemplan en silencio los huesos anónimos, murmurando, sin demasiadas alharacas, "ahí yace mi abuelo".

La ausencia de castañuelas es comprensible en una España donde la última decisión del juez Garzón ?investigar a fondo la desaparición de 114.266 republicanos durante la Guerra Civil? está levantando oleadas de protestas por parte de la derecha.

Pese a la ley de amnistía votada en 1977, dos años después de la muerte de Franco, Garzón se estima competente para llevar a cabo esta investigación que, según el diario El País, es "un proceso virtual al dictador, indispensable en un país que no ha sido capaz de afrontar las miserias de su pasado". A esa ley de amnistía, las asociaciones de familias de víctimas del franquismo siempre la han llamado "pacto de silencio".

Entre los argumentos desarrollados a lo largo de setenta páginas, Garzón sostiene que los delitos por investigar son "continuos", vale decir, imprescriptibles, puesto que se ignora el paradero de la mayor parte de los cadáveres.

La respuesta de la derecha, lanzada a una verdadera campaña de linchamiento del juez vedette, es que ese proyecto "reabre inútilmente las llagas de una tragedia colectiva, con víctimas por los dos lados". A esto, Josep Ramoneda, también en El País, replica: "Las heridas del franquismo nunca han sido cerradas. Simplemente, han sido tapadas". Con respecto al argumento de la "simetría" ?equivalencia de horrores por ambas partes?, esgrimido por un Partido Popular que, para Ramoneda, tiene obvias raíces en el franquismo, el escritor añade: "Los rebeldes [franquistas] se levantaron contra un régimen legalmente constituido; las atrocidades del lado republicano se terminaron con la guerra y fueron cruelmente sancionadas por el nuevo régimen, y las atrocidades del franquismo siguieron practicándose durante la legalidad que ellos instalaron, con simulacros judiciales o sin ellos".

Una de las diecinueve fosas comunes, cuya apertura se contempla en el documento de Garzón, se encuentra en los alrededores de Granada, no lejos de la Fuente de la Lágrimas, así llamada por las burbujitas que suben hacia la superficie. La noche de San Federico, el 18 de agosto de 1936, cuatro hombres fueron enterrados allí. Los tres primeros eran dos banderilleros anarquistas y un maestro de escuela. El cuarto, un poeta ya a punto de fugarse de España, pero que había regresado a su pueblo natal, Fuentevaqueros, en la Vega de Granada, para despedirse de la familia el día de su santo.

Era una noche sin luna, pero aún no sabemos si Federico García Lorca pudo advertir la ausencia de esa "moneda de plata", tan querida por él y tan temida, porque seguimos ignorando las circunstancias de su muerte, aunque su biógrafo, el hispanista irlandés Ian Gibson, no dude de que fue torturado.

Gibson comenzó a indagar en los años sesenta, cuando Franco llevaba diez años en el poder. No eran tiempos de exagerar con las preguntas, pero logró conversar con varios que sabían.

En esa ciudad pequeña, que había sido sometida a un baño de sangre, al menos cien personas conocían la verdad de los hechos, pero no abrieron la boca. Investigadores extranjeros, como Branan, Agustín Penón y el propio Gibson se hallaron ante un muro de silencio aún no derrumbado.

Granada no ha revelado su secreto. Gibson tuvo la suerte de visitar la tumba ?una piedra que marca el sitio, dentro del parque memorial Lorca?, junto al hombre que decía haber enterrado a Federico y a sus tres compañeros. Pero el misterio queda en pie. "Había mucho resentimiento contra la familia y parece que unos primos suyos, de Valderrubio, estuvieron implicados en la muerte ?dice Gibson?. Al final, en parte, fue un crimen pueblerino, de odios ancestrales por las tierras de Vega de Granada. También la envidia es un tema fundamental en esta muerte. A Federico lo envidiaban por sus dones, por el dinero que ganaba con su teatro. Rojo, homosexual y enemigo de la España católica, tenía todo en contra. Por eso digo que su muerte fue una tragedia griega."

¿Una sombría historia de celos lugareños? En todo caso, parte de su familia continúa negándose a que se abra la tumba o a que, sencillamente, se la escanee para saber si el cuerpo del poeta sigue allí o si, como se rumorea, ellos mismos lo desenterraron para enterrarlo en la Huerta de San Vicente, la finca familiar.

"Hay que respetar los deseos de los suyos, pero Lorca no sólo les pertenece a ellos", concluye Gibson con un aire cansado que no cuesta entender: en un reciente programa de la televisión española, un abrumador porcentaje de entrevistados, entre los cuales un premio Planeta, seguían llenándose la boca con la supuesta "reconciliación" que este agujero en la tierra amenaza con tragarse. "Los españoles estamos muy tranquilos ?manifestaba una abogada llena de bríos, dirigiéndose a este gringo tozudo y belicoso, acusado de meter sus narices en donde nadie lo llama?. Todos lo estudiamos a Lorca en el colegio; no necesitamos saber nada más sobre su muerte ni sobre la de nadie. Dejadlos a todos en paz."

Paz y tranquiilidad que se dirían frágiles, visto y considerando la algarabía de improperios contra los hurgadores de sepulcros.

La imagen de Federico proyectada por Gibson es tan misteriosa como su muerte. Era radiante y desesperado ?afirma?, melancólico y amante de la fiesta. Pero quizá lo más extraño consista en que no se han conservado grabaciones de su voz. "Las hubo ?asegura?, porque recitaba a menudo en la radio, en España y en la Argentina, pero nunca han aparecido. Yo me imagino que estarán en algún sótano de Buenos Aires. También con la guerra desaparecieron muchos papeles suyos que, quizás algún día, alguien descubra."

Saber cómo murió Federico es un derecho para todos. El más andaluz de los poetas universales y el más universal de los andaluces cantó su propia muerte hasta tejer con nosotros lazos más fuertes que los de la sangre.

El agua cantarina siempre estuvo en sus versos, prenunciando esa Fuente de las Lágrimas, que acaso haya guardado su último grito (en uno de sus poemas de juventud, Manantial, alude a la "fuente de mis lágrimas" que se vuelven resina cuando el poeta obedece la orden de convertirse en árbol).

Regresar a su pueblo cuando ya tenía su pasaje salvador en el bolsillo lo muestra por entero: un poeta panteísta que, antes de partir, necesitó abrazarse una vez más al viejo chopo de la infancia, ese que, con el rumor de sus hojas, susurraba "Federico". "Amo la tierra ?escribió?. Me siento ligado a ella en todas mis emociones. Mis más lejanos recuerdos de niño tienen sabor de tierra... Los bichos de la tierra, los animales, las gentes campesinas... Toda mi infancia es pueblo. Pastores, campos, cielos, soledad."

Y, sin embargo, el elemento "griego" que advierte Gibson aparece en la contradicción entre pertenencia y libertad. El hombre libre, "rojo y homosexual", era también el hombre que aceptaba la fatalidad del amor perdido, el hombre trágico que anticipaba su fin y hasta lo suscitaba con una suerte de oscura voluntad. Tierra mítica y tierra de "odios ancestrales" que Federico pagó con su vida.

No fue el único: es claro. Garzón tiene razón al declarar que el deber de su país es mostrar cómo murieron todos los otros. Pero el que la tumba de Federico esté en el centro de la feroz polémica que hoy agita a España como nunca, o como siempre, se parece a un destino. Es como si esa tumba contuviera a todas las víctimas que aún esperan ser nombradas; como si esa tumba viviente tuviera el más peligroso de los poderes: el de hablar.

Si la poesía de Federico representa una época y una intemporalidad españolas, también su muerte y el silencio que la cubren tienen valor de símbolo. ¿Qué ganaremos con enterarnos de que el poeta de la Andalucía eterna fue atormentado hasta morir? Ganaremos, precisamente, con saberlo y, sobre todo, con no olvidarlo.

No hay reconciliación con desmemoria ni herida tapada que ya no duela. El mismo debió preverlo cuando dijo, en su poema Despedida: "Si muero,/ dejad el balcón abierto".
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La Nación - Argentina/02/11/2008

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