13/7/08

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Gervasio Umpiérrez
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Rebelión/13/07/2008

PRENSA LATINA

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Prensa Latina - Cuba/13/07/2008

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LPyC/13/07/2008

Desalambrando conciencias. (Vivimos en libertad condicional)

Por: Michel Balivo
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Percibimos la realidad existencial, la convivencia cotidiana que siempre es en relación, a través de “lentes ideológicos” demasiado complicados. Si observamos con atención como se maneja el reality show a una semana de la liberación de los 15 rehenes en Colombia, eso se nos hace evidente. Los micrófonos y cámaras solo enfocan unidireccionalmente a Ingrid Betancourt.
Ella se ganó con seis años de rehén en las selvas colombianas, el premio mayor de la caprichosa lotería del prestigio mediático internacional. Solo tienen un espacio colateral presidentes, ministros y generales. El resto del mundo no existe, todo se reduce a un aséptico estudio con aire acondicionado y utilería, un locutor con un guión preestablecido, respuestas contradictorias.
La cámara y los micrófonos enfocan unidireccionalmente, uno por vez, no hay la menor realimentación con otros actores de la realidad colombiana, sudamericana, mundial. No hay historia que gestione y sostenga, el momento presente no tiene causas, es como una nube que flota incorpórea, ingrávida en el plácido o accidentado cielo despejado o tormentoso.
Es de ese modo que nuestros hábitos colectivos de atención, modos de organizar, percibir, interpretar y reaccionar a la realidad, han sido educados explícita y masivamente por décadas de observación pasiva de los medios de comunicación. Motivo por el cual, hoy en día todo ese escenario inevitablemente copresente nos pasa ya des-apercibido.
A fuerza de choques y desencajes, que ponen en evidencia los abismos entre nuestras expectativas, hábitos, creencias, lentes ideológicos intermediadores con la realidad, y los desastrosos resultados obtenidos; poco a poco y esforzadamente vamos cayendo en cuenta de que algo anda mal, algo está equivocado. ¿Pero, qué?
Basta ver como trata las noticias Telesur, para asistir a otro enfoque alternativo de esa realidad mediática que nos presentan o venden masivamente. Pero aún así, eso no nos resuelve la problemática cotidiana, ni nos da unos nuevos y mágicos lentes ideológicos que nos permitan reconocer de inmediato lo desapercibido. Porque no se aprende a pensar estructuralmente como un espectador pasivo y/o tomando pastillitas que curan todos los males por un dólar.
La vida es una totalidad experimentada, que no se puede dividir en casilleros separados y estáticos salvo artificial o virtualmente, como una conveniencia éxplicita para su estudio, Pero pareciera que eso nunca lo supimos o en algún momento lo olvidamos. Al menos así lo testimonia nuestra minusvalía, analfabetismo funcional, nuestra enajenación natural e histórica social presente.
Yo creo que hoy en día cuando menos se esboza la ingenuidad cartesiana, que se forjó en el fuego de la inquisición de los reverendos frailes medievales. ¿Has intentado pensar sin sentir nada al respecto? ¿Has logrado dejar de lado tus intereses cuando intentas tomar decisiones importantes y equilibradas para el resto de tu vida?
Si lo has intentado con sinceridad y permanencia, creo que has de coincidir conmigo que esa razón cartesiana que surge como una alternativa ideal a un modelo medieval agotado y en crisis, (a mil quinientos años de superstición y oscurantismo, convirtiéndose en el fundamento de nuestra conciencia colectiva y su actual organización social), tiene serias inconsistencias y limitaciones.
Yo cuando menos, no he logrado más que intentar imponerme, superponerme formas, imágenes rígidas, casilleros estáticos de cómo deben ser las cosas. Para tener que terminar reconociendo que me he ido convirtiendo en una estatua de restringidos, difusos y pesados movimientos, y que toda mi escenografía no es sino una representación virtual, una apariencia. Una farsa en lo que hace a mis verdaderos sentimientos, pues nada tiene que ver con ellos sino con los medios por los que se supone conseguiré lo que quiero. Pero así como viviendo, el postulado fundamental de la razón de que “A siempre es igual a A y jamás puede convertirse en B”, se demuestra más bien una ingenua y humana expresión de deseo, de cómo a mi me gustaría que fuesen las cosas, una falacia ante el continuo transformismo de los fenómenos naturales y sicológicos.
Del mismo modo llega un momento en que mis sentimientos esenciales quedan enterrados y olvidados bajo los hábitos y creencias de lo que debería ser, de los medios y caminos para obtener lo que quiero. Y ya no sé qué es lo que realmente quiero, solo me queda la inercia, el tropismo y la identificación con el ejercicio de los caminos intentados para obtenerlo.
Hoy cuando intento quitarme las gafas que esos caminos intentados, esa dirección de vida ejercitada le ha impuesto a mi sensibilidad, me da la impresión de que una condición mayor, colectiva, afecta y se impone a cada una de mis intenciones y actos. Tú puedes ser muy bueno o malo según el modelo social imperante, pero estás sometido a esa condición del mismo modo que todo pescador, por bueno o malo que sea, está sujeto a las corrientes marinas y climas.
Cuando intentas observar sin las gafas de los hábitos y las creencias, lo primero que te encuentras es que los anhelos e ideales colectivos de cada etapa social, son los que en realidad ponen en evidencia las condiciones de vida en que se originan y a las cuales intentan compensar.
Si aspiramos a libertad, justicia, equidad, no será seguramente porque esas son las condiciones de la organización social que estamos viviendo, ¿verdad? Si como ideales y compromisos de toda relación íntima, exigimos fidelidad, permanencia, eternidad, exclusividad, ¿no pone eso en evidencia cuál es nuestra organización social y los estados de ánimo de nuestra conciencia, sensibilidad, intimidad?
Si concebimos dioses coléricos e irascibles, que exigen todo tipo de mandamientos personales y sociales, así como en otros momentos dioses únicos, padres de todos los padres concebibles, que son amorosos y tolerables, ¿no pone eso en evidencia como experimentamos la vida, el mundo, la organización social imperante?
¿O acaso quien se siente libre, seguro, feliz, satisfecho, autosuficiente, se dedica a imaginar e implementar vínculos de dependencia, intermediadores con la felicidad y la riqueza, entidades todo poderosas que nos premiarán o castigarán si hacemos esto o lo otro?
Si bajamos por la escalerita mental y social de la pirámide jerárquica, no nos resultará difícil reconocer los mismos estados de ánimo desde los cuales organizamos cielos e infiernos, en los reyes feudales o egipcios y sus cortes. El mismo modelo es claramente reconocible, aun cuando con mayor movilidad, en la presente organización representativa y hasta en la familia.
Padre, patriarca o presidente, son autoridades todopoderosas que deciden sobre las vidas de los demás y otorgan o no privilegios según caprichosos e irracionales estados de ánimo. Hijos, amantes y súbditos compiten entre sí por sus favores. ¿O acaso no nos referimos a esos favores y privilegios cuando decimos que nos quieren o no nos quieren?
¿No es esa la historia del romance entre los países subdesarrollados latinoamericanos y papá EEUU? Pero claro, ser humano es aspirar antes o después al cambio, a la superación de lo ya experimentado. Esa función de rebeldía de los hijos con los papis, la posibilitó y cumplió el conocimiento abstracto a medida que fue acumulándose.
Porque de ese modo, gradualmente los hijos sabían cada vez más que sus padres y ya no dependían ni tenían que reverenciarlos hasta el momento de su muerte, para ser los preferidos receptores de su conocimiento, bienes y báculo patriarcal, es decir de su omnipotencia. Pareciera entonces que en el conocimiento, en la transición del dogmático pensamiento medieval a los fundamentos de la razón cartesiana del Renacimiento, hizo explosión la rebeldía de las juventudes oprimidas por la tiranía de las viejas generaciones de todos los tiempos.
El conocimiento fue entonces una herramienta de liberación, de expresión de rebeldía acumulada, de concreción en los hechos sociales de la renovación generacional biológica, de la sustitución de lo viejo por lo nuevo. ¿No sucede lo mismo hoy que Latinoamérica niña creció y quiere tomar sus propias decisiones, experimentar sus consecuencias de primera mano? ¿No se encienden nuevamente las hogueras y persecuciones de brujas de la inquisición?
Reconocer, tomar conciencia de nuestras cadenas, de la imposición de una condición a cada una de nuestras intenciones y acciones, implica y es entonces, una dinámica estructural con la intensidad y permanencia del ejercicio liberador personal y colectivo. ¿O no reacciona EEUU y los intereses corporativos establecidos y hegemónicos, a nuestra dirección de hechos de soberanía?
Lo que sucede entonces es que vivimos tiempos intensos y mayores de cambio global, y por ello se intensifican las dialécticas generacionales y de todo tipo y comenzamos a ver, comienza a entrar en conciencia la condición que nos sugestionó y pasó por ello desapercibida.
¿O no son y llamamos automatismos, tropismos, hábitos y creencias, justamente a todo aquello que reacciona sin pasar necesariamente por conciencia, sin exigir energía atencional? ¿A todo aquello que sigue los caminos de menor resistencia o menor conciencia?
Estoy escuchando al presidente Chávez conversando con una reclusa guyanesa, que no habla español y tiene dos años ya en la cárcel, sin ninguna conclusión. Esto sucede en medio de un acto de indultación de condenas por una reorganización del sistema de justicia. Le pregunta a la presidenta de la Corte Suprema de Justicia si eso es justo, si eso es justicia.
Pregunta a los responsables de los penales si hay ricos en la cárcel. Ante sus respuestas negativas dice que la justicia tiene que humanizarse, salirse de su castillo de cristal e ir a la calle, poner carpas en las cárceles si es necesario, y resolver de una vez los casos pendientes.
Dice que vivimos en un derecho, en una justicia injusta e inhumana, bajo una legislación para apuntalar la injusticia social que convierte a las cárceles en bancos, alcancías, “depósitos de pobres”. La fiscal general, también una mujer, le contesta que para eso es necesario cambiar las leyes. Chávez contesta ¿Y? ¿No tenemos mayoría en la Asamblea Legislativa? ¿No son las leyes ajustes a la naturaleza de la sensibilidad y los hechos sociales, a las coyunturas históricas que vivimos? ¿O son aún dictámenes y mandamientos bajados de los cielos?
¿No hablamos de humanizar al mundo? ¿Cómo lo haremos? ¿Llenando cárceles para excluir el problema de nuestro horizonte perceptual? Ese es justamente el mundo que hemos organizado, de casilleros separados y que supuestamente no se afectan mutuamente. Pero las raíces de los problemas no se resuelven y las cárceles desbordan, la represión se intensifica.
Las enfermedades sociales requieren estudios y soluciones, remedios sociales y no bárbaros castigos para lo que no entendemos y tememos, que muchas veces se convierten en venganzas resultantes de nuestros temores y frustraciones acumulados.
¿Por qué violar lo bien visto para un momento social, ha de corresponder a respuestas iguales o peor de bárbaras, a la pérdida de todos los derechos sociales? ¿No debería ser justamente todo lo contrario? ¿No debieran ser ellos los que mayor atención y derechos sociales habrían de recibir? ¿No han sido infinitas veces los innovadores sociales burlados y encarcelados? ¿Qué pasó con Jesús, Bolívar, el Ché? ¿Y qué nos dice eso de nuestras sociedades, de nosotros mismos? ¿Hasta cuando creeremos que la violencia se resuelve con más violencia, y que por ese camino podríamos llegar alguna vez de algún mágico modo a la paz? ¿No sigue siendo eso el código del ojo por ojo y diente por diente, una simple venganza o vendetta mafiosa que hereda cual código de honor cada jefe de familia, de generación en generación?
Una vez más entonces, ¿hay o no hay una condición subterránea y colectiva, desapercibida, que se impone a cada una de nuestras intenciones, decisiones, intereses y conductas de cada día, produciendo resultados diferentes a los intencionados? Y si no la reconocemos siquiera, ¿cómo la resolveremos, cómo extirparemos sus raíces?
Yo no tengo las respuestas. ¿Y tú? Pero como en tantas otras cosas más, cuando intento quitarme las complicadas gafas de las creencias e ideologías con que intermedio las relaciones, la realidad, y lo logro por un instante, me parece reconocer que justamente es todo eso aprendido y ejercitado lo que hoy experimento como limitaciones.
Ayer fue un modo de pensarme, sentirme y expresarme en el mundo. Pudo ser más o menos satisfactorio. Pero hoy me resulta limitador. Esos hábitos y creencias no me permiten llegar a ti, comprenderte, hacen que te tema y me proteja, me construya armaduras emocionales. Todo lo cual termina deshumanizando nuestras relaciones.
¿Resolveremos eso con dinero, con posesiones compensatorias a nuestras incertidumbres, fantasmas, soledades, alienaciones? Un sacerdote sueña despierto y dice que en el nuevo mundo las cárceles tienen que dejar de existir, ser sustituidas por algo nuevo, diferente. El presidente Chávez lo confirma, agrega que esta es la posibilidad de cambiar un sistema violento desde sus mismas raíces, impactando la realidad global.
Ordena que se forme una comisión multidisciplinaria para estudiar y buscar soluciones creativas y humanizantes de esa problemática. Dice, leyendo a Foucault, que si no cambiamos el sistema carcelario, el sistema de premios y castigos sociales, inútil será todo intento superficial de cambio de sistema ideológico.
Porque a fin de cuenta, ¿no hay una emocionalidad, un sistema de intereses originado en la relación con el entorno, traducido a ideología tras todo el sistema carcelario? ¿No es la contracara oscura al final de la escalera jerárquica, el último y más bajo escalón, el mayor castigo opuesto al mayor premio social por ser bueno o malo según el modelo de moda?¿No es la lucha, la dialéctica personal y social por la libertad y sus variadas limitaciones, el motor y la conectiva de toda nuestra historia?
La revolución en la práctica no es sino liberarnos de los intermediarios, dinamitar las fronteras, desalambrar las parcelas, las propiedades que cubren de alambres de púas la delicada y sensible piel de la madre naturaleza y sus criaturas. No otra cosa son las misiones venezolanas como intento de eludir la burocracia institucional y hacer llegar a todos lo que de todos es, siempre ha sido.
No otra cosa es Petrocaribe, Telesur, el Alba. Quitar viejas formas institucionales que intermedian relaciones entre tú y yo, sin importar cuan grandes túes y yoes se hayan agrupado e identificado bajo sus banderas. Ir cambiándolas por otras nuevas que demuestren ajustarse mejor a la sensibilidad y exigencias del momento que vivimos, que alivien el elevado sistema de tensiones, el sufrimiento mental que experimentamos.
No es difícil darse cuenta que es cuando decaen la sinceridad e intensidad de los vínculos emocionales, que brotaron naturalmente estableciendo una relación, que los bienes materiales y sicológicos que ocupaban un papel de trasfondo totalmente secundario y funcional, pasan a convertirse en prima donna, en vedet. El afecto en transacción de negocios y conveniencias.
Lo que no es tan fácil de reconocer, es que la misma libertad, los mismos deseos de una vida mejor, que se expresaron como formas de relación con el mundo en un momento dado, son los que luego se van convirtiendo en cárceles limitantes, callejones estrechos que nos dificultan respirar, que intermedian toda posible relación asfixiando, frustrando todo intento de cambio.
Sin embargo, cuando comenzamos a reconocerlo, queda claro que todo tipo de libertad o felicidad personal y social, (que son una y la misma pues no vivimos en nubes ni entelequias), responden a modelos culturales o formas económicas de organización del trabajo. Decir organización es igual a decir conciencia. ¿O acaso hay otra inteligencia capaz de hacerlo?
Cuando una forma se agotó o ya resulta limitante, insuficiente, insatisfactoria, nada haces en consecuencia con reprimir, exterminar, encarcelar, castigar. Solo cabe reconocer sus hábitos y creencias intermediando toda posible relación, y recrearlas acorde a la sensibilidad y necesidades de la conciencia.
Pero más allá de ello, se trata de aprender a percibirnos de modos más simples, menos intermediados por el pasado heredado, menos temerosos, más humanos, plenos y satisfactorios. De reconocer la condición mental, emocional y física que se impone a nuestra conciencia, a cada una de nuestras decisiones y conductas resultantes. Para entonces poder dar un nuevo paso de libertad, justicia, humanidad, felicidad. Para aprender el mayor de los artes, de las libertades, la de recrear nuestras personalidades y mundos.

ARGENTINA: SIN PALABRAS.

Para tomar posiciones: ARGENTINOS... o que???
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LPyC/13/07/2008

ARGENTINA: La tierra del estanciero

Daniel Paz
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ECONOMIA › OPINION
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Por Mario Rapoport *
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La expresión “granero del mundo” quedó grabada en la mente de muchos argentinos como una época de oro de nuestra economía. Pero, como decía Jauretche, formaba parte más bien de una mitología que don Arturo describió, en su lenguaje campero, con el nombre criollo de “zoncera”. La Argentina no era a principios del siglo XX el primer exportador agropecuario del globo (en 1907 sólo se ubicaba tercero después de EE.UU. y Rusia) y sería más apropiado llamarla estancia vacuna, el negocio principal de los dueños del poder. No por casualidad uno de los juegos para niños más populares del país por décadas se apoda el “juego del estanciero”. Es fácil darse cuenta también, desde las primeras apropiaciones de tierra –vía el “eufemismo” de las genocidas “campañas del desierto”, la ley de enfiteusis y otros mecanismos puestos en práctica por los distintos gobiernos “patrios” para “repartir” con “generosidad” estos lares–, de que ese “granero del orbe” (generosa licencia poética de Rubén Darío), no pertenecía ni por asomo al conjunto de la población. El censo de 1914 mostraba, por el contrario, que la propiedad de la tierra era de muy pocos: el 5 por ciento de los propietarios disponía en 1914 del 55 por ciento de las explotaciones.

La poderosa oligarquía que gobernaba el país en función de sus intereses agro-exportadores, tenía al menos tres principales características. Primero, una cultura fuertemente rentística, pues sus principales ingresos provenían de las extraordinarias ganancias que les brindaba la renta de la tierra. Segundo, una conducta antidemocrática que permitía a “todos los hombres de mundo habitar el suelo argentino”, pero marginaba políticamente a los inmigrantes que llegaban para trabajar pero no para ser ciudadanos. Era la llamada “república restringida” de la que nos habla Botana, propiedad de “gobiernos electores” perpetuados en el poder mediante el poco elegante mecanismo del fraude electoral y la interdicción de sus opositores. Tercero, una visión del mundo que llegó a considerar, en palabras de Miguel Angel Cárcano, que “la amistad anglo-argentina” tenía su origen en “los aguerridos y bellos soldados que aparecieron una mañana (de 1806) en las playas de Quilmes” (sic) mediante el extraño recurso de una invasión a sangre y fuego. Por algo se llegó a pensar a la Argentina como una especie de “colonia informal” del Reino Unido, el principal comprador de sus productos.

Esa oligarquía adoptaba, por lo general, pautas de consumo extravagantes y no necesitaba o no le interesaba invertir en capitales de riesgo. De esa manera, para crear la infraestructura que el aparato agroexportador requería (transportes, puertos, urbanización, bienes de capital) los aportes vinieron casi en su totalidad del exterior. Como narra Ferns, describiendo la conducta de ese sector, “en los centros de placer europeos la palabra argentino se convirtió en sinónimo de riqueza y lujo”. En cambio, para el más crítico Carlos Ibarguren, “el fomento y el de- sarrollo desenfrenado de los negocios (?) y de la especulación engendraron una irresistible ola de agio en todos los terrenos (?). Ello trajo como consecuencia la corrupción, el despilfarro, el afán del oro, la riqueza fácil”. Valores que se transmitieron, de una u otra forma, al resto de la sociedad y, sobre todo, a los sectores medios. Un señor, Félix J. Weil, que conocía bien el ambiente de que se trataba, le daba por nombre “La tierra del estanciero” a uno de los capítulos de un libro esencial para conocer la Argentina de las vísperas del peronismo1. Weil era la “oveja negra” de una familia que poseyó a principios del siglo XX una de las más grandes firmas de exportación de granos del país. Pero cometió el pecado de haberse ido a estudiar a Alemania, hacerse marxista y fundar con su dinero –parte de la renta agraria argentina que daba para todo– la subversiva Escuela de Frankfurt. Sin embargo, la oligarquía era benévola con sus miembros y en la década del 30 colaboró con los gobiernos conservadores sin abjurar en el fondo de sus ideas. Y en su libro Weil trata un tema que todavía nos interesa. Esa oligarquía se oponía no sólo a explotar plenamente sus tierras, lo que muchos en la época denunciaban como “latifundio”, sino también, y sobre todo, a pagar sus impuestos.

Yrigoyen no pudo imponer en sus gobiernos un impuesto sobre los réditos (tuvo tres intentos fallidos en 1919, 1922 y 1924), que el Senado, con mayoría conservadora, le negaba, y hubo que esperar hasta 1932, después del estallido de la crisis de los años ’30, para su aprobación legislativa. Debe resaltarse que en esta etapa, ante la abrupta caída del comercio internacional, era la propia subsistencia del Estado nacional la que dependía de la modificación de la estructura tributaria. Además, pesaba el riesgo de la moratoria en el pago de la deuda externa. Sin embargo, no todos estaban de acuerdo. “Cuando los bienes han sido acumulados (?) la gente pobre puede beneficiarse en el máximo grado de los esfuerzos de los más afortunados y los más eficientes” era el argumento utilizado por diversas instituciones empresarias, entre ellas las rurales, para oponerse al nuevo impuesto a los réditos, tesis parecida a la del llamado “efecto derrame”, prevaleciente como dogma cincuenta años más tarde.

Weil denuncia en los años ’40 una de las formas más frecuentes para evadir esos y otros impuestos: la creación de sociedades anónimas. Además de constituir una manera sencilla para evitar pagar el impuesto a la herencia, que muchos años más tarde anularía el inefable Joe Martínez de Hoz, también servía para otros fines. Así, en lugar de tener acciones en una sociedad que era propietaria de cinco estancias, un individuo tenía acciones en cinco sociedades, cada una de la cuales poseía una estancia que no sobrepasaba el área mínima imponible de tierras estipuladas por la ley para cierto tipo de impuestos. De esa forma, a diez años de vigencia del impuesto a los réditos, Carlos Alberto Acevedo –ministro de Hacienda en los gobiernos conservadores de la Concordancia– proponía otra reforma impositiva. A fin de evitar la inflación, esa reforma no podía ser sustituida “por gravámenes indirectos que incidirían sobre los consumidores, ya bastante recargados con el aumento del costo de la vida”. Por lo cual, “los impuestos a las grandes ganancias, a las grandes rentas, y a las grandes fortunas son el remedio económico que el país necesita en estos momentos”. Pero, por supuesto, tuvo poco eco y su iniciativa no fue aprobada.

El aumento a las retenciones de los productos agrícolas de exportación vuelve a colocar en el tapete la cuestión de las reformas económicas faltantes que el Gobierno debería realizar, entre las cuales una de las más importantes es, sin duda, la del sistema tributario. En el curso de la historia argentina la concentración de la propiedad rural no sólo significó un obstáculo a la materialización de potenciales encadenamientos productivos hacia la industria, sino que frenó, a través del poder político de la elite propietaria, todo intento de gravar las ganancias extraordinarias de ese sector, ni con un impuesto a la renta de la tierra ni a través de un arancel sustancial a las exportaciones. En su memoria de 1964, la Sociedad Rural Argentina califica como injusto e inconveniente que el campo sea gravado porque constituye la “fuente básica de la riqueza, sobre la que se estructura la vida económica de la nación”. En el “juego del estanciero” existen casilleros que indican al jugador el pago de una determinada cantidad de dinero por deudas o impuestos. Para la SRA sería cuestión de suprimir en la maldita realidad esta pésima jugada.
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* Economista e historiador. Investigador Superior del Conicet.
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1 El libro se titula Argentine Riddle (El enigma argentino), publicado en EE.UU. en 1944.
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Página/12 Web - Argentina/13/07/2008

ARGENTINA: Los gordos de 20.000 hectáreas


ECONOMIA › QUIENES SON LOS DUEÑOS DE LAS GRANDES EXTENSIONES EN BUENOS AIRES
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Grupos económicos y familias tradicionales como B&B, Blaquier, Bullrich y Pueyrredón, entre otros, fueron los que introdujeron el modelo de agronegocios. Por qué se oponen a las retenciones.
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Por David Cufré
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Parece difícil imaginar que el conflicto entre un sector del campo y el Gobierno pudiera haber alcanzado semejante magnitud si sólo expresara las reivindicaciones de pequeños chacareros al borde de la ruina. Antes de su alianza con la Sociedad Rural, Federación Agraria no consiguió jamás el espacio mediático y la incidencia política que exhibe en esta oportunidad. Cuando Eduardo Buzzi era integrante del Frenapo, la iniciativa de principios de década que exigía un subsidio universal para mitigar una pobreza creciente, no aparecía a diario en la televisión. A esta altura queda claro que no está peleando por la reforma agraria, ni siquiera por la vuelta de las juntas de granos y de carnes, sino por lo mismo que un actor social que históricamente sí consiguió los más variados apoyos políticos y una amplia difusión de sus ideas, al punto de que son dueños de diarios nacionales y provinciales, además de miles y miles de hectáreas.

El investigador de Flacso Eduardo Basualdo elaboró un informe que describe a ese sector económico de elite, nombre por nombre. Son los tradicionales dueños de la tierra. Los mismos que en la década pasada extendieron aún más sus propiedades sacando provecho de un modelo económico y una política agrícola que provocó la desaparición de más de 100 mil chacareros. En aquellos años hubiera resultado imposible la alianza entre ellos y la estrella del momento, Alfredo De Angeli, ya que en aquel tiempo no había cámaras para registrar los remates de campos que se producían a diario. De Angeli ahora dice que el secretario de Agricultura de los ’90, Felipe Solá, es quien más sabe de política agropecuaria.

Basualdo realizó su investigación centrándose en quienes poseen más de 20.000 hectáreas en la provincia de Buenos Aires. Y llegó a la conclusión de que siguen siendo los “actores decisivos” del campo argentino, incluso por sobre los pools de siembra. Son el verdadero poder del campo, en una economía donde la renta agraria volvió a prevalecer sobre otras actividades por los precios record de las materias primas. Las retenciones móviles se meten con esa renta extraordinaria. Esa es la razón profunda del conflicto. Lo demuestra el hecho de que los pequeños y medianos productores no pudieron hacerse oír cuando se fundían, sólo lo consiguen ahora que su reclamo coincide con el de ese segmento clave del establishment.

El mismo Buzzi reconoció el 16 de marzo en un reportaje con PáginaI12 que lo peor que les puede pasar en este momento a los pequeños productores es entregar su campo en alquiler, a valores inéditos, para convertirse en rentistas, una realidad muy alejada de aquella de los remates, cuando perdían la propiedad de la tierra.

En ese entonces, dice Basualdo, cinco grupos económicos y 35 grupos agropecuarios lograron ampliar sus dominios en el campo. Los primeros son Bunge & Born, Loma Negra (Amalia Lacroze de Fortabat), Bemberg, Werthein y el ingenio Ledesma (familia Blaquier). En total poseen 396.765 hectáreas en la provincia de Buenos Aires, lo que arroja un promedio de 79.353 hectáreas cada uno. La familia Bemberg, ex propietaria de Cervecería Quilmes, diversificó sus negocios en distintos rubros, pero se declara propietaria de 60.000 hectáreas en la provincia de Buenos Aires, otras 73.000 en Neuquén y 10.000 en Misiones. La característica común de esos grupos económicos es que construyeron sus imperios a partir de las ganancias surgidas de las actividades rurales.

Los grupos agropecuarios están constituidos mayormente por familias de la aristocracia, que dieron origen a la Sociedad Rural. Son 35, que reúnen un total de 1.564.091 hectáreas, a razón de 44.688 hectáreas cada una en promedio. Figuran las familias Gómez Alzaga, con 60.000 hectáreas, Anchorena, con 40.000, Balcarce, Larreta, Avellaneda, Duhau, Pereyra Iraola, Ballester, Zuberbühler, Vernet Basualdo, Pueyrredón, Bullrich, Udaondo, Ayerza, Colombo, Magliaro y Lanz, entre otras (ver listado aparte).

En total existen en la provincia de Buenos Aires 1294 propietarios con más de 2500 hectáreas. Son 799 los que tienen entre 2500 y 4999 hectáreas, 242 entre 5000 a 7499 hectáreas, 92 entre 7500 y 9999 hectáreas, 108 entre 10.000 y 19.999 hectáreas y 53 de 20.000 en adelante, incluidos los estados nacional y provincial. En conjunto, son dueños de 8,8 millones de hectáreas, algo más del 32 por ciento del total de la provincia.

Basualdo ubica como causa central del predominio dentro del campo argentino de los grandes propietarios de más de 20.000 hectáreas la posibilidad de aprovechar economías de escala. Fueron los que introdujeron el modelo de agronegocios imperante. Desde mediados de los ’90, explica, “se consolidan modificaciones tecnológicas y en el proceso de trabajo que tienen un efecto desigual en los productores de distinto tamaño, porque potencia las denominadas economías de escala. Es decir, hacen más pronunciada la reducción del costo por hectárea a medida que aumenta la superficie trabajada”. El investigador de Flacso sostiene que los pools de siembra imitaron el modelo que impusieron los grandes propietarios. Fueron éstos quienes lo consolidaron y perfeccionaron: “Primero con las privatizaciones, después con las semillas transgénicas y finalmente con la difusión de la siembra directa”, detalla.

Los grandes propietarios tienen un acceso diferenciado a los servicios privatizados, como los trenes de carga, señala Basualdo. Los sucesivos lockouts de las entidades ruralistas no fueron para cuestionar este esquema, sino en su defensa, expresado en el rechazo a las retenciones móviles. Los representantes de los verdaderos pequeños campesinos, dueños de una, cinco o diez hectáreas en la zona extrapampeana, no lograron repercusión pública para explicar los efectos de la sojización sobre sus producciones. Ellos sí se ven forzados a entregar sus tierras en provincias como Santiago del Estero, Formosa, Salta o Chaco, por la llegada de la soja. De ese espacio no logró emerger ningún De Angeli.
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Página/12 Web - Argentina/13/07/2008

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Trivial mascarada de medios, mediáticos y mediocres
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Al inicio del conflicto entre el gobierno de Cristina Kirchner y cuatro entidades del agro, un grupo de interés económico que prontamente concentrara a toda la oposición desplegó una inusitada solidaridad de los medios de información con ‘la gente del campo’. Esa adhesión a uno de los grupos en pugna, nombrado como ‘el campo’ y a impulsos ‘la gente’, dinamizó una falta de objetividad entre los fabricantes de opinión de mayor alcance popular que hizo de cada radio y televisora una parte decisiva de la cuestión. Esa falta de rigor y al ir creciendo la participación de cada corporación informativa fue mostrando su entretela, ocultando y falseando los argumentos del gobierno para aumentar las retenciones a la exportación de algunos productos agropecuarios. Que la medida por inconsulta y falta de tiempo y distancia fuera políticamente calamitosa, es indudable, pero eso no deslegitima el derecho jurídico del gobierno constitucional de tomar la resolución de gravar las ganancias extraordinarias que producirán los aumentos de precios internacionales de los alimentos, y mucho menos aplaudir las réplicas delictivas de la Sociedad Rural, Coninagro y la Federación Agraria al quemar tierras, cortar rutas y provocar desabastecimientos a la población. De lo que se jactaron sus voceros en cámara; ‘demostramos que podemos desabastecer’, dijo uno de Federación Agraria, y al amenazar y concretar el golpe inflacionario que más cruelmente perjudica al pobrerío de más baja condición. Y será también memorable la protesta de la Sociedad Rural Argentina contra la 'represión', acaso queriendo redimir la reverencia hecha al sedicioso militar Ongania cuando los visitara en 1966 sobre un Landó. O carruaje parecido también decadente. Más que despropósitos una verdadera hijadeputez escamoteada por lo medios que alegremente festejaron los desbordes de ‘sufridos hombres del campo’ contra el mismo cimiento de la convivencia. Una patética parcialidad que algunos atribuyen al probable cambio de la Ley de Radiodifusión que limitaría los monopolios al sumar nuevos participantes al mercado, vaya uno a saber, pero tanta parcialidad degradante fue anunciada en un corte de ruta inicial cuando un orador impiadoso deschavara ‘y sepa el gobierno que nos apoyan los intelectuales y las intelectualas de la radio y la tele’, certero hallazgo verbal que el dirigente entrerriano luego no repitiera. Esa aseveración no sería atendible por divertida pero sí por la tarea que los noticieros y noticieras cumplieron con una fidelidad patríotica, fuera de cargosas impurezas idiomáticas y en este asunto sin mencionar jamás el descomunal negocio financiero que hacen en Argentina los pooles de siembra, son simples empleados de los medios que al ganar mucho dinero se creen irrebatibles intelectuales de tanto peso como Marx, Nietzche, Sastre y los oradores de la rutas… En verdad, como el gentío no les discute y sí los envidia, estos tilingos se equivocan de rol: suponen ser Chaplin siendo sólo el que barre el cine: el Poder económico acciona según elige el uso de las armas y de las comunicaciones, - esa categórica trilogía mandante- y ningún Medio a su servicio sostiene una opinión que modifique la finalidad del capital empresario. Entonces, si al Medio le conviene dispone la exhibición de Mediocres (¿y mediocras?) que sin ningún rigor y en esa dirección opina y dispone sobre lo que venga; constituciones nacionales, ley de enfiteusis, economías galácticas, los buenos o malos, y un diario tradicional nominó al religioso que arbitraría en la diferencia económica. Pero claro, por eso les pagan.
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LQSomos. Eduardo Pérsico. Junio de 2008
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LQSomos/13/07/2008

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