9/3/09

ESCARBANDO en LQ Somos.

Nada hay nuevo bajo el sol
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En uno de los libros del Antiguo Testamento intitulado “Eclesiastés” –libro que leo a menudo y que en mi opinión encierra gran sabiduría-, puede leerse la frase “Nada hay nuevo bajo el sol”, frase que merecería ser acuñada como un axioma, sí, como una tautología, porque si observamos con detenimiento lo que ha sido la evolución de la humanidad y de los conocimientos que hemos ido adquiriendo, esa frase ha sido nuestra guía.

Todo conocimiento, toda sabiduría, todo fenómeno y toda explicación científica, toda ley física, se encuentra aquí, en nuestro universo, aguardando ser descubierta por nosotros. Cuando la descubrimos, tendemos a creer que hemos logrado hallar “algo nuevo”, pero no es así. Lo nuevo son nuestras miradas, nuestra comprensión de la realidad, y cómo esta comprensión se va ensanchando a medida que vamos generando tecnologías más sofisticadas y vamos flexibilizando los modos con que nos acercamos a la realidad y podemos dar cuenta de ella de una forma más integradora, menos sesgada y menos mágica o mitológica. De modo que, como dice el Eclesiastés, “nada hay nuevo bajo el sol…” Pero, ¡cuántas y cuántas cosas nos quedan por descubrir aún!.

Si seguimos el hilo de observación que hemos iniciado, podremos darnos cuenta de que los descubrimientos a los que llegamos se producen en una suerte de espiral, porque, de algún modo, siempre estamos dando vueltas sobre lo mismo, pero cada vuelta acontece en un plano más alto, en un plano superior de conocimiento; y de ese modo el descubrimiento va siendo más explicativo, más comprensivo, más profundo y más global.

Voy a tratar de explicar esto, tomando como ejemplo a uno de los presocráticos, ya saben, esos antiguos sabios filósofos griegos que tanto me gustan, y, que sin lugar a dudas, eran unos insuperables observadores de la realidad, de la suya, claro, de la que les tocó vivir, que en lo esencial y visto retrospectivamente, tampoco difería tanto de la nuestra:

Así, que me voy a servir, hoy, de Empédocles de Agrigento, quien vivió allá por los años 495/490 a 435/430 adC, en Grecia.

El hombre era un filósofo, demócrata y político griego, y, aunque le iba mucho lo de la filosofía y lo de la búsqueda de la verdad, en realidad no se dedicó en cuerpo y alma a ello hasta que perdió las elecciones y fue desterrado. Entonces, Empédocles, contrariamente a lo que ocurre en nuestros días y en nuestro país, que ni se destierra a nadie -afortunadamente- por perder las elecciones, ni, generalmente, los perdedores deciden emprender el camino del análisis de sus errores, ni de la rectificación, ni del conocimiento y la sabiduría -lamentablemente-, aprovechó su destierro para ahondar sobre los misterios de la naturaleza y de la vida, y se hizo sabio… (Para saber más sobre Empédocles y sobre los presocráticos en general,
cliquen aquí)

Ahora y en nuestro país, los que quieren ganar elecciones, para hacerse con el poder, se dedican a mirarse el ombligo y ver como pueden llegar otra vez a obtenerlo cueste lo que cueste y sin que les importe contra qué arremeten; se dedican, pues, a ser “moscas cojoneras” creadoras de infundios y falsas realidades que ni siquiera son divertidas y confunden bastante a la población, por lo que no estaría demás que imitaran a Empédocles y se dedicaran a analizar modesta y honestamente sus errores y adquirir sabiduría para poder seguir dedicándose al servicio del pueblo de un modo eficaz , honesto y limpio. Y mientras, los pueblos que hoy votarán, sus individuos ¿con qué reflexiones lo harán? Para mí es un misterio el cómo las corrupciones obtienen amplias mayorías y las malas gestiones siguen siendo votadas ,y salvo la explicación del borreguismo, la ignorancia y otras tales como la que desarrollé en "culos con orejas", no se me ocurre otras, de momento... o quizá sí: la de que la corrupción es un hecho tan generalizado en cada uno de nosotros mismos, empezando por las pequeñas cosas, que el negarla viene a ser un mecanismo de defensa generalizado. ¡Veremos!.

Volviendo a Empédocles, a fuerza de observar el mundo y a fuerza de ir haciéndose más sabio cada día, pensó que nada se destruye, sino que todo se transforma –la permanencia del Ser de Parménides que también era un monstruo pensando-. Pero no contento con aceptar ese principio de transformación y permanencia a la vez, quiso explicar como se realizaban las transmutaciones o transformaciones del “Ser” o de la naturaleza, que para aclararnos, era lo mismo, aunque no, pero bueno… Bien, pues para explicarse y explicarnos eso, postuló la teoría de las cuatro raíces, y lo metió todo en una esfera. Esfera que era un poco cómo la de Parménides –la verdad es que Parménides entusiasmaba mucho a Empédocles-, agregando la tierra de Jenófanesias del mismo modo en el que se encuentran y se mezclan en los distintos organismos vivos y no tan vivos en nuestro planeta. A Empédocles había una cosa que le disgustaba sobremanera, y ésta era lo de las apariencias y el carácter ilusorio de la realidad. Era un tipo pragmático que huía de eso de que “de ilusión también se vive”, de modo que no paró hasta que no se pudo explicar a sí mismo de un modo aceptable, el por qué de los cambios y transformaciones de la realidad sin recurrir a "las apariencias", claro que al final no lo consiguió del todo y no tuvo más remedio que aceptar lo de las ilusiones y las apariencias como parte integrante también de la realidad, pero sigamos.

“A ver, a ver, por qué diablos se mueve y se transforma mi esfera y lo que hay en ella”, debía decirse el buen griego mientras se rascaba la cocorota pensando… Hasta que un día gritó “Eureka” que en griego quiere decir algo así como "¡Lo he encontrado!" –bueno, eso lo grito, en realidad Arquímides, según nos cuenta la historia, al descubrir su famoso principio, pero ¿por qué no lo iba a gritar también Empédocles, eh? ¿Acaso alguien de nosotros estaba allí para saber lo que el hombre gritaba o no? Bueno, pues según Empédocles, lo que explicaba tanto las transformaciones y transmutaciones, como cualquier movimiento, eran dos fuerzas de las cuales dependían las raíces y la esfera: el amor y el odio. Que es lo mismo que decir que todo bicho viviente está sometido y depende del amor y del odio. Así se explicaba el sabio la generación y la corrupción de todo lo que se mueve en el mundo, ya sea visible o invisible; y sobre todo, pretendía explicar como y qué movía a su esfera, que es lo mismo que querer explicar qué era la realidad y por qué permanecía a golpes de transmutación.

Así que Empédocles -como pasa siempre en la evolución de la filosofía, la ciencia, las artes, y la historia, los conocimientos y en suma la sabiduría, que se va tomando lo anterior en un proceso dialéctico de tesis, antítesis y síntesis, hasta que esa síntesis va quedando obsoleta y se convierte a su vez en otra tantítesis y se vuelve a empezar-, toma prestado de Parménides, al Ser, sólo que le agrega el valor de las apariencias como formadoras de la realidad en tanto que se mueven y son plurales. A esta especie de Ser lo llama “esfera” y mete dentro, además de los cuatro elementos (el agua de Tales; el aire de Anaximenes; el fuego de Heráclito y la tierra de Jenófanesias,) a dos fuerzas: el amor y el odio, que son, en definitiva, los que lo moverán todo.

Para este griego estaba clarísimo que, insisto, estas dos fuerzas de movimiento, no podían ser otras que el Amor, que todo lo une, y el Odio, que todo lo separa. Como ven, no andaba muy desencaminado el hombre. Además, en mi opinión Empédocles aportó algo muy notorio que no fue visto y que ni siquiera ahora es visto, a saber que Amor y Odio no son extremos de un mismo continuo, sino dos cosas distintas que si bien son antagónicas –o al menos lo parecen- no son dos polos de una misma cosa; y esto es muy importante.

Hoy, cuando se habla de amor y odio, no se está hablando en realidad de “Amor” ni de “Odio” tal y como lo entendía Empédocles. Cuando se habla hoy de amor, parece que se está hablando de sexo o de pasión, o de sentimiento de afecto, o de posesividad y querencia, mientras que cuando se habla de odio, parece que se está hablando de la ira que surge tras el desengaño de un “desamor” del tipo referido antes…Pero para Empédocles, el Amor no era eso, sino más bien una fuerza generativa, de generación. No era un sentimiento, y, ni mucho menos una pasión o algo “posesivo”. Tampoco tenía que ver con la voluntad ni con la querencia ni con el cariño... ¿Qué cómo Lo sé? Bueno, es que este Griego me visita mucho en sueños… ¡No te fastidia!... Simplemente léanse a Empédocles y a lo que de él escribió Aristóteles -a quien no le tengo mucho apego, la verdad sea dicha- y lo sabrán igual que yo.

Bien, siguiendo, de igual forma que el amor de Empédocles era algo distinto a lo que se entiende por “amor” en la actualidad, el “odio” de Empédocles era también distinto. El odio era para él una fuerza distinta a la del amor –pero igualmente necesaria, ni mejor, ni peor- que explicaba “la corrupción” y también la muerte, por así decirlo. Para él, ni amor ni muerte eran positivos o negativos en un sentido moral, sino que ambas fuerzas eran necesarias para que la naturaleza y la vida siguieran su curso, ya que nada podía renacer si antes no se había podrido.

Para muchos estudiosos, este filósofo y sabio fue incluso un precursor de Darwin, ya que con sus hipótesis de transformación y recombinación de los elementos, estaba diciendo, ni más ni menos, que todo lo actual procede de lo anterior. También esta concepción cíclica del tiempo podría observarse, muchos siglos después, en Nietzsche y también en Pareto, con su “corsi y recorsi”, con lo que El Eclesiastés da en el clavo: nada es nuevo pero todo está por descubrir. Y esto es tan cierto que hasta la física cuántica con su principio de incertidumbre lo confirma, sí, confirma cómo las expectativas del observador alteran la realidad -o la descubren de otros modos, aunque tales modos siempre han estado presentes en la realidad, esperando ser descubierto. ¡Caramba que listo era Cohelet! -bueno, Cohelet parece que fuel autor del Eclesiastés, hace algunos miles de años.

Pero continuemos: miren si fue importante Empédocles que gracias a él, Luc Besson, director de cine de nuestros días, desarrolló la teoría del quinto elemento al que llamaba “vida” aunque más bien era “amor” y su anti-quinto-elemento, al que llamo “anti-vida” aunque más bien era el odio, y nos hizo una película divertidísima de ciencia ficción, que se estrenó en 1997, que si bien era mediocre, tenía su miga en tanto que actualizadora de las doctrinas presocráticas, y explicativas de nuestra futura actualidad. Porque, ¿Quién nos dice que la teoría de supercuerdas y multiuniversos no tiene también su origen en esas dos fuerzas de generación y corrupción?

Y volviendo al principio de mi artículo: ¿Les ha quedado claro esto de que nada hay nuevo bajo el Sol pero todo está por descubrir? Pues si necesitan más explicación lo intentaré otro día, que hoy, yo, ya me he liado bastante y necesito volver al silencio de la reflexión interna para aclararme… De momento sólo tengo claro una cosa: el amor mueve la vida, amar transforma, y vivir es bello a pesar de todo.
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LQSomos. Hannah. Marzo de 2008
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LQSomos/09/03/2009

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