13/4/09

Haciendo la banca aburrida

Mirada al mundo
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Paul Krugman
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Ya en esa época los bancos de inversión pagaban más que la docencia o el servicio público, aunque no mucho más y, de todas formas, todos sabían que la banca era, bueno, aburrida

Hace más de 30 años, cuando estudiaba el posgrado en Economía, sólo los menos ambiciosos de mis compañeros buscaban hacer carrera en el mundo financiero
Ya en esa época los bancos de inversión pagaban más que la docencia o el servicio público, aunque no mucho más y, de todas formas, todos sabían que la banca era, bueno, aburrida.

En los siguientes años, claro, la banca se volvió de todo excepto aburrida. Las operaciones florecieron y los niveles de pago se dispararon, atrayendo a muchos de los mejores y más brillantes jóvenes de la nación (bueno, no estoy seguro de que a los “mejores”). Y se nos aseguró que nuestro agigantado sector financiero era clave para la prosperidad.

Sin embargo, las finanzas se convirtieron en el monstruo que devoró a la economía mundial.

Recientemente, los economistas Thomas Philippon y Ariell Reshef circularon un ensayo que se pudo haber titulado Ascenso y caída de la banca aburrida (en realidad se titula Salarios y capital humano en la industria financiera de Estados Unidos, 1909-2006). En el documento muestran que la banca en Estados Unidos ha vivido tres eras en el último siglo.

Antes de 1930 la banca había sido una industria emocionante, en la que destacaban varias figuras legendarias que construyeron imperios financieros gigantes (algunos de los cuales resultaron después haber estado basados en fraudes). Este sector financiero de altos vuelos fue responsable de un rápido incremento de la deuda: la deuda familiar como porcentaje del PIB casi se duplicó entre la Primera Guerra Mundial y 1929.

Durante la primera era de las altas finanzas los banqueros ganaban, en promedio, mucho más que sus contrapartes en otras industrias. Pero el sector perdió su glamur cuando el sistema bancario se colapsó en la Gran Depresión.

La industria bancaria que emergió de ese colapso estaba estrictamente regulada, era mucho menos pintoresca de lo que había sido antes de la depresión y mucho menos lucrativa para aquellos que la manejaban. La banca se volvió aburrida, en parte debido a que la política de crédito era muy conservadora: la deuda familiar, que había descendido drásticamente como porcentaje del PIB durante la depresión y la Segunda Guerra Mundial, se mantuvo muy por debajo de los niveles anteriores a 1930. Aunque resulte extraño decirlo, esta era de banca aburrida fue también una era de progreso económico espectacular para la mayoría de los estadounidenses.

Después de 1980, sin embargo, al tiempo que los vientos políticos cambiaron, muchas de las regulaciones bancarias fueron abolidas, y la banca se volvió emocionante otra vez. La deuda empezó a incrementarse rápidamente, llegando con el tiempo casi al mismo nivel relativo al PIB de 1929. Y la industria financiera registró una explosión en tamaño: para mediados de esa década, representaba un tercio de las ganancias corporativas.

Al tiempo que se desarrollaban estos cambios, las finanzas se volvieron nuevamente una carrera muy bien remunerada, espectacularmente redituable para aquellos que construyeron nuevos imperios financieros. De hecho, el disparo de los ingresos en el sector de las finanzas jugó un papel determinante en la creación de la segunda “Era Dorada” en Estados Unidos.

No hace falta decir que las nuevas superestrellas creían que se habían ganado su riqueza. “Creo que los resultados que tuvo nuestra compañía, de los cuales procede la gran mayoría de mi riqueza, justifican lo que obtuve”, dijo Sanford Weill en 2007, un año después de retirarse de Citigroup. Y muchos economistas coincidían.

Sólo unas cuantas personas advirtieron que este sistema financiero supercargado podría tener un final infeliz. Quizá la más notable “Casandra” fue Raghuram Rajan de la Universidad de Chicago, ex economista en jefe del Fondo Monetario Internacional, quien sostuvo durante una conferencia en 2005 que el rápido crecimiento de las finanzas había aumentado el riesgo de un “derretimiento catastrófico”. Pero otros participantes en la conferencia, incluyendo Lawrence Summers, ahora titular del Consejo Nacional de Economía, ridiculizaron las preocupaciones de Rajan. Y el derretimiento llegó.

Buena parte del aparente éxito de la industria financiera ha quedado ahora expuesto como una ilusión. (La acción de Citigroup ha perdido más de 90% de su valor desde que Weill se congratuló a sí mismo.) Lo que es peor, el colapso del castillo de naipes financiero ha provocado un desastre en el resto de la economía, provocando que el comercio y la producción industrial mundiales desciendan incluso más rápido que durante la Gran Depresión. Y la catástrofe ha propiciado que surjan llamados en favor de una mucho mayor regulación de la industria financiera.

No obstante, creo que las autoridades siguen pensando principalmente en reacomodar los cuadros en el organigrama de supervisión de los bancos. No están preparadas en absoluto para realizar lo que se necesita: hacer que la banca sea de nuevo aburrida.

Parte del problema es que una banca aburrida implicaría banqueros más pobres, y la industria financiera sigue teniendo muchos amigos en las alturas. Pero es también una cuestión de ideología: a pesar de todo lo que ha sucedido, la mayoría de las personas en posiciones de poder siguen ligando las finanzas extravagantes con el progreso económico.

¿Pueden ser convencidas de lo contrario? ¿Encontraremos la voluntad para perseguir una reforma financiera seria? De no ser así, la crisis actual no será un evento único: será la forma de las cosas que están por venir. (Traducción: Gregorio Narváez)
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El Universal - México/13/04/2009

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