6/5/09

BOLETÍN DEMOCRACY NOW! EN ESPAÑOL

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Docenas de civiles afganos asesinados en bombardeos estadounidenses
Investigación del Departamento de Justicia de memorandos que autorizaban torturas deja fuera la posibilidad de procesamientos
Informe: partidarios de tortura ejercen presión para modificar informe
Estados Unidos: Bank of America necesita 34 mil millones de dólares
Primas de AIG más altas de lo que se divulgó previamente
Médicos y activistas se enfrentan con comité del Senado por ignorar sistema de salud de único pagador
Biden critica asentamientos y puestos de control en reunión de AIPAC
Líder de Hamas afirma que acepta un Estado palestino con las fronteras de 1967, y dice que cesaron los ataques con cohetes
Naciones Unidas solicita a Israel indemnizaciones por ataques a Gaza
40.000 personas huyen del valle de Swat mientras líderes paquistaníes llegan a Estados Unidos
Irán revisa condena de Saberi luego de que su familia deja sin efecto contratación de abogados
Periodista mexicano asesinado luego de denunciar amenazas
Obama propone 63 mil millones de dólares para gastos globales de salud
Fallo de la Suprema Corte da lugar a reclamos para que se dejen sin efecto acusaciones de Postville
Maine y Washington D.C. más cerca de la aprobación de matrimonio entre homosexuales
Pentágono revoca exoneración por programa de propaganda de guerra de Irak
Boston Globe y sindicato llegan a acuerdo
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Democracy Now! - USA/06/05/2009

Debate sobre el futuro del socialismo: necesitamos la elocuencia de la protesta callejera

Por: Mike Davis*
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La revista norteamericana The Nation ha abierto sus páginas a un debate sobre la presente crisis y el futuro del socialismo, en el amplio e histórico sentido del término, que va desde el laborismo y las socialdemocracias europeas continentales hasta el anarquismo y el anarcosindicalismo, pasando por las distintas tradiciones comunistas. De ese debate llevamos publicados el ensayo de
Barbara Erehnreich y Bill Fletcher, que abrió la serie. Publicamos luego el ensayo de Bill MacKibben, de tendencia ecosocialista. En esta entrega del 3 de mayo de 2009 publicamos el ensayo de nuestro amigo, y miembro del Consejo Editorial de SINPERMISO, Mike Davis, de orientación marxista libertaria, y el de la escritora y activista anarquista norteamericana Rebecca Solnit.
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En el desapacible invierno de 1929-30, antes de que la Gran Depresión tuviera siquiera nombre, varios centenares de miembros de la Liga de Jóvenes Comunistas, inspirados en el milenarista espíritu del "Tercer Período" de la Komintern, trataron de lanzar una insurrección nacional contra el desempleo y los desahucios. Dirigidos por guerreros de clase como el ventisieteañero
Steve Nelson y la dieciseisañera Dorothy Healy (entonces, Rosenblum), no tardaron en ganarse las celdas carcelarias y las palizas que eran el habitual salario que acostumbraba a recibir la libre expresión en la Norteamérica libre de sindicatos.
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Pero, como los
wobblies de la generación anterior a la suya, o como los SNCC [Comité coordinador estudiantl no violento] de la generación que les siguió, los jóvenes comunistas de la Liga tenían una "audacia para la revuelta" –que se me perdone por el juego de palabras— que se compadecía muy bien con un ansia, crecientemente desesperada, de cambio; en este caso, en las viviendas y en las fábricas. Lo que en diciembre de 1929 eran pequeños nudos de gentes encolerizadas en torno a tribunas callejeras improvisadas, pronto creció hasta convertirse en protesta organizada de centenares de personas en enero de 1930, que, a su vez, inflamada por ocasionales muestras de brutalidad policial, desembocó en febrero en marchas de millares. El 6 de marzo de 1930 –Día Internacional del Desempleo—, los polis se emplearon a fondo en muchas ciudades contra manifestaciones de desempleados. No menos de diez mil provocaron disturbios en Cleveland, mientras que en Union Square, una desmedida carga policial contra una muchedumbre de 35.000 personas generó la mayor batalla callejera conocida en Nueva York desde 1863.
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La militancia del movimiento de trabajadores desempleados pronto se vio acompañada por campañas anti-desahucio que solían trocar en acciones de guerrilla barrial. La tendencia "ultraizquierdista" de esas protestas, huelga decirlo, fue común y rutinariamente condenada por la izquierda moderada, pero, como acertadamente señaló Irving Bernstein en su ya clásica historia de los primeros tiempos de la Gran Depresión (The Lean Years, 1960), precisamente esas protestas, y no las columnas de opinión o los discursos de los políticos, fueron el catalizador que generó un debate nacional en serio sobre el desempleo:
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"Las cabezas sangrantes hicieron pasar el desempleo de noticia menor a titular de primera plana en todos los periódicos importantes de todas las ciudades importantes de los EEUU. Nadie podía permitirse ya seguir ignorando el problema. Las fuerzas no comunistas que buscaban aliviar el desempleo y crear empleo salieron fortalecidas."
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Ya sé que en nuestros días no es de recibo alabar al Partido Comunista de los EEUU en su momento de mayor sectarismo, ni aplaudir tácticas extremadamente pugnaces, capaces de provocar la respuesta violenta de las autoridades. Pero si los nuestros son
tiempos apocalípticos que bordean el final, si es verdad que el cambio social corre el riesgo de llegar "demasiado tarde", según destacó una y otra vez nuestro nuevo presidente en un brillante discurso de campaña aludiendo a otro discurso pronunciado por Martin Luther King en 1967, entonces estamos obligados a ser tan directos y expeditos –"menos grano y más desorden"— [1] como nuestros ancestros populistas y socialistas: necesitamos los desórdenes.
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En mi opinión, eso pasa, por lo pronto, por reconocer que no hay soluciones realistas a la actual crisis planetaria. Ninguna. Una transición pronta y pacífica hacia una economía de bajas emisiones de carbono y a un capitalismo de estado racionalmente regulado no es, ahora mismo, más probable que la realización de un anarquismo barrial capaz de conectar espontáneamente y a escala planetaria las distintas comunidades. Quien se limite a hacer extrapolaciones a partir de la actual correlación de fuerzas, lo más probable es que llegue a un bárbaro equilibrio de
triaje, fundado en la extinción de la parte más pobre de la humanidad.
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Por mi parte, estoy convencido de que el socialismo/anarco-comunismo –el imperio del mundo del trabajo a escala planetaria— es nuestra única esperanza. Pero es condición epistemológicamente necesaria para que se produzca un debate estratégico y programático serio en la izquierda la elevación de la temperatura en las calles de todo el mundo. Sólo la resistencia puede despejar y aclarar el espacio conceptual que se precisa para sintetizar el significado de las utopías de pequeña escala y sin estado
propugnadas por Rebecca Solnit con la grande, confusa y enlodada pero heroica herencia legada por dos siglos de luchas obreras y anticoloniales contra el imperio del capital.
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NOTA T: [1] Alusión a un famoso discurso pronunciado por la escritora y agitadora populista norteamericana
Mary Elizabeth Clyens Lease (1853-1933) en 1890: "Granjeros: lo que necesitáis es producir menos grano y más desorden".
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*Mike Davis es miembro del Consejo Editorial de
SINPERMISO. Traducidos recientemente al castellano: su libro sobre la amenaza de la gripe aviar (El monstruo llama a nuestra puerta, trad. María Julia Bertomeu, Ediciones El Viejo Topo, Barcelona, 2006), su libro sobre las Ciudades muertas (trad. Dina Khorasane, Marta Malo de Molina, Tatiana de la O y Mónica Cifuentes Zaro, Editorial Traficantes de sueños, Madrid, 2007) y su libro Los holocaustos de la era victoriana tardía (trad. Aitana Guia i Conca e Ivano Stocco, Ed. Universitat de València, Valencia, 2007). Sus libros más recientes son: In Praise of Barbarians: Essays against Empire (Haymarket Books, 2008) y Buda's Wagon: A Brief History of the Car Bomb (Verso, 2007; traducción castellana de Jordi Mundó en la editorial El Viejo Topo, Barcelona, 2009).
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Traducción para
http://www.sinpermiso.info/: Mínima Estrella
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SIN PERMISO/06/05/2009

Vuelo de la muerte

Adolfo Pérez Esquivel*
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Cada persona guarda en su memoria hechos, acontecimientos, que marcan su vida y que no son aislados en la vida del pueblo y la situación del país y en la comunidad de pertenencia de cada uno.

Había estado en Ecuador participando en el encuentro de Obispos Latinoamericanos que se realizó en la Casa de Santa Cruz, en Riobamba en la Diócesis del Obispos Leonidas Proaño y donde supimos del asesinato de Monseñor Angelelli en la Argentina. Era uno de los obispos invitados que no pudo llegar al encuentro. Estuvo el Arzobispo de Santa Fe, Monseñor Vicente Zaspe.

La represión militar ecuatoriana invadió la casa de retiro y reprimió a los 17 obispos, religiosos y laicos, que fuimos detenidos y llevados al cuartel militar en Quito, a unos 300 Kms. Fue un operativo continental del Plan Cóndor, impuesto a través de la Doctrina de Seguridad Nacional, promovido bajo la dirección de los EE.UU en los regímenes dictatoriales imperantes.

Al regresar a la Argentina después de mi liberación en el Ecuador, fui detenido en el Departamento Central de la Policía Federal el día 4 de abril, aniversario del asesinato de Luther King y el primer día de la Semana Santa. Son momentos de fuerte tensión y de resistencia espiritual. Fui llevado a la Superintendencia de Seguridad Federal, un centro de torturas y encerrado en un tubo, calabozo pequeño y maloliente con restos dejados por otros prisioneros, por ese lugar pasaron los Graiver, el director del Buenos Aires Herald, Robert Cox, entre otros. Lugar donde pasaban prisioneras que las transladaban a otras prisiones. con la promesa que las liberarían. Cuando salían a la calle y con el Estado de Sitio, volvían a secuestrarlas.

El día 5 de mayo del año 1977, a la madrugada, la guardia abre el tubo y me sacan, llevándome a una oficina donde me informan que sería trasladado. No dan otra información. Hay un oficial quien es el encargado de entregarme, dos oficiales y dos suboficiales, quienes me ponen las esposas y trasladan a un carro celular y soy encerrado en un compartimiento donde únicamente podía estar de pié.

Aproximadamente luego de hora y media de recorrido, se detiene y veo que es el aeródromo de San Justo, había un letrero que lo identificaba; está cerca de un hangar de donde sale carreteando un pequeño avión. Me suben encadenándome al asiento trasero. Están el piloto, el co-piloto los oficiales y suboficiales que me buscaron en la Superintendencia de Seguridad Federal, armados con ametralladoras y el avión tomó pista y se elevó dirigiendo su rumbo hacia el Río de la Plata.

Pregunté dónde me llevaban, pero el silencio era absoluto. Conozco perfectamente la zona sobre la que volábamos por haber navegado durante varios años la región. Pude ver los ríos Paraná de las Palmas, el Paraná Mini y el Paraná Guazú, la Barra de San Juan, Colonia y las luces de Montevideo. Era inexplicable ese recorrido y el tiempo transcurrido en el aire dando vueltas sin destino alguno.

Los guardias hablaban entre si en voz baja, uno de ellos se acercó para ver como estaban las cadenas que me ataban al asiento y sujetaba el candado, lo sentía muy nervioso y alterado, pero silencioso, no se atrevía a mirarme. Algo estaba por suceder; yo no lo sabía, aunque presentía lo que podía ser. Los militares esperaban una orden y saber qué hacer conmigo. El piloto llama al oficial y hablan en voz baja. Siento que le dice “estamos esperando la orden”.

Muchos recuerdo se agolpaban en mi mente y corazón, sin embargo estaba sereno y mi fuerza nacía de la oración , de la fe y el compromiso asumido junto a los pueblos de América Latina y la Argentina, de la pertenencia, valores y lucha por la vida frente a la dictaduras militares. Recordaba a los seres queridos, a mi esposa e hijos y que el día 7 de mayo es el cumpleaños de Ernesto y el dolor de no poder estar junto a la familia para celebrar y compartir. La incertidumbre de no saber si estaría vivo.

Tenía información de prisioneros que la dictadura militar ordenó arrojar desde los aviones al Río de la Plata y al mar. En Ginebra, en la Asociación Internacional de Juristas pude ver algunos micro-films de cuerpos de prisioneros que la corriente del río había arrastrado a la costa uruguaya;

El avión continuaba dando vueltas hacia la costa y el río. Hacía mucho frío y el tiempo inmenso transcurría en una espera incierta, cargada de tensiones y olor a muerte de un vuelo hacia ningún lado.

La madrugada y sol comenzaban a despertar de una noche llena de presagios e incertidumbres. Permanecía encadenado en el avión, sin capacidad de cualquier movimiento, sin respuesta a mis preguntas; sólo miradas furtivas y el susurro de sus conversaciones y las armas sobre sus rodillas. Me preguntaba si había llegado al límite de la vida; si todo eso era el fin, sólo trataba de aspirar el aire como si fuera la última bocanada de vida.

Recordaba a los compañeros y compañeras del Serpaj, a mi hijo mayor, Leonardo en su resistencia y trabajo en defensa del derecho de los pueblos; era muy joven con mucho entusiasmo y compromiso acompañando a organizaciones emergentes del drama que vivía el pueblo. Recordaba a quienes dieron su vida, para dar vida, desde su lugar resistían con dignidad, como ese grupo de mujeres con las que compartimos el dolor, la resistencia, la esperanza y la fuerza de la oración ecuménica, superando barreras culturales, ideológicas y políticas, unidas para saber a donde llevaron a sus hijos e hijas. Fuimos aprendiendo a tejer redes solidarias.

El tiempo sin tiempo, sin dimensión continuaba el vuelo de la muerte, hasta que el piloto dice en voz alta: “tengo la orden de ir a la Base Aérea de Morón, con el prisionero”. Así el avión recorre la costa y se dirige a la base del Palomar. Un edificio pintado de amarillo ya un poco desgastado por el tiempo, el avión aterriza en la pista y estaciona cerca del edificio. Quedo con la guardia armada. El piloto, junto con los oficiales se dirigen al edificio. No sé el tiempo transcurrido, tal vez más de dos horas, creo que ahí se decidió qué hacer conmigo. La presión internacional era intensa, de las iglesias, gobiernos, organizaciones sociales y culturales, de organismos internacionales.
Cuando regresan el piloto y los oficiales dicen: “póngase contento, lo llevamos a la U9, la Unidad Nueve, creo que hasta me puse contento que me lleven a la cárcel. Lo otro era la muerte.

El día 5 de mayo del año 1977, di gracias a Dios y la vida poder continuar la lucha y la resistencia en la esperanza. Sé que esa lucha y resistencia no finalizó, que hay que continuar a pesar de tantas claudicaciones, entrega del patrimonio del pueblo a la voracidad de empresas transnacionales y traiciones de quienes vendieron el país. Hay que recuperar valores, identidad, sentido de vida y dignidad de nuestro pueblo. Que la lucha, esperanzas de aquellos que dieron su vida para dar vida no haya sido inútil.

A 32 años hay que continuar construyendo en la esperanza. A pesar de todo.
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*Adolfo Pérez Esquivel es Premio Nóbel de la Paz 1980.
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ALAI/06/05/2009

Inmigración y exclusión social

RAMON-JORDI MOLES PLAZA*
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El riesgo de exclusión social de los colectivos más desfavorecidos –y de los no tanto– se acentúa cuando sobre ellos se acumulan varios factores excluyentes: pobreza, religión, baja formación profesional, urbanismo decadente, infravivienda. Sólo faltaba añadir inmigración y crisis económica: el caldo está servido. Sin caer en el tremendismo, se hace obvio que, ante esta situación, los que lo pasan mal tenderán a pasarlo peor; más aún cuando, también como consecuencia de la crisis económica, se incrementa la xenofobia en el conjunto de Europa. Francia, Reino Unido, España e Italia son sólo algunos ejemplos de la que nos cae encima: protestas laborales inglesas que exigen prioridad para trabajadores autóctonos; redadas francesas contra inmigrantes por el mero hecho de serlo; patrullas ciudadanas italianas con patente para perseguir a inmigrantes; o cupos policiales españoles que obligan a la Policía a detener a un mínimo de inmigrantes. Son sólo algunos pocos ejemplos de por dónde van los tiros. Tampoco Estados Unidos es ajeno al proceso: basta con ver la política inmigratoria en relación a su vecino mexicano o los controles generalizados de inmigración iniciados a partir del 11-S.

Más cerca aún, en Catalunya, empiezan a aflorar síntomas preocupantes: los problemas para ubicar mezquitas u oratorios, para alquilar viviendas a inmigrantes, para contratar mano de obra extranjera o para escolarizar a menores inmigrantes son sólo la punta del iceberg del problema. Un reciente estudio de Cáritas Interparroquial de Figueres alerta sobre el alarmante crecimiento del sentimiento antiinmigración en algunos barrios de esta ciudad. Según una encuesta de los servicios municipales de Barcelona realizada en 2008 sobre 6.000 ciudadanos, en la Ciudad Condal el 10% de la población considera que, junto con la inseguridad, la inmigración es el problema más grave que sufren los barceloneses. Muy curioso: uno alcanza a vislumbrar la inseguridad, el paro o el terrorismo como problemas, pero cuando se concibe la inmigración también como problema, significa lisa y llanamente que la olla –el problema– está a punto de estallar para devenir en xenofobia.

La xenofobia (odio u hostilidad hacia los extranjeros), que entronca como fenómeno antropológico con el racismo y el etnocentrismo, tiene su base en la crisis económica y el riesgo de exclusión social que amenazan tanto a autóctonos como a inmigrantes. Cuando los autóctonos corremos también el riesgo de exclusión social (paro, crisis, etc.), podemos caer en la tentación de intentar trasladar ese riesgo sobre los inmigrantes, acumulándolo además sobre otros riesgos ya manifestados en este colectivo. Olvidamos así que este modo de proceder nos conduce al desastre. Si les hundimos a ellos, nos hundiremos también nosotros: nuestro mercado de trabajo, nuestra demografía, nuestra Seguridad Social, nuestras pensiones, nuestra estabilidad como sistema de cobertura social, precisan de ellos.
El envejecimiento de nuestra población autóctona hace insostenible nuestro modelo: no somos autosostenibles. Para poder financiar lo nuestro
–el Estado social, también nuestra tan aplaudida Seguridad Social– los necesitamos a ellos, necesitamos lo suyo –sus cotizaciones–.

Así, debería quedar claro que nosotros y ellos viajamos en el mismo barco y que a este nivel somos lo mismo más allá de las obvias diferencias. En este sentido, la inmigración debiera ser leída no como problema, sino como oportunidad. Ignorar estos factores y trasladar nuestros riesgos de exclusión sobre los de los inmigrantes acumulando los problemas sobre los más débiles va a hacer estallar la olla del conflicto. Xenofobia, exclusión y conflicto social son distintas caras del mismo problema: los conflictos por la instalación de equipamientos religiosos o por los distintos horarios comerciales de establecimientos regentados por inmigrantes esconden la misma pérdida de cohesión social.
El fenómeno viene de antiguo, sucede simplemente que, cuando se ha tratado, por ejemplo, el caso del colectivo gitano –víctima habitual durante siglos– estos eran pocos y dispersos. Sin embargo, ojo al dato, hoy los colectivos de inmigrantes en España, agrupados en un mismo territorio, podrían constituir una comunidad autónoma relevante, si más no, por su alto número de habitantes.

Este panorama sitúa a nuestras administraciones ante un problema de magnitudes gigantescas por su cuantía, impacto social y escasez presupuestaria. Ante ello no es posible abanderar políticas proteccionistas, demagógicas ni buenistas. Menos aún meras promesas: pasó el tiempo de las palabras. El problema está sobre la mesa y deberíamos jugarlo como oportunidad para mejorar nuestra cohesión social. Para ello, es preciso plantear dos hitos relevantes: de un lado, incorporar al conjunto de las políticas de nuestras administraciones (escolar, sanitaria o de vivienda, por ejemplo) una clave transversal (la del riesgo de exclusión social) y, del otro, apoderar con urgencia al poder local –el más cercano al problema– para que pueda intervenir de modo eficaz para intentar restablecer la
cohesión social.

Hay que invertir en tecnología social de carácter preventivo que permita redefinir el ámbito de lo público sobre una idea de lo nuestro que sea incluyente, no excluyente. Es preciso analizar la construcción social del riesgo de exclusión social y ponerse a trabajar, no sólo para intentar paliar los daños, sino sobre todo para intentar gestionar el riesgo con técnicas de gobernanza que sitúen el problema en este ámbito, el del riesgo, y eviten que se convierta en un daño –la pérdida de cohesión social– muy difícil, cuando no imposible, de reparar.
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*Ramon-Jordi Moles i Plaza es Director del Centre de Recerca en Governança del Risc (UAB-UOC)
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Público - España/06/05/2009

Las grandes ilusiones

OPINIÓN
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Por Boaventura de Sousa Santos *
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Todo fue preparado para que los ciudadanos del mundo se sintieran aliviados y reconfortados con los resultados de la Cumbre del G-20 realizada en Londres. Las sonrisas y los abrazos colmaron los noticieros, el dinero afloró más allá de lo que estaba previsto, no hubo conflictos –del tipo de los que hubo en la Conferencia de Londres de 1933, también en tiempos de crisis, cuando Roosevelt abandonó la reunión en protesta contra los banqueros– y, como si no hubiese mejor indicador del éxito, los índices de las bolsas de valores, comenzando por Wall Street, se dispararon en estado de euforia. Por encima de todo, la cumbre fue muy eficiente. Mientras que una reunión anterior con objetivos similares duró más de veinte días –Bretton Woods, 1944, de donde surgió la arquitectura financiera de los últimos cincuenta años—, la reunión de Londres sólo duró un día.

¿Podemos confiar en lo que leemos, vemos y oímos? No. Por varias razones. Cualquier ciudadano con las primeras luces de la vida y la experiencia sabe que, con excepción de las vacunas, ninguna sustancia peligrosa puede curar los males que causa. Ahora, por sobre la retórica, lo que se decidió en Londres fue garantizar que el capital financiero va a continuar actuando como lo ha hecho en los últimos treinta años, después de ser liberado de los estrictos controles a los que antes estaba sometido. Es decir, en las épocas de prosperidad va a continuar acumulando fabulosas ganancias y, en las épocas de crisis, va a contar con la “generosidad” de los contribuyentes, los desempleados, los pensionistas estafados, las familias sin techo, con la garantía del Estado de Su Bienestar.

Aquí reside la euforia de Wall Street. Nada de esto es sorprendente, si tenemos en cuenta que los verdaderos artífices de las soluciones –los dos principales asesores económicos de Obama, Timothy Geithner y Larry Summers– son hombres de Wall Street y que ésta, a lo largo de las últimas décadas, financió a la clase política norteamericana a cambio de la sustitución de la regulación estatal por la autorregulación. Algunos incluso hablan de un golpe de Estado de Wall Street sobre Washington, cuyo verdadero alcance y daño se revelan ahora.

El contraste entre los objetivos de la reunión de Bretton Woods –donde participaron no 20, sino 44 países– y la de Londres explica la vertiginosa rapidez de esta última. En la primera, el propósito fue resolver las crisis económicas que se arrastraban desde 1929 y crear una sólida arquitectura financiera, con sistemas de seguridad y de alerta, que le permitiese al capitalismo prosperar en medio de la fuerte oposición social, la mayor parte de orientación socialista. Al contrario, en Londres asistimos a la pura cosmética, al reciclaje institucional, sin otro objetivo que el de mantener el actual modelo de concentración de la riqueza, sin ningún temor a la protesta social –asumiendo que los ciudadanos están resignados ante la supuesta falta de alternativas—, e incluso con un retroceso en relación con las preocupaciones ambientales, que volvieron a ser consideradas como un lujo para tiempos mejores.

Las instituciones de Bretton Woods –en especial, el FMI y el Banco Mundial– hace mucho que vienen siendo desvirtuadas. Sus responsabilidades en las crisis financieras de los últimos veinte años –México, Asia, Rusia, Brasil– y en el sufrimiento humano causado a vastas poblaciones con medidas después reconocidas como erróneas –por ejemplo, la destrucción de un día para el otro de la industria de la castaña de cajú en Mozambique, dejando miles de familias sin medios de subsistencia– llevaron a pensar que podríamos estar ante un nuevo comienzo, con nuevas instituciones o con profundas reformas de las existentes. Nada de eso ocurrió. El FMI se vio reforzado en sus recursos, Europa continúa detentando el 32 por ciento de los votos y los Estados Unidos el 16,8 por ciento. ¿Cómo es posible imaginar que los errores no se van a repetir?

La reunión del G-20 va a ser recordada por lo que no quiso ver ni enfrentar: la creciente presión para que la moneda de reserva internacional deje de ser el dólar; el creciente proteccionismo como prueba de que ni los países que participaron de la cumbre confían en lo que fue decidido –el Banco Mundial identificó 73 medidas proteccionistas tomadas recientemente por diecisiete de los veinte países participantes—; el fortalecimiento de las integraciones regionales sur-sur, en América latina, en Africa, en Asia, y entre Latinoamérica y el mundo árabe; la restauración de la protección social –los derechos sociales y económicos de los trabajadores– como factor insustituible de la cohesión social; el deseo de millones de personas de que las cuestiones ambientales sean finalmente puestas en el centro del modelo de desarrollo; la oportunidad perdida para terminar con el secreto bancario y los paraísos fiscales, como medidas para transformar la banca financiera en un servicio público a disposición de empresarios productivos y consumidores conscientes.
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* Doctor en Sociología del Derecho; profesor de las universidades de Coimbra (Portugal) y de Wisconsin (EE.UU.).
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Traducción: Javier Lorca.
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Página/12 Web - Argentina/06/05/2009

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